Por un frente democrático
Hace una semana, cuando escribí que los jueces están robando la democracia al pueblo, ni siquiera podía imaginar que estuvieran preparando un movimiento tan audaz en términos golpistas como intentar impedir que el Congreso desarrollara su labor. Ni siquiera yo, que tengo una opinión nefasta de la derecha judicial de este país hasta el punto de considerarlos una casta de burgueses privilegiados antidemócratas, creía que llegarían tan lejos como este viernes, con visos de mantener el pulso este próximo lunes. Pero su patente desprecio hacia la soberanía popular está haciendo caer las máscaras de apariencia que les otorgó el régimen de 1978. La cera con la que estaba construida la mascarada no ha aguantado el calor de los nuevos tiempos políticos.
En la democracia española solo ha habido otra vez en la que actores externos al hemiciclo han intentado impedir que las cortes desarrollen su labor porque lo que iban a aprobar no era de su gusto, y fue el 23 de febrero de 1981. No hay otro precedente de maniobra antidemocrática con la que pueda equipararse el intento cómplice del PP y su brazo judicial en el Tribunal Constitucional para intentar impedir el normal funcionamiento de una institución sagrada para el funcionamiento democrático como es el Congreso. El altar mayor de la democracia ha estado a punto de ser profanado por una maniobra artera -si no quieren ustedes llamarla golpista pueden ponerle el nombre que deseen-. No cambiará el hecho de que un órgano ilegítimo, porque está ocupado por jueces que han caducado su mandato, ha intentado privar a los ciudadanos de su órgano soberano de representación. Unos cuantos jueces de derechas utilizando un puesto robado han intentado asaltar el Congreso con la violencia de sus togas y martillos.
No existen diferencias que pueda tener alguien como yo con anarquistas, comunistas, militantes de Podemos, Sumar, Compromís, Más País o el PSOE, incluso conservadores y liberales demócratas, porque los hay, que me hagan no darme cuenta de la gravedad de lo que está ocurriendo. También de que a todos y cada uno de nosotros, sin importar cuál sea nuestra opinión sobre la teoría del plusvalor, la renta básica universal o la manera mejor de afrontar las medidas contra la inflación, nos ubicarán en el papel de enemigo si los pasos que la derecha antidemocrática está llevando a cabo fructifican. No habrá matices entre nuestras divergencias que nos salven de su sentencia.
Es imperativo establecer un frente democrático que incluya a miembros de todas y cada una de las sensibilidades políticas e ideológicas que estén comprometidos con la democracia, sin importar cuáles son sus planteamientos políticos más allá del respeto pulcro a las normas democráticas, de respeto a la legalidad, al normal funcionamiento de las reglas del juego y a la comprensión del diferente. La derecha judicial, política y mediática antidemocráticas ya han demostrado haber hecho un frente común contra la democracia con sus maniobras y ahora hay que responder con firmeza y sin histrionismo en los mismos términos y poniendo pie en pared ante su concepción patrimonialista del poder. Los demócratas somos más, aunque tengamos menos poder, dinero, altavoces y capacidad para organizarnos. La estrategia de tensión de la derecha y de la extrema derecha tiene como objetivo victimizarse para justificar cualquier actuación contra un gobierno que consideran ilegítimo desde el mismo momento en el que se conformó. La única manera de responder ante la ofensiva reaccionaria más peligrosa para nuestro bienestar democrático desde 1981 es tener firmeza, talento, mesura e inteligencia; por un frente democrático amplio y diverso que trace una línea fortificada frente a la derecha pronunciada.
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