Las latinas somos…
Había visto por redes sociales que se estaba presentando una obra de teatro de la compañía Teatro Sin Papeles, llamada “Las latinas son”, con ese nombre imposible que no llamara mi atención (soy colombiana), así que aproveché el ciclo de cultura antirracista que organiza por estos días S.O.S Racismo Madrid y fui a verla con unas amigas y con mi pareja. Empezaré diciéndoles que ha sido uno de los shocks emocionales más fuertes que he sentido en toda mi vida con una obra artística, que ahora mismo mientras escribo, poco más de doce horas después de verla, sigo pensando en ella y soy más emociones que ideas, así que desde ese lugar emocional escribo esta columna esperando transmitirles algo.
Cinco mujeres de diversas nacionalidades y edades, solo una de ellas actriz profesional, sin mucha utilería y con una potencia escénica tremenda, muestran las opresiones, discriminaciones y distintas violencias a las que se enfrentan en España las mujeres migrantes latinoamericanas y del Caribe. Una obra escrita y actuada con un dolor visceral, uno que el público es capaz de sentir desde el minuto uno y que habla incluso, desde sus propias experiencias de vida. La obra la crearon entre todas, como lo comentó al final su directora, Camila Pinzón Mendoza, en un espacio para preguntas del público, espacio que yo aproveché para agradecer y para sorpresa mía –que decidí hablar cuando se suponía que me sentía tranquila, porque toda la obra fue un sube y baja de emociones– para llorar, fue inevitable que mientras hablaba la voz se me quebrara y luego, que el llanto llegara. Ellas habían logrado sintetizar el sentimiento de muchas, de las que estábamos allí y de las que no estaban también; de las que hemos vivido en nuestra piel la discriminación a cualquier nivel (personal, sentimental, laboral, económico, legal, institucional, etc) y enfrentarse con eso resultó ser terapéutico y como casi toda terapia cuya pretensión es sanar, a veces duele.
Es altamente probable que alguien que me lea y haya ido a verla no se sienta recogida/o en lo que estoy diciendo y eso es natural, cada quien lo vive y habla desde su propia historia y por eso he titulado esta columna “las latinas somos”, porque yo soy parte de eso que esas mujeres contaban en la obra. Confieso que en ese momento solo sentía dolor y recordaba algunas cosas, pero luego mi cerebro, tal vez respondiendo a la incesante pregunta que me hacía del ¿por qué estaba tan afectada?, empezó a recordarme esas veces en que por ser una mujer latina lo pasé mal y que en algunas de esas ocasiones, entonces, también lloré.
Quisiera contarlas aquí todas pero el espacio me lo impide, así que solo hablaré de algunas. Por ejemplo, las incontables veces en que haciendo trámites burocráticos, me trataron mal, me gritaron, no me informaron y salí de allí desesperada y pensando “si esto me lo hacen a mí que hablo español ¿qué no le harán por ejemplo a una mujer africana que no lo hable?”; o cuando trabajé dos semanas lavando barcos en verano para conseguir dinero y seguir estudiando, pero al final no pudieron contratarme –por mis documentos–y no me pagaron ninguno de esos días que trabajé, a pesar de que salí de allí enferma por todo el polvo que recibí, que era incompatible con mis alergias; cuando perdí amigas españolas porque en aquel momento en que estaba en una crítica situación económica, en la que solo tenía dinero para vivir un mes y me iban a sacar del piso donde vivía, apenas atinaron en decirme “¿Y no has pensado en regresarte a tu país? allí seguro vas a estar mejor”. Una de ellas era alguien que conocía a mucha gente en diversos ámbitos sociales, políticos y académicos; nunca siquiera recibió mi currículum –para entonces ya era jurista y master en DDHH con bastante experiencia–no pensó en mí para nada distinto a trabajos de cuidados un par de veces, que lógicamente acepté porque necesitaba el dinero.
El racismo también se mete en la cama y el corazón. Ahora mismo recuerdo dos ocasiones con chicos distintos con los que salí. Uno me dijo que yo era prácticamente una chica diez, inteligente, guapa, divertida, pero que la verdad era que no se imaginaba llegando conmigo a su casa y presentándome a su padre, siendo yo latina y sin dinero. El otro dijo que yo era una chica con la que se sentía muy bien, pero que no tenía el tipo de belleza que le gustaría presentarle a sus amigos.
Les hablo de esto porque a veces decir discriminaciones y opresiones no conecta de la misma manera que los relatos y experiencias, y estas son solo algunas de las que a mí, como mujer migrante latina, me han dolido, que frente a otras realidades son una absoluta tontería, pero son las mías. Soy consciente de los privilegios que tengo, entre ellos una columna de opinión en un diario como este, por eso he decidido contarlas aquí, donde seguro que más mujeres racializadas van a verse identificadas y seguro que algunas de las personas que no lo son podrán entenderlo mejor y al final podremos seguir sumando para trabajar y eliminar estas realidades dolorosas que menoscaban la vida de las personas.
Incluso las pequeñas cosas que pueden no resultar tan pequeñas, hacen la diferencia, por ejemplo, mientras veía la obra, un trocito de ella me hizo recordar que meses atrás, cuando mi pareja y yo buscábamos piso, él asumió la labor de llamar a cada casero y cada inmobiliaria –que fueron muchos– para ahorrarme los momentos incómodos. No me lo dijo entonces, ninguno de los dos lo hizo, pero fue así, sabía que tiempo atrás yo no lo había pasado muy bien con eso tampoco y se lo agradezco mucho. Es muy importante que las personas de nuestro entorno (que no son racializadas) entiendan esto de lo que hablamos, y nunca lo vayan a vivir. La práctica cotidiana hace la diferencia.
Vayan a ver esa maravillosa obra hecha por mujeres valientes y poderosas, de verdad no van a quedar indiferentes. Compañeras de nuevo muchas gracias y como lo aprendí de ustedes: “sumé mi luz y juntas somos más fuertes”.
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