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Leyendo la cartilla electoral

Carles Puigdemont, en Bruselas, en una imagen de archivo.
26 de julio de 2023 22:20 h

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La realidad no es lo mismo que la verdad. La realidad son sólo detalles

Sándor Márai

No sé si sólo los niños del norte tenemos clavadas en nuestro recuerdo más querido las cartillas Amiguitos, publicadas en Burgos por las ediciones de Santiago Rodríguez, esas que tenían una Minerva como emblema y que acompañaron el primer tránsito por unas letras que luego han cubierto nuestra vida. La te con la o, to. To-ma-te. Aún puedo ver la página en la que reinaba un fruto rojo con todas las combinaciones vocálicas posibles con la letra te. Me ha venido a la cabeza al constatar qué poca habilidad tienen algunos para leer la realidad. No sé, es posible que tanto darle al relato, una forma de ficción, hayan olvidado el sencillo ejercicio de juntar las evidencias para obtener una lectura precisa de lo que está sucediendo. Algunos políticos son los primeros que están leyendo fatal las elecciones, fiados en sus adláteres y glosadores, pero si desean conseguir una aproximación a lo que sucede o puede suceder les sugeriría leer la realidad, sin miedo, porque conocerla y asumirla, por mucho que te resulte odiosa, es la única forma de lidiar con ella.

La cartilla le hace mucha falta, por ejemplo, al PP. No sé cuánto les va a costar entender que no podrán gobernar nunca hasta que le den la espalda al neofascismo de Vox, hasta que claramente no estén dispuestos a aceptar que con esa compañía en este país, que es más que Madrid y más que tus medios amigos, no vas a conseguir sumar nunca. Los resultados se leen con soltura. Fue la mera posibilidad, aunque Feijóo galleguizara insistiendo en que no le gustaba, la que impidió que se diera el trasvase de voto de centro que esperaba y la que movilizó al voto de izquierda reticente. Entre Sánchez y la España que contiene a Vox, el país dijo que Sánchez y sus socios le dan menos miedo. Por eso no se entienden los movimientos telúricos iniciados por Esperanza Aguirre que pretenden leer el resultado electoral como una “necesidad” del liderazgo de Ayuso, un producto tan local que muy mal casaría con las lecturas territoriales que es imprescindible hacer.

Que no, que el PP no tiene nada que hacer hasta que se deshaga de la sombra de la mera posibilidad de llevar a los energúmenos de Vox al gobierno de la nación. Nada que hacer. Se pongan como se pongan. Que a lo mejor la gente se fijó en otras cosas o no le echó tanta cuenta cuando se trataba de los gobiernos de proximidad pero que es obvio que entregar el poder central a la ultraderecha no entra en los planes de los españoles. Vox no, con Vox nada. Esa era la frase redonda de la cartilla de Amiguitos electoral. No les digo ya nada de esos planes lanzados por un señor del propio partido problema, del que no sabemos si manda algo ya, de conseguir unos tránsfugas socialistas para acompañar. O del analfabetismo político de la propia Ayuso cuando dice que “ya está hecho el pacto”. Señora, ¿no le da vergüenza saber tan poco de lo que habla?

La segunda cuestión que hay que leer es la verdadera situación de Catalunya y los problemas que presenta una investidura para la que es necesaria al menos la abstención de Junts. Para este ejercicio de lectura real no creo que nos valga la Amiguitos, a lo mejor se necesita la Primeres Lletres u otra similar. No se pueden analizar las posibilidades de pacto sin entender que a Junts no le mueven la gobernabilidad española ni los parámetros ideológicos del resto del Estado. Que a Junts no le penalizaría con los suyos votar en contra de Sánchez, aunque votaran lo mismo que Vox que no con ellos, porque lo que Puigdemont tiene que reivindicar con los suyos es que su postura sigue siendo netamente independentista, que no se va a vender por un plato de lentejas para él como afirma que ha hecho Junqueras y porque, en todo caso, además de avanzar en sus objetivos de autodeterminación exige el fin de la represión penal de un problema que es político. 

Eso es lo que pone en la cartilla de Junts. Puigdemont tiene que conseguir acabar con las decenas de procedimientos judiciales que amenazan a miles de simpatizantes de sus ideas independentistas en los juzgados catalanes y que, a partir de febrero del año que viene, pueden empezar a ser condenados e ingresar en prisión. Sin ese plato sobre la mesa es muy dudoso que entren a comer. Leer la realidad no es que te guste sino constatar que está ahí. Si el de Waterloo mantiene hasta el final esa demanda y, por ello, volvemos a tener que votar, él sólo conseguiría movilizar a su electorado más hiperventilado que se quedó en casa decepcionado. Así que va a haber que hablar con él del reconocimiento político de lo que sucedió en Catalunya y de terminar con la represión judicial emprendida con el gobierno Rajoy y que soslaya impenitentemente el problema político de fondo. Siempre he defendido que el derecho penal entró de forma espuria en esta cuestión, como una delegación rajoyesca, pero ese marco lo ha comprado después hasta el PSOE para no pasar por mal patriota. En el pecado tenemos la penitencia. Una buena pedagogía sobre cómo se ha forzado el Derecho para castigar a los catalanes hubiera venido bien ahora.

Nada de “no les queda otra” ni “no pueden votar con los ultras” ni “los límites de la Constitución y el cumplimiento de la ley”. Ese pacto exigirá, de llegar a buen puerto, de una negociación de fuerte calado político que intente establecer una posición sobre Catalunya que no sea la de golpear con el Código Penal a los que quieren independizarse, sean muchos o menos, porque, como queda visto, acaban por ser decisivos. Y es que la gobernabilidad constitucional es prácticamente imposible prescindiendo de la realidad de que existe un porcentaje de población catalana y vasca que quiere salir de España. Te gustará, no te gustará, te llevarán los demonios, te parecerá inaceptable, pero es la realidad y está ahí desde hace un par de siglos. El tratamiento que la Constitución da a los partidos independentistas y soberanistas a la hora de estar representados en la gobernanza central no es casual sino fruto de la asunción de la realidad. 

Así que se trata, más que nada, de negociar sobre una solución política al conflicto catalán que, no me cabe duda, se va a intentar. Una de las ventajas de los socialistas sobre la derecha es que son más capaces de ver lo que tienen delante y reconocer cuando llega el momento de asumirlo. Los máximos son imposibles pero un buen negociador sabe que siempre hay un camino que abrir. No me cabe duda de que será un buen negociador el que se encargue de ellos, por más que nos distraigan mencionando a unos u otros que, la verdad, no tienen entidad para acometer una tarea de este calado. 

Sólo llevan razón los que dicen que esto va para largo y que precisa de calma y de conversaciones reservadas y amplias. Eso es lo que pone en mi hoja de la cartilla y lo que deberíamos respetar. A veces hay que sentarse a hablar, hasta con el diablo. No es la primera vez que un socialista potente lo hace en este país ni será la última. 

Silabeando podemos llegar a acuerdos, pero sólo si leemos bien la realidad.

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