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Mujer y salud

Una fábrica de calzado en Elda (Alicante).

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La polémica suscitada por la propuesta de que las mujeres afectadas por menstruaciones dolorosas o incapacitantes tengan derecho a la baja médica retribuida desde el primer día vuelve a situar en el centro del debate un problema ancestral, la invisibilidad, incluso ocultación, de la salud de las mujeres, especialmente en los entornos laborales. 

No es un tema ni un conflicto nuevo. En mis primeros pinitos, a finales de los años 70 del siglo pasado, como abogado laboralista en el despacho de mi maestro Francesc Casares, tuve la suerte de toparme con trabajadoras del textil. Venían a asesorarse ante la negativa de los médicos a darles la baja médica. En algunos casos también para pleitear por el reconocimiento de una invalidez permanente. 

Se trataba de trabajadoras de cierta edad que sufrían trastornos importantes, en forma de cefaleas durísimas y fuertes dolores cervicales. Se quejaban con razón de que, en general, los médicos no las diagnosticaban, incluso ni les hacían caso. En el mejor de los casos les dispensaban analgésicos y en otros, ni eso, imputaban su estado a trastornos psicosomáticos “propios” de las mujeres.  

Con el tiempo y mucha lucha se detectó que el origen de sus dolencias estaba en las condiciones de trabajo que habían tenido que soportar durante décadas. Se trataba de mujeres que estaban al cargo de telares y se habían pasado horas y horas durante muchos años con una posición física que se demostró era ergonómicamente inhumana. Ellas adaptaban su cuerpo a las máquinas y no al revés. El resultado eran unas cervicales destrozadas.

Desde entonces tuve claro de que si en vez de mujeres hubieran sido hombres los afectados, nunca se hubiera imputado sus dolencias a factores psicosomáticos y se habrían diagnosticado las causas con mayor rapidez. 

Ha costado mucho que la detección de los riesgos laborales tenga mirada de mujer. Históricamente, se ha dado cierta importancia a los accidentes de trabajo, que sufrían mayoritariamente los hombres, por la estructura ocupacional de los sectores en que se producía una mayor siniestralidad. Y se ha prestado mucha menos atención a las enfermedades profesionales que sufren especialmente las mujeres. 

Por eso fue muy importante el proyecto de evaluación de riesgos psicosociales del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud impulsado hace veinte años por CCOO. 

Inicialmente se le llamó ISTAS 21, un dígito que identificaba los 20 factores de riesgo más comunes y uno, el 21, que obligaba a tener una mirada de género en la evaluación de todos los riesgos. En la filosofía de este instrumento de detección y evaluación de riesgo psicosociales, que se conoce como COPSOQ, subyace la idea de visibilizar y hacer emerger aquellas realidades que afectan especialmente a las mujeres. 

Se ha avanzado mucho desde entonces pero el debate actual pone de manifiesto que aún queda mucha pedagogía por hacer. Comenzando por dejar claro que la igualdad debe reconocer las diversidades y que estas deben tratarse de manera diferente para que la igualdad sea real. Especialmente cuando se trata de la salud de las personas. 

Afirmar que el reconocimiento de las bajas médicas retribuidas puede estigmatizar a las mujeres y perjudicarlas en el acceso al empleo o en su relación laboral me parece especialmente peligroso. Entre otras cosas porque este razonamiento puede extenderse acríticamente a la propia condición de mujer, entendida como un obstáculo a la productividad, en ciertas concepciones de la empresa. 

El argumento de que los dolores que sufren algunas mujeres durante la menstruación deben tener el mismo tratamiento que cualquier otro dolor incapacitante ignora que las prestaciones por Incapacidad Temporal no se abonan hasta el cuarto día de la baja y en cuantía del 60% de la base reguladora. 

Por supuesto que lo prioritario es mejorar la investigación y la atención sanitaria para evitar los sufrimientos que sufren cada mes muchas mujeres. Pero eso no es incompatible con que se proteja a quienes padecen estas situaciones.

Quiero llamar la atención de que esta reivindicación de las mujeres tiene un impacto positivo en el conjunto de la sociedad. Oponerse a ella con los argumentos del riesgo de estigmatización de las mujeres supone aceptar un modelo de empresa en el que las personas trabajadoras son meras piezas del engranaje productivo. 

En esta polémica subyace un debate de gran calado, el del tipo de empresas que necesitamos. Es frecuente que las reivindicaciones de las mujeres pongan a debate público el modelo de sociedad que queremos construir. Ha sucedido con la reivindicación de igual salario para los trabajos de igual valor, que ha terminado beneficiando al conjunto de personas trabajadoras. O la exigencia de políticas de conciliación que haga posible la compatibilidad entre ser persona trabajadora y ciudadana a la vez, sin morir en el intento. 

Se confirma una vez más que las reivindicaciones de género, como portadoras de valores universales que son, suelen comportar importantes avances de ciudadanía. 

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