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Hay una forma de leer a Luis

Luis García Montero, en primera fila en el homenaje a Almudena Grandes
19 de septiembre de 2022 22:43 h

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Hay una forma de leer Un año y tres meses, el poemario que Luis García Montero ha dedicado a la enfermedad y la muerte de su mujer, Almudena Grandes. Se pueden seguir en sus páginas las huellas profundas de su obra, las continuidades y discontinuidades con poemas anteriores, sobre todo los de Completamente viernes. Se pueden encontrar en los versos de Luis las resonancias de la tradición literaria en lengua española, y se pueden leer con las cejas muy altas. Hay una forma de leer a Luis García Montero: el poeta que escandalizó el remilgo de los mandarines usando la palabra “taxi” y que ahora incluye en sus versos vocablos como diarrea, gasas, hemoglobina o cuidados paliativos: todo lo que cabe en la experiencia humana.

Y hay una forma de leer a Luis, el hombre enamorado, que cuida de su amada hasta el último segundo, el más difícil. La amada y el amante, dos figuras tan paseadas por la literatura universal, adquieren una dimensión nueva y profunda en los poemas de Un año y tres meses. Son un hombre y una mujer que se enfrentan a la enfermedad y la muerte con los cortos recursos que todos tenemos: “Ninguno de los dos, ninguno, nunca,/ habíamos sentido de este modo/ que existe la verdad en las ficciones./ Nunca tuvieron las miradas/ tanto amor a la vida”. 

Un arco de emociones recorre las páginas de este poemario. En él se recoge la esperanza inicial: “Orillas del mar/ dejadnos soñar”. También, los cambios cotidianos que desencadena una enfermedad grave cuando invade la vida, y pese a ello, todo lo que sigue igual: “Que todo esté en su sitio/ es el mayor desorden que pueda imaginarse”. Hay un breve paso por la rabia contenida, la rebeldía impotente al saber que nada puede hacerse: “La muerte es miserable”. Por último, la aceptación y la entrega a los cuidados. 

Lo confieso: me conmueve el hombre que cuida a su mujer enferma. Vigila el trayecto al baño para prevenir una caída, empuja la silla de ruedas, sostiene su fortaleza mental y física durante el tratamiento de quimioterapia, la observa mientras se prueba una peluca, la ayuda en la ducha, la sostiene hasta el último aliento… Hay muchos hombres así de cuidadores, que nunca salen en los informativos, porque lo constructivo no fabrica titulares tan sensacionales como los asesinatos. Pero algunos hombres buenos están inventando eso que llamamos nuevas masculinidades, con dudas, con contradicciones y dificultades, con burlas -que no les arrugan-, por blandengues y por calzonazos. Se sentirán inspirados y confortados al leer a Luis. Porque no hay muchos que lo hayan escrito ni que lo hayan hecho con tanta verdad. Pese a que todos esos hombres que andan reinventándose necesitan referentes en el arte, la literatura y el cine, muchos no lo intentan, porque tendrían que mirarse a sí mismos muy adentro, otros no se atreven. Luis se ha atrevido y, además de tener el coraje de sobrevivir, ha demostrado que la valentía es una virtud literaria. 

A ojos de los hombres, la mujer ha sido con frecuencia, en la literatura y en la vida, un hermoso objeto que les inspiraba para alcanzar las más altas cotas expresivas; un cuerpo destinado a servir a su expresión y su autoafirmación varonil; un ser al que llamar algunos días, al que admirar en su silencio, en otros casos. Apenas un sujeto, la verdad. 

De lo que hacían los amantes cuando la amada enfermaba casi no teníamos noticia (de cuando moría, sí: Beatriz guio a Dante al paraíso, pues al no ser puta sólo podía ser santa). En este libro, un hombre de hoy ve a su mujer, y por extensión a las mujeres, como queremos que nos vean los hombres: compañeras de la vida, todas calvas algún día. 

Es verdad que al Zeitgeist de nuestro tiempo le repugna la muerte y la elude. Sólo los poetas hablan de ella. Y Luis, el optimista irredento, el luchador, al escribir de la muerte sin miedo ha escrito de la vida. Otra vez.

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