Contra la mística de la maternidad: por una política de igualdad que reconozca pero que no esencialice
La reforma de la Ley del Aborto ha vuelto a traer al debate las políticas de igualdad. ¿Estigmatiza a las mujeres aprobar bajas laborales por reglas dolorosas e incapacitantes? Una parte de la respuesta puede ser, tal y como han defendido algunas voces en los últimos días -la ministra de Igualdad incluida- que lo que estigmatiza es el tabú en torno a la regla. No hablar ni hacer explícito un proceso tan habitual para tantas mujeres hace que tengamos que esconder nuestros dolores y malestares con tal de no ser penalizadas en un mercado laboral androcéntrico y machista. La otra parte de la respuesta es ciertamente más compleja: el riesgo- estudiado ya por muchas teóricas- es que generar una política de permisos específicos termine por afectar negativamente a las mujeres en un mercado de trabajo a quien no le preocupan ni los procesos biológicos ni los personales.
Los mercados no menstrúan. No gestan, no paren, no enferman, son la pura negación del cuerpo y la vulnerabilidad. Si asumir una baja médica en caso de que tengas una regla dolorosa o incapacitante puede ser estigmatizante y contraproducente para tu carrera profesional, ¿seguimos haciendo cómo si nada?, ¿seguimos yendo a trabajar con la tensión por los suelos, al borde del desmayo, con vómitos, con calambres en las lumbares y dolores de los que te inmovilizan y apenas te dejan pensar? Asumir que todos esos síntomas son motivo legítimo para asumir una baja médica es un intento de romper ese mercado laboral androcéntrico, de humanizarlo y cambiarlo. La cuestión es cómo hacerlo y si era necesaria una incapacidad temporal específica.
No perder un euro del sueldo (esta baja la asume la Seguridad Social desde el primer día) y que no haga falta cotización previa para acceder a ella parecen buenos motivos para aprobarla. Que las empresas no tengan manera de saber si las incapacidades temporales a las que accedemos son porque tenemos una regla horrorosa o una gripe sería deseable. La comunicación sobre el sentido de esta incapacidad temporal ha sido muy mejorable: era fácilmente explicable que, sin esta reforma, ya era posible acogerse a una baja si tu regla era incapacitante, y que este es un cambio técnico para que el acceso a esta IT sea más fácil y justo para todas.
¿Y por qué no más permiso de maternidad?
Algunas compañeras feministas han planteado estos días el debate de las bajas menstruales comparándolo con la equiparación de los permisos por nacimiento para madres y padres. El resumen: si aceptamos bajas por reglas incapacitantes porque rechazamos el argumento del estigma, ¿por qué no aceptamos que hacen falta permisos más largos para las madres (que no para los padres) a pesar del temido estigma? o ¿por qué no se aprueba un permiso postparto que se añada, en el caso de las mujeres que dan a luz, a los permisos de nacimiento?
El argumento más repetido para reivindicar, y después aprobar, la equiparación de los permisos de maternidad y paternidad fue evitar la penalización de las mujeres en el mercado laboral: padres y madres tienen el mismo permiso y las empresas les verán igual. Tenía sentido pero ahora toca revisar si no fue un error estratégico incidir tanto en esa penalización en lugar de en un hecho fundamental: los hombres pueden y deben cuidar en las mismas condiciones que las mujeres. Otorgar distintos permisos de cuidado por razones de sexo es, sin duda, un refuerzo de los estereotipos sociales y de las ideas machistas en las que todas y todos somos socializados: a las mujeres nos sale solo cuidar, es natural que lo hagamos, es natural que sintamos la necesidad de hacerlo, tenemos más inclinación a ello, más capacidad. O bien: un bebé no será tan bien cuidado como cuando su cuidadora principal es su madre.
Ese debería ser el principal motivo para sostener que los permisos por cuidado deben ser iguales, independientemente de si eres madre o padre, de si has gestado o no lo has hecho (¿nos parecería aceptable que los permisos para madres o padres que adopten o acojan fueran distintos que para quienes pasan por una gestación y un parto?). Eso y que queremos un mercado laboral que asuma que quienes trabajamos somos, antes que nada, personas que necesitamos y queremos cuidar y ser cuidadas. La manera en que después cada cual cuide (lactancia materna o artificial, más o menos apego físico, por poner dos ejemplos ) no puede dar lugar a permisos distintos.
Los argumentos para defender que el permiso de las madres sea mayor que el de los padres o para pedir permisos postparto tienen también que ver con la protección de esos periodos, que algunas voces describen como momentos sensibles en los que la madre y el bebé necesitan cuidados especiales. La reivindicación se avala aludiendo incluso a la llamada exterogestación (los nueve meses después del parto). Pero es problemático. Podemos generar todo el conocimiento social y científico sobre la importancia de esos meses, pero debemos entender que la gestión de la maternidad, lo que cada mujer siente o necesita, será necesariamente distinto.
La institución maternal patriarcal está llena de exigencias y presiones, de críticas. Todo lo que haga una madre parece siempre poco. Es ingenuo y peligroso pensar que arrojar sobre las madres todas esas afirmaciones -que la ausencia de lactancia materna es incluso perjudicial para un bebé o que la exterogestación es un periodo de suma importancia para la criatura y que es mejor que esté con su madre esos meses- no va a generar sobre las mujeres más culpa (todavía), más exigencia sobre lo que una madre debe ser. No podemos decir 'que cada una haga lo que quiera' para después glosar los innumerables riesgos de la lactancia artificial o los beneficios de una baja que cubra la exterogestación y reforzar así la sutil pero poderosa idea de que privar a nuestros hijos de ello tendrá consecuencias.
Proclamar que como parimos necesitamos necesariamente un permiso (específico) más largo que ellos es asumir que todas las mujeres que pasan por ese proceso lo querrán o necesitarán, que querrán pasar más tiempo dedicándose en exclusiva a la crianza. Es asumir también que hay una forma de maternidad que tiene que estar especialmente protegida. No soy madre adoptiva ni madre de acogida, pero puedo imaginar que hay quien necesite mucho más que cuatro meses para cuidar y construir una familia de esta manera, aunque no se pase por un puerperio.
No se trata de negar que gestar o parir pueden acarrear múltiples consecuencias, sino de pensar cuál es la mejor manera de reconocer esos procesos para no esencializar un tipo de maternidad y de crianza ni crear nuevas normas sociales sobre lo que es una buena madre. Los beneficios de una lactancia materna no pueden superar a los beneficios de una madre descansada, sostenida y que lleva la vida que quiere. Pensar que los permisos de maternidad tienen que ser necesariamente más largos que los de paternidad es asumir esa idea de que el padre no tiene por qué cuidar tanto o de la misma manera que una madre. Aludir a la exterogestación o a la lactancia materna para pedir permisos más largos me parece peligroso: da miedo que en cualquier momento los innumerables beneficios de esto o de lo otro sirvan par aprobar medidas que nos aten con la excusa de la evidencia científica. Ya sirven, sin duda, para avivar nuestras culpas y las suspicacias sociales: ¿cómo es posible que con lo bueno que es dar la teta una madre vaya a preferir dar biberón 'solo' por sentirse más libre y descansada?
El puerperio debe ser atendido. Eso implica una atención completa y de calidad a nuestra salud física y mental, un seguimiento médico y emocional, servicios públicos a los que acudir. Y más tiempo para recuperarse, claro que sí, para quien lo necesite. La pregunta, como en el caso de las bajas menstruales, es cuál es la manera de hacerlo. Si una mujer arrastra cualquier dolencia física o mental debería poder acceder a una incapacidad temporal pasadas las semanas de su permiso de maternidad. Y, por supuesto, permisos por nacimiento, adopción y acogimiento más largos, pero para todos y todas. También empezar a poner sobre la mesa que ni la maternidad ni la paternidad acaban con el primer año de un bebé y que debemos reivindicar permisos y medidas que nos proporcionen tiempo para cuidar a lo largo de toda la vida.
No es el estigma ni es el sistema. Es el miedo a marcar, aunque sea con buenas intenciones, nuevos estándares sobre lo que una madre debe ser o sobre qué es lo mejor que puede hacer una madre.
9