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Filosofía de cabecera

Embarcación con migrantes a bordo
5 de noviembre de 2021 22:24 h

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“Lo primero que Aissata, de ocho años, le dijo a su padre por teléfono desde el hospital, después de 11 días a la deriva en el Atlántico en una patera, fue ”mamá no está, está en el mar“. Así comenzaba un impresionante reportaje de José María Rodríguez, un periodista de la Agencia EFE en Las Palmas de Gran Canaria. Relata la historia concreta de tres niños de Costa de Marfil, tres huérfanos de las pateras más que afrontan su recuperación en las islas. Las reacciones a la durísima experiencia vivida van del sobrecogedor realismo de Aissata al silencio total de Amina, seis años, o a la negación de Seidou, de cinco, refugiado en su muñeco de Spiderman.

Y han de plantearse una serie de preguntas ineludibles más allá de las obvias y de la emotividad pasajera que estos hechos provocan. ¿Por qué ocurre? ¿A quién beneficia? ¿A quién importa, por qué conmueve o resulta indiferente? ¿Qué se hace? ¿Hay que hacer algo? ¿A dónde vamos? ¿Por qué no nos lo preguntamos o ni siquiera nos lo cuestionamos?

Quizás convenga empezar por una realidad contundente: el problema es que por este camino podemos ser como el país del que huyen. Son muchos otros los que opositan a la barbarie vistos los destrozos esenciales consentidos. Y para evitarlo –aquí y allí- para saberlo, habrá que hacerse muchas más preguntas y buscar todas las respuestas.

Motivos de inquietud los hay. Si me permiten, vamos con unos aburridos datos, pocos. España es el tercer país de la Unión Europea con mayor riesgo de pobreza infantil, según Save The Children. Solo por detrás de Rumanía y Bulgaria. El 40% proceden de familias con empleo. Y aún se echan unos cuantos las manos a la cabeza por buscar una reforma que acabe con semejante precariedad.

Los dueños de las 100 mayores fortunas de España son 5.375 millones más ricos que antes de la pandemia.  Y todo el mundo sabe qué políticas fomentan la desigualdad. ¿O no lo saben todos? Pero sí son conscientes de quiénes nos las venden y por qué ¿O no?

Lo primero es la salud, porque lo primero es la vida. Madrid supera por primera vez el medio millón de pacientes en lista de espera para ver a algún especialista. Hasta 18 meses esperando. La cifra se ha duplicado con creces desde 2016. Y eso que lo que más preocupa a los profesionales de la sanidad pública es el agujero de la atención primaria. Desde Andalucía o Galicia expresan quejas similares.

PP y Vox han dado carpetazo al escándalo de las muertes en residencias en Madrid, con un contundente: “No necesitamos una investigación”. Ellos no, la ciudadanía, sí. Y si la Asamblea de Madrid es su dominio, la justicia del Estado debería defendernos a todos. Hasta en oxígeno “ahorraron”, un 43% en las residencias, según Unidas Podemos. Mientras los ancianos contagiados se asfixiaban: “Puertas cerradas y personas golpeando, suplicando salir” como atestiguó un informe de Médicos sin Fronteras. Y no ocurrió solo en Madrid, aunque en esta Comunidad regentada por Isabel Díaz Ayuso se traspasaron todas las líneas rojas. Los recortes en Sanidad Pública siguen en varias comunidades, que echan, como Andalucía, a los sanitarios de refuerzo cuando siguen siendo necesarios. Parece que mucha gente ha asumido que esto es así, sin preguntarse nada más, que aceptan uno de los peores despojos que pueden hacérsele al ser humano: el derecho a la salud y a la vida.

En el PP hay guerra campal, entre Ayuso y Casado sobre todo. Está en juego el control de Madrid, S.A, ese complejo que les ha dado tan buenos frutos en su más de un cuarto de siglo de existencia. Gobernar para la ciudadanía se ha demostrado un objetivo muy secundario. ¿Nadie más se pregunta por qué, para qué? ¿Quiénes, cómo, cuándo intervienen en la pugna?

Las prioridades deberían estar claras pero crece el interés por enterarse de quién le ha dado un zasca a quién, el último vilipendio de la infra prensa del bulo y sin duda qué opina de todo la ultraderecha que han logrado sentar en el Congreso. TVE parece tener un particular interés en preguntarles y difundir sus constantes insidias, junto con buena parte de los medios. Hasta llegar a este nivel de bochorno en La noche en 24 horas de la 2, este jueves.

Esos diputados, tan medidos, que dijeron de los Presupuestos que van camino de su aprobación por la que rabian que “legitiman” el proyecto “totalitario” de ETA, que “vuelve a ganar”. En serio, de un trago, sin respirar. Los que culpabilizan de todos los males a los migrantes que se dejan la vida en el mar, y a las y los Aissata y Amina y Seidou en cuanto crecen un poco más.

En Artieda, un ya casi despoblado municipio de Zaragoza, han contratado a un filósofo municipal. Un estudiante en prácticas del Erasmus Rural. Entre la contingencia y la necesidad, dicen y dicen bien, buscan en la memoria y razón de los mayores cómo se fue llegando a la despoblación y las carencias. Un filósofo, porque la antropología forma parte de la filosofía, del amor por el saber que así se define. Otro pueblo en Italia, Corigliano d'Otranto, también lo hace así. Lo leí al tiempo que la lucha callada de profesores de Castilla-La Mancha, que han logrado recoger más de 40.000 firmas en toda España en defensa de la Filosofía en la educación.

¿De qué estamos hablando? De pensar. De preguntarnos hasta por qué mantenemos la costumbre de preguntarnos. La ley Wert dejó la Historia de la Filosofía como asignatura optativa. Optativa quiere decir que hasta los centros pueden ofertarla o no. La ley Celaá la recupera pero encuentra oposición en algunas de las comunidades del PP. En un progresivo abandono del estudio de las Humanidades, Filosofía vuelve como obligatoria, aunque con escasas horas lectivas y con una entrada parca en este curso.

Toda la historia pensando, racionalizando, desde los presocráticos, por ejemplo, cuando Aristóteles en el s.IV a.C categorizó la ciencia, hasta los escolásticos que, desde el siglo IV d.C, con San Agustín, se empeñaron en el axioma de “creer para entender”, entender sólo a través de la subjetiva creencia. Es la eterna batalla que se recrudece porque un ser humano está indefenso si no reflexiona y concluye a través del conocimiento, con el error y la prueba como guía. Y hay quienes propugnan esa debilidad. Para saber hace falta pensar.

En tiempos de utilidad palpable, parece imponerse que la filosofía “no sirve” para nada, que reflexionar no es útil, pero sin esa labor humana imprescindible ya no nos preguntaríamos para qué sirve nada, ni por qué ocurre, ni qué viene después.

Decía Kant que hay algo que consigue que “los hombres se nieguen a perder, por amor a la vida, aquello que hace a la vida digna de ser vivida”.  Y personalmente, a la vista de lo que ocurre, de tantas dejaciones de lo esencial, ya no estoy segura de que todavía sea así aunque lo fuera y lo siga siendo por pura lógica. La referencia a Kant se la oí al filósofo Carlos Fernández de Liria en una mesa redonda memorable en Segovia en la que participé hace casi una década, con un cúmulo de sugerencias de las que no se olvidan. Saber por saber, desinteresadamente, resultó ser interesantísimo. De esa experiencia surgieron las matemáticas, la física, la filosofía, la ética. Añadamos la justicia y la equidad. De la perplejidad ante lo desinteresado surgieron las cosas que más nos interesan: el mundo entero de la razón y la libertad.

Ahora volvamos a poner los pies en la tierra y, al menos, insistamos en saber lo que precisamos para no caminar a la debacle por una senda de tinieblas entre estímulos tramposos y garrotazos a traición, como en los trenes del terror de las ferias. Por qué, para qué, quiénes, cómo, cuándo, dónde… tú, yo, todos.

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