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Marchas de la dignidad: el eco del 'big bang'

Miguel Roig

Las largas marchas desde todos los puntos de España al final llegaron a Madrid. En un artículo en este diario Olga Rodríguez afirmaba que somos un territorio suficientemente abonado por la crisis para convertirnos en una filial de China en el Europa del Sur. El dato viene avalado por un banco de inversión francés que incluye el pronóstico en uno de sus informes, con lo cual después de hacer estallar la burbuja inmobiliaria y mientras nos preparamos para resistir la burbuja privatizadora, es decir, agotados los tangibles el mercado se orienta hacia la salud, las pensiones y una dinámica y prospera burbuja que, tal como lo prevé y anhela el citado banco francés, podría ser laboral.

Aquí caben algunos matices. El primero es repasar la composición de la tasa de ocupación de Alemania y constatar que allí la creación de empleo se sustancia en los llamados mini jobs, que como todos saben son puestos de trabajo de tiempo limitado a pocas horas diarias y con una remuneración paupérrima. Otro tanto se puede decir de los contratos que no estipulan las horas de trabajo, como McDonald’s en Reino Unido, con lo cual se encara la jornada sin saber si esta ocupará una labor de doce horas o de dos, o trabajar tres días sin parar hasta llegar un punto sin retorno como le ocurrió a un becario empleado en Merrill Linch y que falleció en la capital inglesa después de semejante tour de force.

Otro matiz digno de apuntar es que la comparación terca con China oculta otro referente no menos digno: Estados Unidos. Sin que quede claro muy bien porqué se evita esta referencia ya que el proyecto de Bruselas y el de Moncloa –al menos con el Partido Popular dirigiendo desde allí el destino del país–, poco difiere del modelo norteamericano. El actual American way of life, incluye un menú en el que los salarios son ínfimos, el despido es libre, la salud y las pensiones son privadas, en tanto que la educación pública es de un nivel poco asumible.

El paisaje que se vislumbra entre los escombros del comunismo chino y el American dream hacen ver a las claras que en 1989 el Muro se cayó de los dos lados.

Una simple mirada a Detroit, cuna del fordismo en el anterior siglo y motor del sueño americano, hoy está convertida en una tierra baldía.

Como consecuencia de la gran crisis, el gobierno de Barack Obama nacionalizó General Motors y vendió Chrysler a la Fiat y a un fondo de pensiones de un sindicato automotriz. El declive de estas dos macro empresas del motor, al igual que Ford, también con sede en Detroit, ha ocasionado el ocaso de la ciudad.

La tercera parte de la población de Detroit vive bajo el umbral de la pobreza. Hay una gran cantidad de calles en la ciudad que carecen de alumbrado público porque el ayuntamiento no puede hacerse cargo del servicio por falta de recursos. A principios de marzo de 2013, el gobernador de Michigan, Rick Snyder, declaró a Detroit en emergencia financiera y nombró un interventor que en junio pidió un “sacrificio compartido” entre todos los acreedores de la ciudad y anunció la suspensión de los pagos de deuda no garantizada. El FBI consigna que en 2011, Detroit fue la segunda ciudad más violenta de Estados Unidos con un promedio de veintiún crímenes por cada mil habitantes. Se han despedido policías, bomberos y otros funcionarios, y un sesenta y tres por ciento de sus habitantes ha abandonado la ciudad. Detroit es una jungla de casas deshabitadas, garajes vacíos, teatros mal mantenidos y centros comerciales en franca decadencia. Ese es el paisaje que ha dejado la gran crisis en la ciudad: deslocalización masiva con la consecuente pérdida de puestos de trabajo -de los cien mil de Ford en 1950 a los diez mil actuales; de los ochenta mil de General Motors en los sesenta a cinco mil en la actualidad.

Se antoja difícil el futuro, entonces, cuando tanto desde oriente como de occidente las señales que nos llegan son poco alentadoras. Pero esto, de ningún modo, tiene por qué ser un muro que detenga la marcha y el paso de todas las voluntades y las iniciativas posibles para revisar y revertir este modelo.

Para Milan Kundera las grandes marchas son manifestaciones puras del kitsch político que se basan en intuiciones, imágenes, palabras y arquetipos: “La Gran Marcha es ese hermoso camino hacia delante, el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia, la felicidad y aún más allá, a través de todos los obstáculos, porque ha de haber obstáculos si la marcha debe ser una Gran Marcha”.

Hay un punto de inflexión donde la marcha o Gran Marcha, como le llama Kundera, en el que el movimiento pierde su inocencia, el encandilamiento y deja de ser kitsch y es cuando el componente político lo vuelve racional. La Marea Blanca de Madrid es una prueba de cómo la red social, comunitaria y solidariamente, se articuló no solo a través de las voces de la calle sino con criterio y, fundamental, con una organización que se urdió para reunir firmas, convocar referéndums y articular un brazo legal que fue el que, finalmente, convierte el gesto kitsch de una reivindicación en el certero resultado político de una movilización.

En Detroit, en la General Motors, se produjo un fenómeno similar ya que cuando la compañía comenzó a dar beneficios, una vez nacionalizada, los sindicatos pidieron ayuda a la cooperativa Mondragón para consolidar un modelo cooperativo. (Otra prueba de que aún es pronto para dar por muertos a los sindicatos o englobarlos, también a ellos, en el relato kitsch.)

Esta semana, los investigadores del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian han confirmado la presencia de las ondas del big bang, tal y como lo había predicho en su día Albert Einstein. Las ondas gravitacionales producidas justo después del big bang, los “primeros temblores”, como poéticamente le llaman los científicos, se “pueden oír” a través de pequeñas fluctuaciones del resplandor de la radiación cósmica del fenómeno.

En la Marcha de la Dignidad se puede oír también el eco del “primer temblor” de la Marea Blanca, el big bang de un nuevo tiempo –el 'ruido de fondo', como le llama Constantino Bértolo– donde con lentitud, esfuerzo y, por encima de todo, con el optimismo de la voluntad, puede que sea posible una reconstrucción y una reivindicación activa del patrimonio social.

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