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Gestión de la seguridad: nunca a golpe de titular

Un agente de Mossos d'Esquadra deteniendo un hombre

Gemma Ubasart i Gonzàlez

La seguridad ciudadana ha devenido el tema del verano en Barcelona. Los periódicos y los informativos van llenos de crónicas de sucesos, con réplicas en las redes sociales. Que los meses estivales sean los más calientes en el debate seguritario no es nuevo. Vayan a la hemeroteca y vean. Estas fechas son las más críticas en relación a la gestión de la seguridad, sobre todo en zonas con una alta presión turística. Pero a esta realidad empírica debemos sumarle una cierta construcción mediática: mucho espacio para cubrir y una suerte de sed sensacionalista.

Dicho esto, es cierto que en Barcelona en el último año han aumentado los robos con violencia e intimidación (reduciéndose ligeramente los hurtos, el delito más común en la ciudad) hecho que ha generado una cierta alarma ciudadana. Y también es cierto que en pocos días se han concentrado tantos homicidios como los que sucedieron durante todo el año anterior, muchos de ellos por vinculación a la droga (la heroína que parecía desterrada ha vuelto). Aun no estamos en disposición de afirmar si se trata de un fenómeno coyuntural o estamos frente a cambios estructurales en los indicadores de seguridad ciudadana. Tendremos que estar atentas a la evolución de los datos y otras informaciones procedentes de los cuerpos policiales. De momento, las autoridades municipales y catalanas hacen bien en aumentar la presencia de efectivos como medida de respuesta inmediata.

Ahora bien, en políticas de seguridad debe actuarse con cabeza fría y la mirada larga. La máxima podría ser aplicada en la elaboración de cualquier política pública, pero de manera extrema en este caso concreto. Los criminólogos están hartos de recordar que no vale improvisar ni responder a golpe de titular. Y no solo por la falta de efectividad de las medidas que se tomen sino porque puede hacerse la pelota más grande. Contribuir a la construcción de un populismo punitivo, despertar inseguridades y miedos en la ciudadanía es peligroso en términos de convivencia. Demandar más mano dura puede ser vistoso pero sin efectos demostrados, al contrario, generando nuevos problemas sociales. Además, cabe tener en cuenta que nuestras ciudades cada vez están más tensionadas por la pobreza y la desigualdad, en los próximos años va ser fundamental ir a la raíz del problema. Tres ideas para contextualizar el tema del verano.

Primero, a pesar de todo, Barcelona es una de las ciudades más seguras del mundo. El “top 50” de las ciudades inseguras registraron en 2018 entre 138 y 36 homicidios cada 100.000 habitantes (con conocidas ciudades estadounidenses, brasileñas o venezolanas). Las 12 muertes en la ciudad condal supondrían una tasa de un 0.7. Pero vayamos al entorno más inmediato. Dentro de España (el país con menor tasa de homicidios registrados en Europa según datos de Eurostat) Barcelona no sobresale. Según estadísticas del Ministerio de Interior, en 2018 se registraron 20 homicidios dolosos y asesinatos consumados en Madrid, 10 en Barcelona, 5 en Valencia, 2 en Sevilla y 6 en Zaragoza (incluyen violencia de género).

Segundo, Barcelona tiene retos distintos en términos securitarios que merecen respuestas diversas. No todo es lo mismo. El problema del narcotráfico y de las mafias radicadas en la ciudad necesitan de un intensivo tratamiento de investigación y de coordinación policial. Las peleas y enfrentamientos en zonas de alta intensidad turística requieren de más presencia de efectivos y del trabajo con las empresas del ocio. La violencia machista es una lacra social que debe ser enfrontada con una combinación de punición y cambio cultural. Los robos con violencia necesitan de un trabajo focalizado y diverso según tipología de delincuentes. Los hurtos y delitos menores deben ser enfrentados con las herramientas que ofrece la ley. Y sobre todo con mucha política social y mediación.

Tercero, no todo son problemas de seguridad. El abordaje que debe realizarse a fenómenos como el “top manta” o los menores no acompañados no puede llevarse a cabo dentro del mismo paquete, como así parecen entender Miquel Buch o Albert Batlle. Ni la venta ambulante informal debe ser el foco en esta supuesta “crisis de seguridad” de la que habla el concejal de seguridad de Barcelona, ni los MENAS pueden (ni deben) ser expulsados bajo la metáfora de las “repatriaciones asistidas”. Solamente desde una mirada inclusiva podremos hacer frente a las nuevas complejidades que atraviesan nuestras sociedades. Estas personas sin derechos y en situación de exclusión no deberían ser tratadas como delincuentes sino como víctimas.

La teoría de las broken windows puesta en papel por Wilson / Kelling en 1982 y que inspira, entre otras, las políticas policiales de zero tolerance del alcalde de Nueva York Rudolph Giulinani una década más tarde, proponía mano dura con los delitos menores y las “conductas desordenadas” (muchas de ellas ni delictivas) para evitar el deterioro de una ciudad y generar sensación de seguridad. Era fácil de comunicar y de operar: más policía y con carta blanca. Su aplicación se demostró desastrosa. En la mayor parte de contextos dónde se implementó no redujo tasas de criminalidad a medio plazo pero sí que generó desconfianza, estigmatización y más exclusión social. Incorporó prácticas arbitrarias en los aparatos policiales de difícil reversión. Además, si a determinados colectivos se les trataba como criminales, estos acabarían siéndolo. No sigan esa vía, puede echarse a perder mucho camino recorrido.

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