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Los insatisfechos

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La juventud está revuelta. Lleva un año cociendo su ímpetu entre las cuatro paredes de su habitación y viendo mundo a través de la pantalla. Un mundo complejo y difícil de entender, agotador, en esa plaza llena de skaters, fumetas, primeros ligues, patinadoras y futbolistas del asfalto donde deberían estar haciéndose mayores viendo pasar las horas, comiendo pipas y contando los minutos que quedan para el “me tengo que ir a casa”. Éstos jóvenes no tienen plaza. No se hacen mayores hora a hora consumiendo calle ni bares ni parques ni pistas de básquet.

Sus noches sin sueño, esa gran conquista de los jóvenes a la vida, son noches virtuales donde no se puede rozar un brazo como por casualidad, no hay pisotones en la pista de baile ni se besan unos labios cuando se folla por primera vez. Esta juventud que hace clase en zapatillas de estar por casa y se tapa el acné con la mascarilla. No pretendamos entenderlos ni justificarlos. A su lado somos multimillonarios en vida, lo vivido hasta hace un año es un tesoro. Los recuerdos son un refugio, pero para ellos, que no tienen pasado ni recuerdos, les falta presente, les falta todo. No hablemos del futuro.

Azuzan pasiones al calor de Telegram, Snapchat y Tik Tok y militan en la vida como pueden. Las noches son largas entre susurros inaudibles tras la puerta del cuarto, una puerta que es una trampilla en el sentido literal. Una trampa. Es un chiste malo, disculpen, pero es que allí, detrás de esa puerta, no les vemos el rostro, ni son el de la pandemia. Son jóvenes, son fuertes, tienen suerte. En teoría, en la teoría que hemos ido aceptando.

En una sociedad que mitifica la juventud y aparca la vejez, se les presupone energía y resiliencia para sobreponerse y vivir la vida que les toque, que se espabilen. Pero para ello son necesarios recursos emocionales que ni tan solo con más experiencia en la vida están garantizados, y saber hablar y tratar nuestras emociones, cosa en la que tampoco somos muy duchos. La ansiedad y otros trastornos mentales les golpean. De ello han advertido organismos como Unicef, la OCDE y diversos estudios alertan que esos problemas no van a solucionarse en el corto plazo y que pueden arrastrar a muchos jóvenes a una espiral si no se les trata bien. “Vete al médico” les diremos, aunque esta vez con respeto y asertividad. 

A pesar de que todos los vivos somos unos afortunados por el hecho de haber dado con el periodo más confortable de nuestra historia, nos acecha la pandemia de la eterna insatisfacción vital. Decía la escritora Susan Sontag que el miedo a envejecer es la sensación de no aprovechar bien el presente, de no vivir la vida que se desea. Esa otra pandemia que nos viene. Los insatisfechos.

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