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Las llaves del 15M siguen siendo de casa de los padres

Miembros de Juventud Sin Futuro avanzando por la calle Preciados (Madrid) el 15 de mayo de 2011.
16 de mayo de 2024 22:06 h

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Eran días soleados y la algarabía política se instaló en la Puerta del Sol. Era 15 de mayo pero San Isidro perdió protagonismo en Madrid: mucha gente joven había dicho basta y se había plantado en el corazón de España para que se la viera y escuchara. Era el 15M, aunque entonces no sabíamos que se convertiría en un movimiento. De aquello se cumplen ahora trece años. 

Visité mucho la plaza aquellos días y recuerdo la incomodidad que me hacía sentir uno de los cánticos allí coreados en las protestas. Los jóvenes enarbolaban su llavero, lo hacía tintinear y gritaban: “Estas llaves son de la casa de mis padres”. Yo no era ya tan joven y mis llaves eran mías: por honestidad no podía enarbolarlas ni gritar con ellos, aunque estaba allí como tantos que compartían sus reivindicaciones. 

Trece años después los problemas de vivienda de los jóvenes se han agravado, según un informe que acaba de hacer público el Banco de España. En aquel 2011 que vio nacer el 15M, se tenía vivienda en propiedad en el 70% de los hogares cuyo cabeza de familia era menor de 35 años. Hoy sólo la tiene el 30%. En 2008, el 52% de los jóvenes menores de 35 años seguían viviendo en casa de sus padres. Hoy lo hace el 65%. Si vuelven a las calles a gritar “estas llaves son de la casa de mis padres” serán más y harán más ruido. 

A pesar de ello no se puede decir que el 15M no cambiara nada. Se politizó mucha ciudadanía hasta ese momento convencida de que la política era algo que hacían los políticos y no los ciudadanos. Eso fue positivo. Sin embargo, de los partidos nuevos queda un rastro de líderes jóvenes que dejaron bellos cadáveres políticos. También un reguero de frustración. Y Vox.

Se politizó asimismo el entretenimiento televisivo o, si se quiere, la política alcanzó las más altas cumbres del espectáculo. Las audiencias de tertulias y debates tocaron la cima. De eso nos ha quedado un debate público de pésima calidad, orientado al entretenimiento y la destrucción de reputaciones, más que a la información veraz y los problemas reales de la gente. Las audiencias de entonces se sobrecogían con el drama de los desahucios; hoy las cadenas propulsan el negocio de las alarmas difundiendo el temor a la okupación. Nos distraen con el miedo, mientras las llaves siguen siendo de la casa de los padres. 

El problema se enmaraña porque en España la principal fuente de riqueza de las familias la constituyen las viviendas en propiedad. De manera que, si se fomenta la vivienda pública en alquiler se solventará la necesidad de emancipación de los jóvenes, pero no disminuirá la brecha de desigualdad entre generaciones. Por otro lado, si se facilita la compra de vivienda por los jóvenes, se seguirá tratando como un mero bien de mercado, una hipótesis cuyas nefastas consecuencias ya hemos contrastado empíricamente. En un tercer giro del bucle, los bajos sueldos de los jóvenes lastran también su posibilidad de poner en marcha un proyecto vital. La vivienda no es sólo un derecho, sino también la premisa básica para disfrutar otros. Recordemos, por ejemplo, el artículo 16 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que protege el derecho a “casarse y fundar una familia”. 

A veces los acontecimientos no sólo suceden, sino que vienen subrayados en amarillo fluorescente para obligarnos a ver lo que pasamos por alto. La casualidad ha querido que el fin del procés se haya certificado en las elecciones catalanas del pasado domingo, tres días antes del aniversario del 15M. Nos recuerda qué hizo entonces el nacionalismo, de izquierdas y de derechas. Aquellos jóvenes no pedían, ni siquiera en Cataluña, una identidad nacional, un pasaporte o una nueva frontera europea. Sin embargo, eso fue lo que les ofrecieron. El procés quedará para la historia como una de las más aparatosas operaciones de las élites para desviar la atención de lo social a lo identitario. Como país, hemos derrochado mucha energía en abordar el delirio de quienes querían las llaves de su castillo. Y por eso, entre otras cosas, un mayor número de jóvenes sigue llevando las llaves de la casa de sus padres. 

Algunos aseguran que no debemos preocuparnos, que algún día esos jóvenes heredarán pisos a mansalva. Será así en muchos casos. Se volverá a poner de manifiesto que en España las familias tapan con demasiada frecuencia los agujeros de nuestro débil Estado del bienestar. Y paradojas de la vida, aquella generación del 15M que hacía tintinear sus llaveros en la Puerta del Sol, por fin podrá decir que lleva en el bolsillo las llaves de su casa, aunque sea la de sus padres.

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