Este Gabilondo
Ángel Gabilondo se ha ganado a pulso bradicárdico que nos hayamos echado muchas risas tristes a su costa. Su perfil de oposición en la Asamblea de Madrid ha sido tan bajo que se diría casi inexistente y, bueno, ha inspirado chistes más o menos graciosos, como que habría que preguntar por su paradero a Paco Lobatón o que hace pocos días había presentado una moción de censura contra Cristina Cifuentes. Tal es la parra en la que aparenta estar siempre el candidato socialista a la presidencia madrileña. En política te ríes por no llorar, claro, pues gracia, lo que se dice gracia, no tiene ninguna que quien tiene que hacer oposición no la haga. Pero si antes tenía gracia por defecto, ahora la ha perdido toda por exceso. Con lo poco dado a los excesos que es él.
En un escenario político de tan burda crispación, podría llegar a colar como beneficioso ese estilo suyo de predicados buenos modales y de moderación. En el ring que es la comunidad política, la oposición de Gabilondo podría parecer elegancia espiritual, tan parco y mesurado que hasta se diría que no hubiera comparecido. Lo malo es cuando de espiritual se pasa a nulo y la oposición deja de serlo para convertirse en purísima ineficacia. Gabilondo ha sido tan, digamos, discreto que solo se le ha empezado a oír cuando se ha puesto en modo campaña electoral. Y aquel inaudible Gabilondo ha dado paso a este Gabilondo, al que apenas se le oye decir algo más que “con este Pablo Iglesias, no”. Como con susto o moralina eclesial, tilda a Iglesias de “extremista”, mientras tiende su mano al vacío, por no decir algo peor, de lo que queda de Ciudadanos. Vaya con este Gabilondo.
Es profundamente contradictorio que este Gabilondo llame a “parar la espiral de confrontación y enfrentamiento” que está impregnando la campaña del 4M al mismo tiempo que él mismo se confronta y enfrenta al socio de gobierno de su propio partido. Que lo haga con tono levítico no resta gravedad a su postura, que afianza, aunque quiera hacernos creer que no, el fondo de esos lemas de 'comunismo o libertad' que vocifera la ultraderecha de Ayuso. No había quien entendiera, porque no se le oía, a aquel Gabilondo, y no hay quien entienda a este Gabilondo cuando dice que no busca “ni la exclusión ni la eliminación política de quienes no piensan como yo”. ¿Se refiere a todos los que no piensan como él, menos Pablo Iglesias? ¿Incluidos todos los que sabemos? Pues vaya con este Gabilondo.
Es lógico y legítimo que este Gabilondo haga campaña electoral a su medida, puesto que su partido eligió como candidato a la presidencia de Madrid a aquel Gabilondo (lo que, por cierto, da cuenta de las paupérrimas alternativas que ha podido manejar el PSOE madrileño), pero debería aplicar su presunta sensatez para entender que Pablo Iglesias ha sido hasta anteayer vicepresidente del Gobierno de los presuntamente suyos y que, por supuesto, es su obligación política tenderle la mano para una futura gobernanza madrileña que frene el avance de los verdaderos y más peligrosos extremismos. Es su obligación frente a la ciudadanía a la que tanto se remite. Con tender la mano se entiende pactar, claro. ¿Con quién quiere pactar, si no, este Gabilondo? Ah, sí, con Ciudadanos, que tendrá resultados electorales residuales porque sus ex votantes darán su papeleta al PP: según el CIS, solo el 5,2% de quienes votaron a Ignacio Aguado lo hará por este Gabilondo, frente al 48,4% que lo hará por Ayuso. “Son los votantes de Ciudadanos los que deciden la victoria”, ha llegado a decir este Gabilondo. Una jugada electoral redonda. Parece otro meme. Lo que nos vamos a reír.
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