Antes no las mataban
Al cura de Canena le ha faltado una frase para decir que esto con Franco no pasaba.
Pedro Ruiz (no confundir), párroco del pueblo jienense de Canena, dijo el pasado domingo, en la homilía de la misa en que los niños y niñas del pueblo tomaban la primera comunión, que “antes” un hombre podía pegar a una mujer, pero que no la mataba.
Achacaba esa supuesta diferencia entre el pasado y el presente a que hace años “había unos principios cristianos, unos valores, se vivían unos mandamientos y había una formación cristiana y, aunque un hombre se emborrachara, sabía que había un quinto mandamiento que decía: no matarás”.
Embalado en su análisis, el párroco Ruíz atribuye el hecho de que hoy hombres maten a mujeres --“o mujeres a hombres”, dice--, a que “Cristo ha desaparecido de nuestra sociedad”.
Este hombre debe desconocer profundamente que en esos tiempos que él añora, las mujeres eran asesinadas, maltratadas y humilladas sin que esa sangría llegara nunca a los periódicos.
Eran tiempos en los que los asesinatos de mujeres a manos de hombres se ventilaban con la frase mil veces repetida: “crimen pasional”.
Esos asesinatos, nunca calificados como tales, se trataban como un suceso que aparecía regularmente en las páginas de El Caso, publicación en la que se informaba de robos, atracos, estafas, timos... y crímenes pasionales.
No hacía falta explicar más, se decía crimen pasional en tal pueblo y todo el mundo sabía que un hombre había matado a una mujer. Una mujer que era lo que el hombre asesino “más quería”, por supuesto.
Eran de tal envergadura y clandestinidad los asesinatos de mujeres en esa época añorada por el párroco, que no había ni estadísticas de mujeres muertas a manos de hombres. No digamos ya de mujeres maltratadas, concepto que no existía cuando Franco entraba bajo palio catedral tras catedral.
El párroco de Canena enlaza con el discurso mil veces repetido desde la derecha nacionalcatólica de la “pérdida de valores” --valores cristianos tuneados por Rouco, entiéndase. Del “relativismo moral” imperante --que no hace referencia, desde luego, al hiriente silencio de tantas jerarquías de tantas iglesias nacionales sobre los miles y miles de casos de abusos a menores a manos de curas.
Debería saber ese párroco de Jaén --que habla a los niños el día de, quien sabe, su última comunión-- que se estima que más de 800.000 menores están expuestos de manera directa o indirecta a los malos tratos que sufren sus madres a manos de sus padres.
No se trata de que la borrachera no sea el undécimo mandamiento. Se trata de que hablar de si el asesino estaba borracho, o deprimido; o contar que la mujer salía con amigas, o se pintaba mucho, o era mucho más joven que él, son elementos con los que se pretende privatizar un problema que no es aislado, único y exclusivo de cada pareja.
Mas de setecientos hombres han asesinado a más de setecientas mujeres en los diez últimos años, cuando empieza a haber estadísticas de este terror.
El párroco de Canena, Pedro Ruíz, tiene derecho a echar de menos el “antes”, pero que no nos obligue a elegir entre susto o muerte.