La inestabilidad se instala en el panorama político español
La derrota parlamentaria que el PP cosechó este miércoles confirma que la situación política española es mucho más impredecible de lo que los corifeos del Gobierno quieren hacer creer y de lo que los fatalistas ven como un inevitable predominio de la derecha. Sugiere también que Rajoy y los suyos son muy torpes a la hora de gestionar una situación de mayoría muy relativa y precaria y, más concretamente, que negociar contra corriente no es precisamente lo suyo. Y también que el PP está demasiado condicionado por sus compromisos y servidumbres como para renovar sus modos y objetivos a estas alturas de la película.
Todos los argumentos que el Gobierno y el PP han esgrimido tras el rechazo de la mayoría del Congreso a su decreto-ley sobre la estiba se vuelven en su contra. Porque si la reforma es tan ineluctable, porque la exige la UE, su retraso en abordarla solo se explica por desidia e incapacidad. Y no del actual ministro del ramo, que no ha tenido tiempo para afrontar una cuestión tan compleja, sino también de sus antecesores y en primer lugar del presidente del Gobierno.
Lo de dejar pasar el tiempo hasta que las cosas se pudran, que los exégetas de Rajoy consideran como una genialidad de gran político, ha demostrado una vez más que es una actitud que no resuelve nada y que hasta puede provocar un desastre. Cuando hacía mucho tiempo que otros países europeos habían concluido la reforma ese sector, no sin superar graves problema y conflictos, nuestro presidente la fue postergando año tras año porque quería evitar las tensiones sociales que sus iniciativas iban a provocar.
Inevitablemente. Porque cualquier reforma de la estiba implica recortar, y bastante, salarios y plantillas. Y era de suponer que los trabajadores se iban a oponer con toda la fuerza que fueran capaces de acumular. Y más en una España en la que los sueldos caen sin parar y aumenta la precariedad laboral. Era obvio que el asunto era difícil y por eso Rajoy miró para otro lado. En lugar de esforzarse en buscar contrapartidas imaginativas y en negociar sin límites ni prejuicios, que es lo que se espera que hagan los políticos, el Gobierno se ha escondido año tras año. Y ahora, tras el rechazo del decreto-ley, tiene a los estibadores crecidos y cualquier entendimiento es mucho más complicado.
La otra dimensión del asunto, la estrictamente política, también muestra las limitaciones y la mediocridad de Rajoy y de su equipo. La impresión de los cronistas es que el resultado de la votación ha sorprendido a los dirigentes del PP. Creían que al final, y aun a regañadientes, Ciudadanos apoyaría el decreto-ley. No han entendido que Albert Rivera y los suyos se está jugando el futuro de su partido y que en una situación tan acuciante no tienen más remedio que defender como sea su autonomía y demostrar que no son sólo una sucursal del PP. Puede que no lo consigan, que la tarea no es fácil, pero desde el miércoles está claro que lo van a intentar en serio, aunque sea haciéndole mucha pupa al PP.
Rivera ha demostrado tener agallas. Y Rajoy no haber entendido cómo estaban las cosas con su socio. Más allá de valoraciones morales, el líder del PP lleva meses maltratando a su principal aliado parlamentario. Primero olvidándose de su existencia casi desde el día después de que Ciudadanos votara su investidura, luego privilegiando sus acuerdos con el PSOE y finalmente incumpliendo sus acuerdos en materia de lucha anticorrupción. Y encima alardeando de ello. En definitiva, incurriendo en errores de bulto que ningún político sensato habría cometido.
La portavoz parlamentaria de Podemos ha acusado al PP de “matonismo parlamentario”. Ciudadanos ha padecido algo de eso. Y su reacción está a la vista. ¿Hasta dónde va a llegar? ¿Apoyará el partido de Rivera la moción de censura contra el presidente de Murcia el 27 de marzo? ¿Se sumará, absteniéndose, a los partidos que piden la derogación de la Ley Mordaza algunos días después? Visto lo visto, ya ni lo uno ni lo otro de puede descartar.
El entendimiento entre el PP y el PSOE, que es otro de los pivotes en los que en los últimos meses se ha sustentado el predominio del PP en el actual panorama político, lleva unas cuantas semanas tambaleándose. Por distintos motivos. En el rechazo del decreto ley sobre la estiba ha influido mucho el temor a provocar un rechazo social si lo apoyaban por parte de los dirigentes socialistas de regiones en las que hay puertos importantes. Pero, más en general, es la situación interna del partido la que ha llevado al actual mando del PSOE a transmitir a la opinión pública la sensación de que se ha acabado su luna de miel con el PP. La firma, conjuntamente con Podemos y Ciudadanos, de la petición de una comisión de investigación sobre la financiación del PP es una clara muestra de ello.
En algún momento del proceso, desde luego no hace mucho, la Comisión Gestora y Susana Díaz han debido comprender que su apoyo a Rajoy favorecía demasiado las aspiraciones de Pedro Sánchez como para no hacer algo. Por tanto, el giro es, sobre todo táctico. Pero las circunstancias indican que se va a mantener, por lo menos hasta que se produzcan las primarias socialistas. Es decir, que un acuerdo entre PP y PSOE sobre el presupuesto de este año queda descartado. Luego se verá. Pero no hay que dar por seguro que, aun conquistando la secretaría general, Susana Díaz vaya a poder entrar sin más en un proceso de “gran coalición” con la derecha. Porque puede encontrarse delante con una oposición interna que le haga muy difícil emprender ese camino.
En resumen, que Rajoy tiene serios problemas para tirar para adelante. Sin mentar a Cataluña, que habrá que ver quien le sigue hasta el final cuando tenga que hacer algo para afrontar la prevista ofensiva independentista, su traspié parlamentario ha sacado a la luz sus debilidades. No hay duda de que en la Europa política y en la financiera se ha tomado buena de lo ocurrido el miércoles en el Congreso. De golpe, el fantasma de la inestabilidad política también empieza a sobrevolar España. Y esa imagen no es cosa de poco.
Por si sólo el rechazo de un decreto-ley de un gobierno es causa suficiente, aunque no siempre necesaria, para disolver el parlamento y convocar elecciones. Rajoy ha asegurado que él no lo va a hacer. Por ahora. Lo cual es una manera de decir que cree que puede recomponer su trama de apoyos. Al tiempo. Lo que es bastante improbable es que con los que ahora tiene vaya a poder sacar adelante los presupuestos. Aunque le apoye el PNV –que habrá que ver si al final eso ocurre– y los partidos canarios sin el concurso del PSOE las cuentas del Estado estarán en el aire.
¿Por tanto convocatoria electoral a la vuelta del verano? Dependerá de lo que digan las encuestas. Y puede que dentro de unos de unos meses el deterioro político del PP haya hecho mella en una parte de su electorado. Hasta eso es posible. Sobre todo porque Rajoy está demostrando demasiado a las claras que no está a la altura de sus tareas.