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Juan y Medio, le presento a Pierre Bourdieu

Barbijaputa

Cuando las feministas protestan por algo dicho o hecho por un machista, éste suele desechar las críticas; al fin y al cabo las que “ladran” son mujeres. Eso sólo puede significar que él cabalga.

Juan y Medio ha optado por esa respuesta ante las críticas a su “broma”: “Ladran, luego cabalgamos”.

Luego, tras el baile y el “chincha rabiña, mira qué poco me afecta a mí la maldad de algunas”, nos dedicó algunas palabras más.

Juan y Medio hace gala de la soberbia que a veces da la ignorancia: “Es verdad que sólo tenemos una trayectoria de... ya va camino de los 15 años, y quieras que no te pilla de nuevas -ironiza-. Que no, que hay que tomarse las cosas un poquito con más calma” acaba diciendo, por si alguien no pilló el sarcasmo.

Nos encontramos, una vez más, con un hombre que siente que una crítica feminista es contra su persona, y no contra los hechos puntuales que se le recriminan. Se les antoja a menudo desmedida y sin ningún sentido (incluido el sentido del humor, del que nos presuponen carentes).

No consideran que hayan podido hacer nada reprochable ni que las críticas sean legítimas, y a menudo dan por hecho que están basadas en lo de siempre: la amargura, la envidia de pene (Freud hizo mucho daño), la fealdad y/o la gordura de quienes realizan dicha crítica.

Se me ocurre que podemos presentarle , a todos los Juanes y Medio, al hombre que acuñó el término “violencia simbólica”, Pierre Bourdieu, sociólogo francés: ni gordo, ni feo, ni con traumas freudianos. A ver si así.

La violencia simbólica es aquella que, al estar integrada y normalizada en una sociedad, es aceptada sin rechistar incluso por quienes la sufren (imaginen cómo de invisible será para quienes no).

Por ejemplo, las letras machistas de las canciones, las películas que hacen apología o humor de la tortura animal, los chistes racistas, los anuncios basados en estereotipos y que ponen siempre a mujeres si el producto es un detergente o a un hombre si lo que se vende es un taladro. Nuestra sociedad está impregnada de violencia simbólica, la cual está tan normalizada y aceptada, que el bicho raro acaba siendo quien intenta problematizarla... mucho más si el bicho raro, es una persona o un grupo que sufre sus consecuencias directamente. Se le tacha de victimista, de exagerada o llorón, de no tener humor, o de no “tomarse las cosas con calma”.

Las consecuencias de seguir normalizando toda esa simbología, es que cuando sucede un acto de violencia -no ya simbólica, sino física- esa misma sociedad justificará al agresor y culpará u objetificará a la víctima. Por ejemplo: “Los toros no sufren, si las corridas no existieran se extinguirían” o “No queréis que os metan mano pero vais a sanfermines y enseñáis las tetas” o “También habrá que ver qué ha pasado, qué ha dicho ella para que la acabe matando” (este tipo de cuestiones no sólo son repetitiva en los comentarios de las noticias sobre feminicidios, recordemos que el Ministerio de Interior está llevando a cabo un estudio para ver por qué los hombres matan a las mujeres, con entrevistas a los feminicidas, para que se expliquen).

En resumen, la “broma” de Juan y Medio -pactada o no, porque ya sabemos que las propias víctimas lo normalizan- no es más que violencia simbólica: un hombre usando unas tijeras para dejar desnuda frente al público a una mujer que se niega y grita “No”. En España, una mujer denuncia cada 8 horas en una comisaría que un hombre las agredió sexualmente contra su voluntad, y las denuncias sólo son una pequeña parte de la violencia sexual real que sufrimos. Con esa “broma”, estamos reforzando el concepto que la sociedad tiene de violencia sexual: sólo aquel que ejerce un extraño con pasamontañas en un portal. El resto, forma parte del humor, de lo cotidiano, del “no hagas un mundo de eso”. Sin embargo, la mayoría de violaciones denunciadas no son en ese escenario, sino que el violador forma parte del entorno de la víctima.

No es raro, en este contexto, que las mayoría de mujeres no denuncien. Ya es bastante duro sufrir una agresión sexual, como para encima ser culpabilizada por la misma, y comprobar que te acusan de mentir, de querer arruinarle la vida a quien te agredió. Hasta en un juicio, la jueza puede dudar de que tú cerraras bien las piernas o no. A la jueza no le pasó nada, como ya hemos sabido, pero la víctima, en resumen, recibió la violencia sexual y, más tarde, la de quien debió hacer justicia: violencia institucional. Y este es sólo un ejemplo de los muchos que existen sólo en nuestro país: ejemplo que no deja de ser otro mensaje más con violencia simbólica, que alerta al resto de mujeres: esto es lo que puede pasarte si denuncias.

Cuando desde el feminismo se carga contra “bromas” como las de Juan y Medio, con chistes machistas, con anuncios que hipersexualizan el cuerpo de las mujeres, o con cualquier otro tipo de violencia simbólica, sólo se está problematizando algo que no debería estar normalizado,  porque somos nosotras quienes lo sufrimos. Y lo mismo sucede con el racismo, con el capacitismo, con el especismo, con el clasismo, etc.

No estamos ladrando, señor Juan y Medio, estamos luchando para que los machistas dejen de galopar sobre nuestras cabezas: porque ni los caballos existen para que se suban en su chepa, ni las mujeres para que nos pisoteen.

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