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Mario Conde, delincuente habitual

José María Calleja

Este debería ser el momento en que la patulea de periodistas que, enteros o por cachos, han llenado de ditirambos durante años sus artículos, libros y entrevistas a Mario Conde dijeran lo evidente: Mario Conde es un delincuente habitual.

Un delincuente habitual desde cuando aparecía duchado en gomina, con aquellos nudos de corbata testiculares, cundo se coronaba/pagaba doctor Honoris causa, cuando se vestía del Rocío cuando el Rocío, pilotaba el yate aunque rompiera la botavara, bailaba sevillanas, decía que leía en Latín, jeje, y se ciscaba en la que consideraba casta, de soltera sistema.

No lo harán. No verán ni una línea de los que le hacían la ola hasta ayer, en sentido estricto, criticando a este delincuente habitual. Probablemente porque les dio dinero a manos llenas y, seguro, porque criticarle sería una forma de criticarse a si mismos, siempre tan llenos de razón.com.

Pero hay que intentar explicar quién era este sujeto en el pasado remoto y en el presente inmediato y cómo buena parte de la construcción del personaje se basó en el botafumeiro de algunos supuestos periodistas -turiferarios del régimen, decía Carrillo de los que apoyaban a Franco- que contribuyeron a la construcción del artefacto vendido como paradigma del éxito, modelo a imitar, luz de donde el sol la toma de la entonces artificialmente inaugurada sociedad civil de los ochenta.

Mario Conde era un delincuente cuando instauró como forma de actuar el pelotazo, el cobrar comisiones para su bolsillo de lo que compraba o vendía desde Banesto, cuando alardeaba de tener miles de millones de pesetas ganados por él mismo, cuando hablaba de si mismo en tercera persona y viajaba en avión privado, cuando se meaba en todo lo que no fuera él y le sacaba la lengua y se reía de la diputada que le preguntaba en el Congreso cómo era posible que mandara dinero a alguien que no sabía quién era.

Como buen telepredicador, construyó su propio ego en víctima y decidió que el sistema -¡me parto!- le envió a la cárcel cuando quiso convertirse en alternativa política al sistema y no por ser un ladrón.

Recuerdo como él y sus turiferarios trataron de linchar a Luís Ángel Rojo, entonces gobernador del Banco de España. Luis Ángel Rojo fue una de las personas más honradas, con más talento, con mejor formación, con mayor sensibilidad, con enorme responsabilidad y sentido de Estado, con mayor humildad también, que ha dado España en los últimos años. Rojo decidió la intervención de Banesto ante el catastrófico agujero de Conde un 28 de diciembre de 1993 y los turiferarios dispararon contra él, a mansalva. Lo han vuelto a hacer hoy, con su saña maoísta intacta, Jiménez de todos los demonios, el que dice ahora que lo del 11-M fue por lo de Perejil. ¡Al alba, con fuerte viento de levante! Me descuajeringo.

El trilero Conde vio cómo la guerra del Golfo le rompió su estrategia de Monopoly trucado y cómo su saqueo del banco fue percibido como lo que era: un robo organizado y sistemático.

Recuerdo hace unos años una entrevista de Herrera a Conde en Onda Cero. Seguía el tono reverencial. Herrera le ponderaba como egregio representante de la sociedad civil, periodistas del ABC y afines de Miguel le hacían la ola. Conde contestaba como recién salido de una estancia en una comuna del Hare Krishna, con un tonito que rozaba lo místico, casi levitaba mientras llegaba a alabar las virtudes de la reclusión. Me tocó el turno de preguntarle, el último, y le dije sin preguntar: “Usted ha estado en la cárcel por ser un ladrón, por haber robado”. Se cortó el suflé. El tono de monje se trocó en una agresividad sorprendida, herida y despectiva. En programas de televisión posteriores me vetó, mientras aparecía, como despistado, con un retrato de Juan de Borbón, el padre del anterior Rey, detrás de él. Algunos periodistas de ahora, le hacían la ola. Un delincuente habitual que aún hoy provoca un tono reverencial, una fascinación, un elogio del número uno, aunque sea número uno para robar.

Veo que en este episodio delinque con su hija, también llena de matrículas, y con su hijo, pijos redomados que hacen lo que han visto en casa: robar.

El lunes, en el canal de televisión en el que se compró una silla, nos dieron un plano quieto de su poltrona vacía, llena de presunción de inocencia. En esa misma silla, Conde había explicado, lleno de razón, hacía una semana, que el sabio sistema capitalista había ideado un método que trituraba con impuestos a las clases medias, mientras permitía a otros, no decía los más ricos, escaquearse de sus impuestos en lugares como Panamá, Suiza, Andorra y otras islas del montón.

El tonto moral de guardia repite ahora que tener dinero en otros países no es delito, lo dice lleno de banderitas en las muñecas, como Conde en sus tirantes y en sus camisas de pijo grasiento que saca la lengua a las mujeres diputadas.

Huela a cárcel Conde, con el agravante de que se puede ir al talego con su hija y con su hijo. Los turiferarios que, enteros o por cachos, cobraron tanto en su día, hacen como que no le conocen.

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