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Leonor, calienta que sales

La princesa Leonor jura la Constitución en el Congreso de los Diputados.

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Si algo bueno tiene ser un Borbón es que con la mayoría de edad no te pueden hacer la broma típica de: “Ahora ya puedes ir a la cárcel, ¿eh?” que te suelta tu tío junto a un codazo cariñoso y veinte euros con argucia mientras intentas comer un pedazo de tarta. A Leonor le han regalado por su décimo octavo cumpleaños una campaña de marketing que ya la habría querido Íñigo Quintero, chaval que se ha convertido en una especie de Quevedo de los Salesianos de Emaús. De un tiempo a esta parte, las rotativas de las revistas del corazón andan funcionando a máxima capacidad y todos los súbditos hemos podido saber qué compi de la mili le mola, cuál es su asignatura favorita del adiestramiento militar o lo de su puente aéreo para pasar los findes en casa. Si la estrategia era que nos cayera bien, no van por buen camino. A los diecisiete años yo estaba pensando en si hacer ingeniería o historia o en qué narices estaba pensando Mourinho para no convocar a Kaká, o en cuando iba a llegarme aquella multa por hacer botellón. 

Cada vez que Felipe VI ha generado para la Casa Real una crisis de popularidad, han sabido utilizar bien el banquillo –no como Mourinho, aunque ese es otro tema– y sacar a la palestra a la reina Letizia, que siempre aparecía como diciéndole: “Quita, anda, inútil, que eres un inútil”, y con sus maneras perfectas y su saber estar digno de una presentadora de televisión ha conseguido arrancar simpatías en parte de la izquierda. Para que vean que en este país nos conformamos con poquísimo. No sabía que la monarquía era algo debatible dentro de la izquierda. Leonor está haciendo ejercicios en la banda, porque su padre lleva quemado desde el 1 de octubre de 2017.

A su abuelo no lo dejaron organizar la fiesta, así que tuvo que ser aburridísima. Hubo un acto en las Cortes en el que prometió guardar y hacer guardar la Constitución y jurar fidelidad al rey. O sea, a su padre. No sé. Está ocupadísima esta gente, es increíble. El evento trajo consigo una retahíla de parafernalia palaciega que ha hecho que articulistas y columnistas de opinión de derechas saquen pecho y exhiban su vello canoso en tribunas de todo el país. La España feudal sigue vigente.

Leonor ha entrado en la mayoría de edad y la que se le viene encima no es pequeña. Para empezar, el futuro de la monarquía es como aquella mancha que me salió en la espalda el verano de 2019, una cosa que hay que tener vigilada. La popularidad de Felipe VI sigue de perfil bajo; si no tenían suficiente con la izquierda, ahora tienen a un sector de la derecha más desquiciada lepenizándose por despecho. Leonor y Letizia representan la cara amable de la monarquía, la voz más moderada desde la garganta más profunda del Estado, una forma mucho más civil que castrense de comunicarse. Cuando la muchacha empiece a ir en traje militar a los piscolabis de la aristocracia, veremos. En este sentido, el papel que ha adquirido tiene más que ver con su utilización como un engranaje de rejuvenecimiento mediático de una institución que tiene más años que el andar erguido, antes que la persecución de una serie de objetivos de igualdad. Ahora bien, ¿se está colando el feminismo en la monarquía? Cuando la Constitución dice que “la sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”, ya nos puede ir quedando claro que no. Pero mi amiga Aída dos Santos me dice: “La monarquía es una institución a abolir, pero eso no quiere decir que no sea feminista que Letizia tenga más poder del que tuvo Sofía”. El problema, digo yo, llega cuando tus apoyos vienen de un sector de la sociedad que poco les falta para defender el derecho de pernada. 

Leía el otro día que la heredera al trono jamás podrá fumar porros ni formar una banda de rock. Es una pena, porque me fliparía verla en el Viñarock, pero sigo sin entender esta pleitesía al hedonismo –gandulería– de la jefatura del Estado. Mientras mi generación se hunde en la precariedad y tenemos que diluir nuestras expectativas y se nos cae el mundo encima y todo está sumergiéndose en la oscuridad a nuestro alrededor; mientras todo esto pasa, hay un pazguato obsesionado con no sé qué de una amnistía, un tipo disfrazado de sota de bastos en la tribuna del Congreso de los Diputados y hay además gente pasando frío en la puerta, contentísima. 

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