La jueza infiel
María Elósegui sostiene que “la fidelidad es el valor más importante para la felicidad de la pareja”. Es probable que ese valor, el de 'la fidelidad', se convierta, paradójicamente, en un caballo de batalla para la jueza que va representar a España en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). Y es que todo parece indicar que, haga lo haga, Elósegui, si no lo ha sido ya, está abocada a ser infiel.
Para su nuevo puesto, la catedrática debería renunciar a la 'fidelidad' que la une a aquellas creencias -más religiosas que científicas- que la llevan a sostener (en contra de lo que dice la Organización Mundial de la Salud y la propia Unión Europea) que la homosexualidad y la transexualidad no son conductas sanas sino patologías. Sin embargo, lo prolífico y arraigado de sus tesis invitan a creer que es difícil que esto vaya a suceder. Lo más probable es que la jueza prefiera serle infiel al principio de Universalidad sobre el que pivota la normativa de Derechos Humanos por la que ella debería velar. Ese que prohíbe la discriminación también por motivos de orientación sexual e identidad de género y que cada día avanza hacia una mayor despatologización de la diversidad afectivo sexual.
Sería interesante saber si, hasta ahora, María Elósegui desconocía la existencia de este Principio y también del artículo 21 del capítulo de “Igualdad” de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE. Instrumento que, con carácter vinculante, prohíbe a los Estados discriminar a las personas LGBTI. Pero por otro lado, me extraña, viendo su trayectoria en otras causas y su compromiso contra el racismo, que ignore que la UE está obligada a luchar contra cualquier tipo de discriminación (algo que también recoge el artículo 14 de Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales).
Si esto fuera así, si la jueza conocía los tratados que ahora debe garantizar, no se entiende que con su ideario (no solo sobre la homosexualidad, la transexualidad sino también sobre el aborto, los preservativos, la educación sexual…) se vea capaz de ser fiel a la misión de la máxima autoridad judicial a la que ahora va a pertenecer. Puede haber ocurrido que, al igual que lo intentó Pérez Cobos, haya sobredimensionado sus competencias profesionales ante el órgano decisor con el ánimo de influir. Puede que sepa inglés pero se ha hecho pasar por la defensora de los derechos humanos que no es.
Para averiguarlo habría que preguntar a María Elósegui qué piensa del Informe Lunacek, la hoja de ruta que el Parlamento europeo aprobó en el 2014 para luchar contra la homofobia y la discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género.
De esta forma podríamos corroborar si su opinión (tal y como hasta ahora se deduce) coincide con los titulares de medios como Info Católica, Religión Digital, Hazte Oír, Info Vaticana: “El rodillo totalitario y la educación sexual”, “El ataque a la familia”, “Lunacek y las aberraciones de nuestros parlamentarios”, “La pedofilia y el odio contra Dios y la Iglesia”… De ser así, es clara su falta de cualificación para un Tribunal que debe garantizar que no haya excepciones al principio de Universalidad.
Quizá nos sorprenda María Elósegui estos días realizando declaraciones más acordes a las de la jurisprudencia del propio TEDH. Tribunal que ya en su momento se autoenmendó, en el año 2002, cuando por fin entendió y defendió que los transexuales son un colectivo vulnerable cuyos derechos fundamentales (derechos civiles, asistencia sanitaria, educación, empleo…) no están convenientemente protegidos en la legislación interna de muchos Estados miembros del Consejo de Europa.
Precisamente, son las corrientes ideológicas como la que defiende la nueva jueza las que alimentan la violencia y discriminación hacia las personas por nuestra orientación sexual e identidad de género. De haber patologías entre la población LGBTI son fruto de la retórica de discursos y acciones que niegan nuestra existencia. Debería saber Elósegui que no se puede ser “juez y parte” en aquellos asuntos donde está en juego la dignidad de otra persona. Aún está a tiempo de rectificar y de evitar una infidelidad. La suya.