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No culpen a la amnistía

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

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No culpen a la amnistía. El debate político, periodístico y social ya era ponzoñoso antes de que Pedro Sánchez pactara con Junts su investidura. El acuerdo o la ley no ha hecho más que acentuar comportamientos arrastrados. No es necesario remontarse a Carl Schmitt, el pensador alemán que dio base teórica al nazismo y a quien se le atribuye la creación de la disyuntiva amigo-enemigo como esencia del juego político. Lo vemos cada día. Desde hace años. En el Parlamento, en las redes sociales, en los platós de televisión y hasta en las conversaciones de sobremesa. 

Quien no es amigo es enemigo y al último hay que desarmarlo, someterlo y liquidarlo. Así lo exige un marco en el que se impone el sectarismo, el enfrentamiento permanente y la negación del otro. Ya no hay adversarios que se disputen democráticamente el poder, sólo enemigos. Manda el insulto sobre el argumento y la mentira sobre los hechos. 

Entre los agravios lanzados por los pretendidos dueños de la verdad, hasta ahora el de mayor grosor era el de traidor a la patria. Pero esta semana, el PP y Feijóo han dado un salto cualitativo en su ofensiva. Primero Feijóo dice ver un “tic patológico” en el comportamiento del presidente del Gobierno y después el PP acude a Estrasburgo a cuestionar la democracia española y su estado de Derecho. Entre lo uno y lo otro, el juez Manuel Ruiz de Lara se refería a Sánchez como “un psicópata sin límites éticos” y los togados se concentraban para protestar por una norma que aún no existe. Un poder del Estado (el Judicial) se manifiesta contra los otros dos para clamar contra un acuerdo político (del Ejecutivo) y contra una ley que ni siquiera ha sido aún aprobada (por el Legislativo). ¿Imaginan al Gobierno o al Parlamento concentrados a las puertas de la Moncloa o del Congreso en protesta de una decisión judicial?

El presidente del PP, que se nos presentó a todos como un hombre moderado que repelía la inflamación y venía a Madrid a no insultar y no a hacer política en las redes sociales, se ha mimetizado de la retórica inflamada de Ayuso y contagiado de sus peores modos. Ni desautorizó jamás el “que te vote Txapote” ni afeó el chabacano “hijo de puta” que la madrileña ha popularizado con “me gusta la fruta”. Si piensa que esa estrategia le garantizará la lealtad de la madrileña es que en su mudanza a Madrid se olvidó del lóbulo frontal del cerebro, que es el responsable de la planificación, el razonamiento, la resolución de problemas y el control de los impulsos. Ayuso tiene muchos más palmeros y un presupuesto con el que regar a los medios amigos.

Ya no hay límites. Comparar a España con Hungría o Polonia, defender en la Eurocámara que Sánchez ha roto el Estado de Derecho o avivar el espantajo de que España no es una democracia es ya un punto de no retorno. El PP ha emprendido un viaje del que no regresará en lo que resta de legislatura y que no tiene que ver sólo con la amnistía, sino con la negación de un resultado electoral que impidió que Feijóo llegara al Gobierno y la derecha ocupara los cargos que se repartió antes de que se abrieran las urnas.

La senda de destrucción por la que transitan tendrá, sí, consecuencias políticas para el PP, pero también para una España cuyos ciudadanos ya sólo buscan la aprobación de los afines y se unen a los de su propio equipo para gritar o difamar a los contrarios en las redes y en la calle. De un partido de oposición que aspira además a ser alternativa de Gobierno no se espera que aplauda las decisiones del Gobierno, pero de ahí a que haga de la hiperbolización una constante hay un salto cualitativo que Feijóo ya ha dado traspasando todos los límites, incluido el del insulto y el de negar la legitimidad de una mayoría que salió de las urnas. Se empieza por ahí y se acaba como Argentina y antes Brasil o EEUU.

Cabalgar a lomos de una consigna faltona y destructiva acabará con él y España seguirá intacta aunque se apruebe una ley de amnistía, por muchas dudas políticas, jurídicas o morales que pueda suscitar. 

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