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¿Por qué lo llamamos “pánico bancario” si el miedo es todo nuestro?

Cola en la oficina de Silicon Valley Bank (SVB) en Santa Clara, California, el 13 de marzo de 2023

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“Nada hay más miedoso que un millón de dólares”, dice la vieja frase liberal que repetimos cada vez que le vemos las orejas a otra crisis financiera. Pero no es verdad: lo que de verdad da miedo es no tener un millón de dólares cuando llega una crisis, ser el pringao que acabará pagándola. Y algo más terrorífico: que el millón lo tengan otros y lo usen para jugar en el casino financiero. Es como ese otro chascarrillo de economistas: “Si le debes cien euros al banco, tienes un problema; si le debes cien millones, el problema es del banco”. Es decir, nuestro.

“Pánico bancario”, leemos en toda la prensa tras caer un banco norteamericano y otro suizo. ¿Cómo que pánico bancario? ¡Pánico ciudadano! Que aquí los únicos que nos cagamos de miedo somos los de siempre, los que sin ser banqueros ni tener acciones, acabaremos pagando la broma si va a más.

¿No aprendimos nada de la crisis de 2008? Por no aprender, ni siquiera aprendimos a hablar con propiedad. Seguimos diciendo “pánico bancario”, igual que seguimos usando metáforas-trampa que nos hacen ver las crisis financieras como un fenómeno de la naturaleza (“terremoto bancario”, “tormenta bursátil”), una enfermedad (“miedo al contagio”, “sangría”) o un accidente (“incendio en los mercados”, “las bolsas se desploman”). Metáforas que despersonalizan a los responsables mientras personalizan seres imaginarios (“los mercados”) y nos dejan en manos de “rescatadores”, “cirujanos” y “bomberos”.

El lenguaje nunca es inocente, y el de la economía menos que ninguno. No es verdad que “el dinero tiene miedo”, ni que se produzca una “reacción emocional” en los mercados. Los inversores no “se contagian del pánico” llevados por la “pérdida de confianza”, como si fueran seres irracionales, impulsivos, asustadizos. Al contrario, lo que origina las crisis financieras no es emoción y pánico, sino actores muy racionales, que saben bien lo que hacen, y que cuentan con tecnología a su servicio para operar más rápido y más volumen, provocando subidas y bajadas bruscas en las que siempre hay alguien que gana mucho dinero. Según leía ayer aquí mismo, Bloomberg calcula que en solo unas horas los inversores a corto ganaron al menos 140 millones de dólares apostando a la caída de las acciones de Credit Suisse.

En nuestro imaginario el mundo financiero sigue habitado por bancos que prestan dinero y guardan ahorros, mientras en el viejo parqué bursátil unos señores gritan “¡compra!, ¡vende!”. Pero desde hace décadas el mundo financiero tiene más que ver con productos bancarios complejos y ajenos a la economía real, sofisticada ingeniería financiera, fondos de inversión, buitres, emiratos árabes, trading, cortoplacistas, bots y algoritmos que mueven millones de operaciones por segundo. Todo funciona bien, el dinero fluye a la velocidad de la luz, los especuladores ganan obscenamente, los bancos multiplican beneficios, las empresas encuentran financiación para crecer (o practican su propia ingeniería financiera), la lluvia fina nos salpica un poco a los de abajo… hasta que provocan una nueva crisis, vuelven los incendios, terremotos y contagios, se desploman varios bancos, los cascotes alcanzan a la economía real, los bancos centrales y gobiernos salen al rescate con sus mangueras, y los trabajadores rezamos porque esta vez sea susto y no muerte.

Y vuelta a empezar, hasta la siguiente crisis, porque hace mucho tiempo que las crisis financieras son el motor del capitalismo, su principal instrumento de ganancia. Aunque hagamos como que no lo sabemos.

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