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HazmeReír

El presidente de HazteOir, Ignacio Arsuaga / EFE

Raquel Ejerique

Los ultracatólicos quisieron hacerse oír cuando Zapatero amenazó su sistema de valores, que tiene muy poco que ver con el cristianismo y mucho que ver con el egocentrismo: Dios nos hizo hombres superiores, blancos, puros, procreadores, heterosexuales y cisgénero. Dios, en su inmensa sabiduría, nos hizo muy parecidos a Arsuaga (el fanático, no el paleoantropólogo).

Y como es más fácil alcanzar notoriedad a la contra que a favor, su cénit lo alcanzaron con el Gobierno socialista y las leyes del aborto y matrimonio homosexual, arropados en la sotana de Rouco Varela. En Madrid, con el PP, siempre tuvieron consuelo para ese mundo que desaparecía y que tantas alegrías e hijos les había dado. Misas de familia multitudinarias en Colón, dinero público para congresos, Ana Botella inaugurando sus actos. Eran bellos, eran eternos.

Pero su ideología, sin el amparo del sector más ultra del PP, no es más que una sombra platónica en una cueva paleolítica. La llegada del papa Francisco ha cortado un par de cuerdas más al fantoche ultra y lo ha dejado desalmado. En un cambio de estrategia, HazteOir ha optado por morder como un perro rabioso: le sobra el dinero y la sangre también sirve como tinta para titulares. 

Su ruido es audible, pero su influencia también es medible. Su partido del alma es Vox, a quien apoyaron con pasquines y toda la propaganda del miedo. El batacazo fue más atronador que el jaleo que montan. Lograron 46.638 votos en las últimas elecciones o, lo que es lo mismo, el 0,2% de las papeletas. Esos son, concretamente, los arsuagas de España.

Con su autobús ofensor para niños trans dieron un poco de miedo. Eran capaces de traspasar ciertos límites. Pero también consiguieron que se hablara de la transexualidad infantil, tan desconocida e ignorada que hasta el juez que inmovilizó el bus la ha confundido.

Los medios, que somos dados a la hipérbole, le hemos dado a Arsuaga más tiempo y espacio del que merece su discurso. Él, ansioso de publicidad y de recabar feligreses para su moribunda causa, ha puesto la carpa, el circo y las balas.

Repitiéndose, con su traje de 'persona de orden' arremangado al volante, empecinado en dar miedo y con su versión más ridícula, insistiendo en morder y desafiar a alguien, quien sea. Sin enterarse de que la superioridad moral no se conquista dando vueltas a una rotonda a lomos de una caravana con pegatinas.

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