Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El ataque limitado de Israel a Irán rebaja el temor a una guerra total en Oriente Medio
El voto en Euskadi, municipio a municipio, desde 1980
Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Hospital Enfermeras de Madrid

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso durante su visita al interior de las instalaciones del nuevo hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal que se ha inaugurado este martes. EFE/Chema Moya

24

Qué coherente con la visión del mundo de Isabel Díaz Ayuso y la derecha española es el nombre del hospital de pandemias y la gesta del pasado colonial que rememora. Ayer, en un hospital vacío y sin terminar, como fue magistralmente contado aquí, Ayuso, Casado y Almeida como trío cómico de un espectáculo de vodevil muy español y mucho español, nos quisieron colar un paralelo entre dos momentos supuestamente históricos: el de la expedición de la vacuna contra la viruela que encarnó la enfermera gallega en misión internacional Isabel Zendal y este del presente pandémico, con otra Isabel, que no es enfermera ni nada parecido, pero que posa sonriente junto a su nuevo y millonario hospital diciendo “está brutal, ¿no?”. 

Coherente, decía, porque esa Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue enviada, como su nombre indica, por el rey Carlos IV preocupado de que se le murieran los indios y negros allá en sus colonias y se quedara sin fuerza de trabajo para alimentar sus arcas, tan preocupados como están hoy por nuestra salud los privatizadores de la sanidad pública. 

Coherente porque allá en 1803 se embarcó a 22 niños huérfanos de entre 2 y 9 años, los “galleguitos”, que fueron obligados a funcionar en el viaje como vacunas vivas y activas según el método más moderno de la época para inmunizar de viruela, formando una cadena humana de contagio que aseguraría que los antígenos llegaran a salvo y lo más pronto posible a cada rincón de las Indias, cruzando el océano y recorriendo largos caminos gracias a sus vehículos de transporte: menores de edad vulnerables. 

No, no fueron cientos de voluntarios patriotas antepasados de los que insertan banderas de España kilométricas y luminosamente navideñas, fueron chavales que no le importaban a nadie, enfermos a cuenta de la Corona y metidos en un barco a ultramar. Eso, claro, hay que entenderlo en su contexto histórico, no seamos malpensados. Un poquito de perspectiva, por favor, no podemos juzgar con nuestros estándares morales actuales el pasado. Pero, un momento, ¿entonces por qué estamos celebrando la gesta en 2020, inaugurando por todo lo alto un hospital en su honor? Pillados. 

Isabel, la que no es Ayuso y cuya figura homenajea este hospital, fue la encargada de mantener vivos a estos 21 (uno murió casi antes de empezar la travesía) y a los otros 26 que se llevaron de México a Filipinas, ojito, niños mexicanos como los que enjaula Trump, en un total de nueve años de campaña de vacunación que también incluyó la compra de un soldado de 13 años y tres niñas negras esclavas para llevar la vacuna de Cuba a México.

Una gran apuesta, pues, la del tributo del PP a estos expedicionarios por sus hazañas a favor de la salud pública en las colonias españolas, tratándose de la misma gente que nos llevó la viruela. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen. ¿Se acuerdan del complejo del salvador blanco, aquel bienintencionado ser que se hace fotos con niños africanos en sus viajes entre resort y resort, perpetuando el estereotipo del occidental que llega a civilizar? Así, el salvador blanco del pasado trae la desgracia pero se presenta como el héroe de las vacunas. El salvador blanco extractivista deforesta el bosque de los murciélagos de la COVID y luego vende la cura. Pone en peligro a todos y luego se hace una foto. 

Es el mismo complejo que tienen Ayuso y el PP cuando tras décadas de gobiernos madrileños y de recortes en los presupuestos públicos en salud, que se tradujeron en el colapso del sistema y miles de muertos, se nos ofrecen ahora como los constructores de hospitales, los salvadores blancos poseídos por el espíritu de una enfermera filántropa. Con lo bonito que hubiera sido ponerle el nombre al hospital de la primera enfermera que murió de COVID, por ejemplo, o de una de todas las que se han jugado la vida en unas condiciones laborales cada vez más precarias o, por qué no, llamarlo Hospital Enfermeras de Madrid. Y no gastarse el dinero de la gente en una enorme operación de márketing para apuntalar a una Ayuso en el papel de su vida: el de la salvadora. Tremenda impostura, cuando las que de verdad nos salvaron fueron ellas.

Qué coherente con lo suyo, decía, es la elección de este episodio histórico para gloria del hospital de Isabel. Los triunfos de la derecha neoliberal y colonial, su orgullo nacional, siempre se asientan sobre las desgracias de los marginados, ayer a costa de niños huérfanos en barcos, hoy a costa de ancianos muertos en residencias: ayer a costa de cuerpos racializados, hoy también. La necropolítica está intacta aunque pasen los años, porque el poder sigue distinguiendo entre cuerpos desechables y esenciales. Y elige quién se salva y quién no. 

Los recortes en derechos sociales son la viruela del presente. Y qué duda cabe, miles somos como niños vacuníferos en manos de la enfermera Ayuso.

Etiquetas
stats