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2020: por un horizonte éticamente distinto

Cabecera de la manifestación estudiantil del 8M en Madrid / Olmo Calvo

Violeta Assiego

Para quien trata de pensar la vida, las relaciones y las políticas con una mirada feminista y desde la lógica de los derechos humanos, el optimismo (como dice Axel Honneth) es una obligación moral. Un deber moral que tiene tintes de aprendizaje personal y colectivo si se quiere ser capaz de formular propuestas que sirvan para la convivencia. Los discursos y las prácticas dejan de ser útiles socialmente si fragmentan los vínculos, si enfrentan a quienes están abocados a convivir. La defensa de los derechos civiles, políticos, sociales, culturales, económicos, ambientales... es la aspiración por otra construcción de las instituciones, pero también de los afectos. Es denunciar el mandato cis-hetero-patriarcal y colonialista que prefiere que las personas se ahoguen en el Mediterráneo a que estén en la sala de espera de la consulta de un médico.

Defender los derechos desde la idea de universalidad es hacer lo éticamente correcto, es (como dice Mario Benedetti) defender la alegría como una trinchera, –y cito de su poema– defenderla del caos y de las pesadillas, de la ajada miseria y de los miserables de los graves diagnósticos y de las escopetas, de los males endémicos y de los académicos, del rufián caballero y del oportunista, de las buenas costumbres y de los apellidos, de los pocos neutrales y los muchos neutrones, y también de la alegría. Es apostar por la sociedad, apostar por la propia persona y luchar contra la inercia de la apatía que nos envuelve de esa soledad que sirve de excusa para legitimar la insolidaridad, el individualismo, el consumismo, la explotación, el maltrato al otro... Esa apatía que sacrifica la propia vida y la de quienes las políticas olvidan para que puedan ser precarizados, vulnerados y pisoteados.

Es también Honneth el que dice que “va contra la democracia hacer creer a la gente que carece de capacidad para cambiar las cosas” y yo añadiría: va contra la democracia ofrecerse como salvador con una ideología que quiere hacer un borrado de una parte del todo. Desde el activismo de derechos humanos, desde los feminismos, desde las luchas antirracistas no hay cabida para el derrotismo ni para el pesimismo. No mientras exista un otro que debe ser reconocido porque existe y es violentado. No se trata de buenismo, –que si así fuera, no entendería qué hay de malo en ser buena persona–, se trata de justicia social, de luchar por la dignidad de la persona.

Tejer un horizonte éticamente distinto exige tomar conciencia de los dolores ajenos y de los propios, exige bucear y no quedarse en la superficie. Tejer un horizonte éticamente distinto es comprender y aceptar que, al margen de militancias y activismo, todos y cada uno tenemos capacidad de influir en la vida de los otros y de todos. Que cada una y cada uno puede elegir instalarse en el aprendizaje o en el victimismo, puede hacer de su micro-sociedad un lugar mejor o contribuir a que sea más hostil y agresiva hacia esas vidas que el capitalismo subordina para que los buenos ciudadanos puedan vivir y se sientan efímeramente bien.

No podemos normalizar la injusticia, ni tampoco quedarnos en esa crítica que justifica nuestra apatía intelectual y vital a la hora de 'inventar' soluciones y propuestas. La decepción y la desafección es la prevaricación de la ciudadanía, es como pegarse un tiro en el pie para luego poder cobrar una pensión de invalidez. Además, no es cierto del todo que la sociedad española sea pasiva y apática, o sino que se lo digan a las vecinas y vecinos que atienden y acogen a las personas que el Samur Social de Madrid abandona al otro lado de la verja de un edificio público que pagamos entre todas (y este es solo uno de los millones de ejemplos). Hay centenares de miles de personas que hacen micropolítica, no neguemos su existencia puesto que son referencia de ciudadanía y ejemplaridad política, porque lo personal es político. Por cierto, si tomamos perspectiva observaremos que, durante la última década, hemos asistido a las movilizaciones y protestas sociales que más han marcado la agenda política en estos cuarenta años de democracia: el 15M, el movimiento de Las Mareas, la manifestación de 'Rodea el Congreso', las Marchas de la Dignidad, las masivas protestas contra la reforma laboral, las movilizaciones contra los desahucios, las marchas del Orgullo LGTB, las protestas por el soterramiento del tren en Murcia, la huelga de taxistas, la lucha de los pensionistas, las manifestaciones por el Clima, las movilizaciones independentistas en Catalunya, la manifestaciones antirracistas... y, por supuesto, las miles de movilizaciones feministas del 8M, del 25N, del 'Yo sí te creo', del Tren de la Libertad... Protestas todas ellas que, surgiendo de la indignación, reivindican derechos humanos que no vulneran otros derechos.

Esa rabia, esa indignación poco tienen que ver con el odio y la idea de protesta que promueven las olas reaccionarias a los derechos humanos. Analizarlas a la misma altura es un craso error, pues la rabia es expresión sana que reivindica la dignidad de las vidas y de los cuerpos, mientras que la segunda es síntoma de una enfermedad mental que deshumaniza y provoca sufrimiento.

En el horizonte del 2020 se avecinan muchos tipos de protestas, de ahí que sea importante distinguir. Las habrá que busquen igualdad y convivencia y las que persigan domesticación y subordinación, las que gestan alianzas y respeto y aquellas que alimentarán el conflicto y el enfrentamiento. Ahora, solo toca decidir de qué lado estaremos en este horizonte: si del que ve los vínculos, los derechos y la sororidad como una amenaza o del que los defenderá como una trinchera.

Este 2020 el horizonte es optar por deshumanizar(se) o por humanizar(se). Como decía Hannah Arendt: “Una filosofía de la Humanidad se distingue de una filosofía del hombre por su instancia en el hecho de que no es 'un hombre' hablándose a sí mismo en diálogo solitario, sino los hombres hablándose y comunicándose entre sí, los que habitan la tierra”. Personalmente, pienso que es en los vínculos donde se gesta la vida y donde podemos hacer esa micropolítica que es semillero, semilla y fruto.

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