Israel ha matado a 17.500 palestinos, 7.000 niños, 286 sanitarios, 68 periodistas y un dentista
Último recuento desde la Franja de Gaza: el ejército israelí ha matado en dos meses al menos a 17.500 palestinos, de los cuales más de 7.000 eran niños, 286 trabajadores sanitarios, más de 100 trabajadores humanitarios de la UNRWA, 68 periodistas y un dentista.
Sumen a este recuento más de 50.000 heridos, muchos de ellos amputados y atendidos sin anestesia, miles de desaparecidos bajo los escombros, y un dentista herido.
En cuanto a la destrucción material, los ataques israelíes sobre Gaza han vuelto inhabitables más de la mitad de las viviendas -solo comparable a la destrucción de Dresde, Hamburgo o Colonia en la II Guerra Mundial-, decenas de hospitales y centros de salud -asediados estos días por francotiradores que disparan a quien entra o sale de los mismos-, 300 escuelas dañadas, instalaciones humanitarias, campos de refugiados, refugios, universidades, bibliotecas, archivos, edificios administrativos, mezquitas, iglesias, panaderías e infraestructuras civiles. Ah, y una clínica dental.
Y no es solo Gaza: en Cisjordania, donde no gobierna Hamás ni hubo ataques contra Israel, más de 260 palestinos han sido asesinados por soldados o colonos, y se suman a los 200 que ya habían muerto desde principios de año en Cisjordania antes del comienzo del actual conflicto, y a quienes están siendo reprimidos y privados de sus medios de vida por la ocupación israelí. Entre ellos, al menos un dentista.
Perdonen, pero llevo dos meses escribiendo casi semanalmente sobre la matanza de palestinos por parte de Israel, y confieso que ya no sé qué más decir, de qué manera reflejar el horror que está viviendo Gaza, el nivel de deshumanización al que son sometidos los palestinos, la progresiva normalización que estamos aceptando de la barbarie, la incapacidad del lenguaje para siquiera nombrar lo que está ocurriendo delante de nuestras narices y con la vista gorda, la indignación pasiva y en algunos casos el respaldo de los gobiernos occidentales.
También los ciudadanos: cuando hace dos meses empezamos a salir a la calle tras los primeros bombardeos y matanzas, nuestra capacidad de horrorizarnos parecía estar ya en máximos, y desde entonces no sabemos cómo ensancharla mientras la destrucción y la masacre van a más. Acabamos también nosotros normalizando el crimen, desbordados por su magnitud.
¿Y el dentista? Imagino que ya se saben el chiste del dentista, que se ha contado mil veces, actualizado y repetido con ocasión de cada genocidio, matanza o persecución de un grupo humano: alguien dice “vamos a asesinar a dos millones de negros y a un dentista”. “¿Y por qué un dentista?”, preguntamos siempre al oírlo, dando por hecho que los negros (o los gitanos o los musulmanes o cualquier pueblo que protagonice el chiste en sus muchas versiones) son exterminables pero un dentista llama la atención, no se entiende, merece una explicación.
Lo mismo empieza a pasar en Gaza: nos sorprendería un dentista, pero no nos parece tan extraordinario que se asesine a miles de civiles, niños en cantidad sin precedentes, trabajadores sanitarios, periodistas o personal humanitario de la ONU, todos convertidos en objetivos sin que nos extrañe ya demasiado; o que se arrase un territorio palmo a palmo para volverlo inhabitable, lo mismo viviendas que hospitales o escuelas, sin que llame demasiado la atención.
Lo más “gracioso” del chiste del dentista es que en origen se contaba aplicado al asesinato de… judíos.
29