El fracaso de adelantarse
Tenía la fatuidad de los tipos que triunfan demasiado pronto
Voy a acercarme hoy al drama del PP de una forma algo distinta. Más allá del vértigo del culebrón me inspiran las cuestiones positivas que deja sobre la mesa, no en términos posibilistas o de interés electoral sino positivas en el sentido más hondo del término. Tras la exhibición de carroña, deslealtad, avidez y miseria del principal partido de la oposición puede hallarse un mensaje de esperanza para todos y ese es al que voy a ceñirme hoy. La deleznable constitución de la naturaleza humana, y sobre todo de la naturaleza del poder humano, es entretenida de contar pero poco edificante.
La primera reflexión que se me alcanza es la del fracaso de los que no supieron esperar. A fin de cuentas, los barones y los cargos y los engranajes del PP nos acaban de decir, a su manera un poco ratuna, que ya se han dado cuenta de que Esperanza Aguirre llevaba razón, al menos en el hecho de que un partido de gobierno no puede tener en la cúpula a un montón de chiquilicuatres. Los modernetes pudieron pensar que la noble señora era fan de Eurovisión pero yo siempre supe que lo era más de la Real Academia y que a esa acepción se refería: “Hombre inexperto o de poca importancia”.
Una buena noticia es la que nos muestra que el sistema, a trancas y barrancas, de una forma poco ortodoxa y odiosa, sigue siendo capaz de expulsar a aquellos elementos que nunca debieron dirigirlo. El sistema es el sistema de juego político de una democracia liberal occidental, y hay que reivindicarlo, porque el término ha sido utilizado espuriamente con demasiada profusión. No se trata de que el sistema no admita a los antisistema -esto no es así, de hecho los admite- sino que, como el organismo que recubre el objeto extraño y acaba expulsándolo, así termina por sacar fuera a aquellos que ocupan lugares o posiciones que les vienen grandes. Eso es lo que acaba de suceder si bien de una forma tortuosa. Aunque la zalamería empalagosa de los que buscan algo, de los tiralevitas, hubiera revestido a Casado de todas las características del líder, cualquier observador externo con dos dedos de frente, y supongo que algunos internos, sabían que el rey estaba desnudo. “Yo sé bien que estoy afuera” -cantaba el corrido- “y no hay que llegar primero sino hay que saber llegar”. Casado propició que nadie osara decirle que le faltaba revestimiento y ahora está estupefacto por dejar de ser el rey. El mejor indicador del liderazgo débil se sitúa en su temor a rodearse de los mejores, en su empeño indisimulado por acompañarse de mediocridad.
No ha sido el único que se ha quedado fuera por este funcionamiento del sistema, ya algo patológico, pero aún en servicio. Al lanzarse la sociedad en los brazos de la nueva política, como plasmación icónica de la esperanza, se confundió novedad con bisoñez. Pablo Casado, Teo García Egea, Albert Rivera, Inés Arrimadas, Irene Montero, Alberto Garzón o Ione Belarra, por citar solo algunos, son los ejemplos de los nacidos en los años 80 que llegaron antes de tiempo. Pablo Iglesias se queda al filo, como Isabel Díaz Ayuso y ahí lo dejo. Nunca se había considerado que la treintena fuera una década apropiada para llegar a los más altos designios de la nación. Ningún político anterior había llegado a estos puestos con menos de cuarenta años y aún eran cuarentones de los de antes, perdonen que les diga, de aquellos en los que la madurez tanto académica, como personal y política llegaba con anterioridad. No se trata de llegar pronto sino de saber llegar. Ignoro si con dos décadas más alguno de los citados logrará ser un gran activo para este país, pero creo que tenemos que concluir que se precipitaron y casi han estado a punto de precipitarnos. Nunca la vida política de este país fue una mayor mezcla de adrenalina, inconsistencia, frivolidad, testosterona y videojuego. Me extraña que los populares, que son por definición conservadores, no se hubieran dado cuenta antes.
Se equivocaron al salir del drama de la caída de Rajoy, descabalgado por la corrupción. Casado solo fue el último tiro de venganza de Cospedal sobre Sáenz de Santamaría y dejó tocados a los conservadores y al resto del país con un sistema huérfano de oposición. Esa es la enseñanza de que las primarias, ese sistema importado cuando sus inventores ya renegaban de él, no sólo no son una panacea sino que son un riesgo, sobre todo introducidas en un sistema político al que son totalmente ajenas. Cuando en 1972 los partidos políticos norteamericanos aceptaron la sugerencia del Comisión McGover-Fraser de unas primarias vinculantes, algunos politólogos ya vieron el riesgo. “Unas primarias vinculantes eran a todas luces más democráticas pero ¿podían llegar a ser demasiado democráticas?” -cito a Levitsky y Ziblatt- “ las primarias vinculantes debilitaban la función de cribado de los partidos, eliminaban en potencia la función de cribado de los iguales y abrían las puertas a las candidaturas sorpresa”. Para qué se lo voy a explicar yo si mejor no se puede. Así les llegó Trump. Así nos llegaron Casado y otros. En EE.UU ya les advirtieron que el sistema podía llevar a la aparición de “candidatos extremistas y demagogos (…) que tienen poco que perder incitando al odio a las masas o realizando promesas vacuas”. Esa cita es de 1968 y aquí, como lelos, les copiamos el sistema hace dos días.
Me parece bien que Feijóo pida venir por aclamación porque eso solo significa que ha pasado el cribado de los iguales. Feijóo significará una vuelta en el tiempo a la generación de Zapatero, a la mía, a la de los sesenta. Con él nos aseguramos que la visión general de lo que constituyen los guardarraíles democráticos esté asegurada. Feijóo sabe por qué es más importante la supervivencia del sistema democrático y del partido que unas elecciones puntuales. Feijóo no aceptará mimetizarse con Vox. Feijóo, por hacer, hasta renovará las instituciones que, como el CGPJ, están sufriendo el estrés imposible de ser convertidas en peones en un tablero enloquecido.
Así que sí, la caída de la cúpula del PP propiciada y buscada por el aventurero jefe de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso, ha sido un espectáculo aterrador que ha convertido a los conspiradores en un instrumento del destino. Ellos en el pecado llevan la penitencia, dado que lo que hasta ahora había sido un intento de denuncia periodística y política de corrupción, se ha transformado gracias a su actuación en una investigación de la Fiscalía. Ayuso se ha puesto también plomo en las alas. Feijóo será sobre todo, si no hay nuevos giros de guión, el gestor del tránsito para encontrar a ese líder idóneo, que a lo mejor coincide que será nacido en los años 70 -como Sánchez, como Yolanda Díaz, o como los peligrosos Abascal o Monasterio- porque para los de los ochenta, ya les digo, aún es demasiado pronto.
Decía George Simenon que es difícil escribir un gran libro antes de los 40 porque un novelista es como Dios Padre y para ser Dios hay que conocer muy bien la vida. Fíjense si tal cosa no será aplicable para regir los destinos de una nación, de millones de vidas.
Hay que saber llegar.
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