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Evidencial, mi querido Watson

Santiago Abascal, durante un mitin. EFE/Ángel Medina G.

Elena Álvarez Mellado

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Es tiempo de elecciones, y en las entrevistas, los discursos y los debates electorales sobrevuela una cuestión: lo que dice tal o cual político en campaña, ¿lo dice basándose en los datos? ¿O es una creencia? ¿Lo sabe porque conoce de primera mano el tema o porque se lo contaron sus asesores? El asunto no es baladí y tiene una gran enjundia lingüística. Lo que subyace a estas preguntas es lo que en lingüística se conoce como evidencialidad.

La evidencialidad es un rasgo gramatical que tienen algunas lenguas y que obliga a los hablantes a marcar cuál es el origen de la información (la evidencia) de lo que se está diciendo. Supongamos que en castellano alguien nos dice “Los vecinos se han ido de vacaciones”. Con esa frase no podemos saber cómo sabe nuestro interlocutor lo que enuncia. No sabemos si nuestro interlocutor vio a los vecinos en el momento en que salían de vacaciones, si lo sabe porque se lo dijo alguien o si lo ha deducido. Podríamos preguntarle a nuestro interlocutor cómo sabe lo que dice, pero sea cual sea la respuesta (“Los vi saliendo de viaje”, “Me lo dijo la vecina de abajo” o “Las persianas de su casa están bajadas y el coche no está en el garaje”), la oración inicial seguiría siendo la misma.

Lo interesante es que en buena parte de las lenguas del mundo el verbo de la oración será diferente según cuál sea el origen de la información. Es decir, de la misma manera que cuando nosotros conjugamos un verbo nuestra gramática nos obliga a indicar el quién y el cuándo de la acción que se expresa (a través de las marcas de persona-número y tiempo-modo), en las lenguas con evidencialidad los hablantes deben obligatoriamente marcar con una partícula cómo saben lo que están expresando. La evidencialidad es el “cita requerida” de Wikipedia pero en versión gramatical.

Bajo nuestros ojos indoeuropeos, la evidencialidad puede parecer una rareza exótica, pero las lenguas con evidencialidad no son pocas: se estima que una cuarta parte de los idiomas del mundo la tienen. Lenguas como el aymara o el quechua tienen marcas de evidencialidad. Algunas de estas lenguas solo distinguen entre si el hablante ha tenido o no evidencia directa de lo dicho a través de los sentidos (lo sé porque lo vi), otras marcan si la fuente de información son otras personas (lo sé porque me lo dijeron), otras lenguas marcan si lo dicho es producto de una inferencia (lo sé porque lo deduje) o si es una conjetura o una creencia (lo sé porque lo pienso).

El castellano no tiene evidencialidad, pero eso no significa que no podamos expresar la evidencia. Todas las lenguas disponen de estrategias para indicar la fuente de lo expresado. En español lo hacemos constantemente y de múltiples maneras. Por ejemplo, cuando decimos Deben de ser las tres, la construcción “deber de” indica que lo que estamos diciendo es una suposición. Nadie diría Deben de ser las tres inmediatamente después de comprobar la hora en el reloj. El léxico nos ofrece multitud de recursos para codificar nuestra certeza sobre lo que decimos. Supongo que vendrás mañana. Lo vi saliendo a altas horas de la madrugada. Me dijeron que te casaste. Según fuentes policiales, los ladrones entraron por la ventana. Todas estas frases incorporan de una manera u otra la evidencia que respalda lo que el hablante dice. Pero en las lenguas con evidencialidad es la gramática misma la que obliga a expresar de dónde surge la evidencia de lo dicho.

Poder indicar en el propio verbo cómo sabemos lo que estamos diciendo puede resultar la mar de práctico, sobre todo en aquellos escenarios comunicativos donde el origen de la información y la eficacia comunicativa priman. Es el caso del lenguaje periodístico: en los medios de comunicación es habitual encontrarse con el condicional periodistiqués, ese condicional elucubrativo que le sirve al periodista para avanzar una noticia que no está confirmada. El ministro habría presentado su dimisión esta misma tarde. Si bien resulta ubicuo, el condicional elucubrativo se mira con recelo desde las guías de estilo periodísticas, quizá porque no deja de ser un tirar la piedra de la noticia pero escondiendo la mano de las fuentes. 

Otros tiempos verbales en principio no evidenciales también desprenden un aroma evidencial que es difícil ocultar. Cuando decimos Marta estará cansada tras los exámenes, ese “estará” no está expresando verdaderamente un futuro, por mucho que ese sea su tiempo verbal. Lo que ese “estará” nos indica es que el hablante está conjeturando sobre el hipotético cansancio de Marta después de los exámenes. No hay un verdadero significado de futuro, sino un tiempo verbal que nos revela que lo que se está diciendo es especulación. 

La evidencialidad es uno de esos rasgos gramaticales que uno no puede dejar de envidiar cuando descubre que existe en otras lenguas pero no en la propia. Al menos en campaña electoral, la evidencialidad podría ayudarnos a comprobar cuáles son las evidencias sobre las que nuestros políticos arman sus arengas y distinguir el grano de los hechos de la paja de las suposiciones.

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