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Monica Lewinsky versus Plácido Domingo

Plácido Domingo

Javier Pérez Royo

El azar ha querido que haya llegado a la opinión pública mundial casi simultáneamente la noticia de que Monica Lewinsky va a coproducir con el título Impeachment la tercera serie de la temporada American Crime Story y la denuncia por acoso sexual contra Plácido Domingo de nueve mujeres.

Después de más de veinte años parece que Monica Lewinsky va a tener la posibilidad de dar su versión, de fijar “el relato”, como ahora se dice, de lo que ocurrió en su relación con Bill Clinton.

Porque esta es una de las consecuencias terribles de lo que Plácido Domingo ha dicho, de manera exculpatoria, en el comunicado que ha hecho público tras la denuncia de acoso sexual: “Las reglas y valores por los que hoy nos medimos y debemos medirnos son distintas de las que eran en el pasado”.

Que se lo digan a Mónica Lewinsky, que fue machacada por todos los medios de comunicación americanos por su relación con Bill Clinton. De todos los colores políticos y por artículos escritos por hombres y por mujeres. Maureen Wood, una muy prestigiosa columnista que todavía sigue en activo, la describió en The New York Times como “una estúpida becaria en la Casa Blanca que podría haber mentido bajo juramento por un trabajo en Revlon”. Distinguidas novelistas compitieron en The New York Observer por menospreciarla. Erica Jong escribió que su “higienista dental le indicó que (ML) tenía una enfermedad peridontal de tercer grado” y Nancy Friday, a la pregunta acerca de qué viviría Mónica Lewinsky a partir de ahora, contestó que “podría alquilar su boca”. En el Tonight Show, Jay Leno bromeó acerca de la noticia de que Mónica Lewinsky había ganado 25 kilos afirmando que, a ese paso, “podría caer de rodillas simplemente por el peso”.

La indefensión de Mónica Lewinsky fue absoluta. Especialmente porque llegó a formalizarse a través de la actuación de Ken Starr, el special counsel designado por el Congreso para investigar su relación con Bill Clinton. Al no encontrar ninguna conducta políticamente impropia de Bill Clinton en la Casa Blanca, centró su investigación en las mentiras que el presidente podía haber dicho bajo juramento respecto de sus relaciones con la becaria. De esta manera Ken Starr se explayó en consideraciones explícitas sobre la vida sexual de Mónica Lewinsky, que quedaron recogidas de manera detallada en su informe al Congreso, a la vista por tanto de todo el mundo.

Y así durante más de 20 años. Como ella misma ha escrito en Vanity Fair, “la gente ha estado acaparando y contando mi parte de esta historia durante décadas. De hecho, hasta estos últimos años no he podido recuperar mi narrativa”.

Esas “reglas y valores del pasado” que Plácido Domingo pareciera añorar, condenaban al silencio a las víctimas de la relación con el varón en posición de poder, porque la publicidad de dicha relación se volvía en su contra, porque su relato o simplemente no interesaba o carecía de credibilidad. Han tenido que pasar muchas décadas para que las mujeres hayan podido articular una movimiento como el Me Too, que está permitiendo que empecemos a saber una parte mínima de lo que han sido prácticas de acoso habituales en las relaciones entre los hombres y las mujeres en las más diversas esferas.

Lo que el movimiento feminista ha conseguido es que Mónica Lewinsky pueda hablar y que Bill Clinton y todos sus palmeros tengan que callarse. O que nueve mujeres que han padecido el infierno del acoso por un personaje como Plácido Domingo, que era “dios”, como ha dicho una de ellas, se atrevan a denunciarlo públicamente. Y todavía únicamente una de ellas ha estado dispuesta a identificarse. Todavía pesa la inercia de las “reglas y valores del pasado”.

Es obvio que la presunción de inocencia debe preservarse. Pero no puede extremarse dicha presunción de tal manera que se acentúe todavía más la “presunción de culpabilidad” con la que han sido castigadas las mujeres hasta antes de ayer. Un mínimo de justicia exige que se potencie un clima que permita que afloren conductas indignas por mucho que sea el tiempo que haya pasado. Jurídicamente dichas conductas habrán prescrito. Pero moral y cívicamente, no. Y es importante que la sociedad así lo interiorice.

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