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¿Qué era y qué es la izquierda?

Díaz, Sánchez y Belarra.

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Hace más de dos décadas, concretamente en 1997, Diego López Garrido publicó un pequeño ensayo en que se preguntaba qué era la izquierda. Impresiona cómo su diagnóstico, y gran parte de los retos y errores, es perfectamente transportable en el tiempo. Las dificultades incluso son mayores que entonces porque ahora, además, debe hacer frente al populismo y unas redes de desinformación más que eficientes.

Marx decía que los filósofos ya habían interpretado mucho el mundo y que lo que tocaba era cambiarlo. No se trata de viajar al marxismo puesto que falló al pronosticar la destrucción del capitalismo y si acertó más sobre el fin de las clases no es porque ya no existan sino porque cada vez hay menos conciencia entre las más vulnerables gracias a esa alienación que él criticaba. El mismo influjo que adormece a los más perjudicados por un capitalismo deshumanizado que hemos rebautizado como globalización. Hay que lidiar con este escenario porque mientras dibujamos ucronías la izquierda va desandando camino.   

López Garrido citaba, insisto, hace 27 años, la caída del experimento socialista francés, el colapso del modelo sueco, la transformación dolorosa, con pérdidas, de la izquierda italiana o las dificultades de los socialdemócratas alemanes y los laboristas británicos como ejemplos de la preocupante situación de la izquierda. ¿Les suena? 

El actual presidente de la Fundación Alternativas alertaba también de que la vieja idea de una izquierda homogénea y fiel vinculada a un solo tipo de “clase trabajadora” estaba superada por un modelo social que los partidos que se autoubican en este espacio deberían saber leer. “La economía se ha mundializado y no hay instrumentos del mismo nivel, de tipo político, y mucho menos de tipo mínimamente democrático, para gobernar esa economía. Ése es probablemente uno de los mayores desafíos para el próximo siglo”, advirtió. Y acertó. 

Regresando a la España del 2024, estos días aparecen análisis de todo tipo, desde posiciones próximas o alejadas de la izquierda, interpretando si el PSOE se está distanciando o no de sus principios fundacionales o si bien lo que está haciendo es asegurarse la supervivencia en un ecosistema político en el que el populismo de derechas ha resistido mejor que el de izquierdas y en el que la nueva política ha cometido algunos de los errores de la vieja sin tener ni sus resortes ni su capacidad de resistencia. A estas alturas es bastante evidente que, en el espacio que representan, Podemos y Sumar acertaron en el diagnóstico pero no siempre han atinado en la ejecución. Su mayor logro fue y sigue siendo el de situar a la socialdemocracia ante el espejo, evidenciar sus carencias y en ocasiones obligarla a moverse en el sentido correcto en el ámbito de los derechos sociales. Su principal problema fueron y son las guerras cainitas, los excesos personalistas y una falta de estructura que prueba que crear un partido puede ser fácil. Lo difícil es conseguir que se sostenga.

Los huecos que deja la izquierda los ocupa la derecha incluso disfrazada de un rojipardismo que va ganando espacio en columnas, redes y asociaciones de activistas. Para hacer frente a este fenómeno, la izquierda necesita pensadores honestos y valientes que digan lo que los ciudadanos que se identifican en este espectro ideológico no quieren escuchar. Lo honesto y valiente es eso y no buscar siempre el aplauso fácil y a menudo estéril. Intelectuales como Santiago Alba Rico, CIara Serra o Ignacio Sánchez-Cuenca son tres nombres que aportan esa claridad imprescindible en estos momentos.

“El problema, sin duda, es que la izquierda ha abandonado a la gente común; pero el problema mayor es que la ha abandonado en mano de la derecha, que desprecia el amor a los desconocidos como ‘buenista’ y la fidelidad a los principios como ‘cosmopolita’. Pero el amor a los desconocidos es civilización; y la fidelidad a los principios es derecho”, escribió Santiago Alba Rico en un artículo en el que argumentaba que lo que está en disputa entre izquierda y derecha es algo tan elemental como el sentido común. El mismo que defiende Clara Serra cuando desmonta apriorismos sobre el feminismo y conceptos como el consentimiento. Cuando la izquierda recurre al Código Penal para resolver conflictos sociales o políticos se equivoca. Y si lo hace para abrazar el punitivismo yerra doblemente. 

La pregunta incómoda pero imprescindible que la izquierda debe formularse observando qué ha pasado en Francia o Italia es por qué cada vez más ciudadanos no la ven como la respuesta a los grandes problemas que tenemos. La respuesta, también incómoda, pero acertada la ha dado Sánchez-Cuenca: “La [izquierda] socialdemócrata se ha vuelto claramente conservadora y defensiva, con la mirada puesta en los años dorados del Estado del bienestar. La más radical y alternativa, por su parte, cultiva una actitud apocalíptica, anunciando el colapso civilizatorio, con un mayor énfasis en la denuncia de los peligros e injusticias del sistema que en los medios para superarlos”. No es solo un problema de mensaje pero la desconfianza política, como añade este pensador, siempre perjudica más a la izquierda que a la derecha. Hecho el diagnóstico, lo importante es que la izquierda, al menos en España, aún está a tiempo de reconducir los errores.

(Probablemente algunos de ustedes preferirían no haber leído este artículo. Espero que sean pocos. Solo aspiraba a ser un texto honesto). 

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