Lo que no dice el Rey
“Debemos reaccionar. Debemos entender y asumir las nuevas transformaciones. Tomar la iniciativa e intentar ir por delante de los acontecimientos. No caer en el pesimismo o el conformismo. Adaptarnos rápidamente a los cambios, teniendo siempre claros nuestros grandes objetivos y prioridades como país”. Probablemente serán las ideas que la prensa destaque del discurso del rey Felipe VI. Siempre se le presta atención mediática como si las palabras del monarca, de los monarcas sucesivos, en Navidad fueran a suponer algún cambio o tener trascendencia efectiva. Y en realidad, una vez tras otra, no pasan de ser obviedades. Pero si algún año merecía la pena hacer un esfuerzo por salirse del guion tradicional era éste.
Felipe VI ha comenzado, por supuesto, con La Palma “como primer pensamiento” y ha repasado algunos de los principales problemas habidos y por haber en nuestra sociedad. Se ha mostrado después confiado en el potencial de los españoles para superar los escollos, aunque con esa apelación a desechar el pesimismo o el conformismo “como si los problemas fueran a resolverse solos”. Exacto, habría que tomar iniciativas y pedir más.
Ha sido un año duro de nuevo. El cansancio por la pandemia abate en muchos casos el entendimiento racional de saber que no existen las varitas mágicas para los virus bravos. La sexta ola, altamente contagiosa, cuando el deseo del fin de la covid19 se convertía ilusoriamente en certeza, ha terminado de dar el remate. Hay tristeza, honda, a través de los datos que nos van llegando. Y rabia además en la huida hacia adelante de la negación. Y tampoco ha existido ni vacuna ni tratamientos para la epidemia española de la brutal oposición de derechas. Ese clima merecía un discurso más cálido y comprometido del jefe del Estado.
El jefe del Estado en España es rey. Por herencia, no electo. Y, a la vista de los acontecimientos en la vida del antecesor y progenitor de Felipe VI, se requería siquiera alguna explicación. Alguna respuesta a los mensajes que le manda su padre, el huido Juan Carlos I, a través de periodistas afectos. La justicia dice no encontrar relaciones directas en los hechos punibles, pero ha confirmado la existencia de una incalculable fortuna y su origen incierto, maletines y regalos millonarios, la “voluntad de encubrir”. El rey emérito quiere volver bajo sus condiciones, está ofendido y pide reparación. Pero al clan familiar, a la Corona, le acarrea un problema por más que el grueso de esta sociedad traga lo que gusten mandar. Deja que los problemas que no se resuelven solos, casi ninguno, se enquisten. También eso ha de tenerlo en cuenta el jefe del Estado en su alocución navideña. O en cualquier momento que quiera contarlo.
Los intérpretes del discurso verán, sin duda, una alusión en su referencia a “respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral”. De “la justicia es igual para todos” paterno, al debería serlo, quizás.
La agresiva oposición de derechas extremas que padecemos y que sin duda agrava preocupaciones y pesimismo de la ciudadanía no ha recibido la menor mención del Rey. Y en cambio asegura que “todos deseamos” una sociedad determinada que en modo alguno es una aspiración común. Ni mucho menos. Esa sociedad “con un Estado del Bienestar sólido”, se logra través de unos servicios públicos hoy diezmados. Esa sociedad “que siga impulsando la igualdad entre hombres y mujeres, que favorezca el progreso individual y social”, no es el objetivo de la ultraderecha, ni de los gobiernos locales a los que presta su apoyo. Y quienes desde el gobierno la propician con ahínco son fuente de no pocos escarnios.
El entendimiento y la colaboración dignifican las instituciones, las fortalecen y crean confianza en los ciudadanos, ha dicho Felipe VI. Así debería ser pero no ocurre. “Y las diferencias de opinión no deben impedir consensos”, ha añadido ¿por si quisieran intentarlo quienes lo impiden?
Un año más el discurso del rey será profusamente elogiado. Habrá secciones especiales para analizar el escenario, la decoración, el asiento, el atuendo o el gesto. Las interpretaciones a lo dicho y no dicho, a manera de los viejos oráculos. Y una vez más se habrá perdido la oportunidad de una comunicación directa, que aborde los problemas con realismo, a pie de calle. Estas atribuladas Navidades, aunque queramos disimularlo; esta ciudadanía atribulada en realidad necesita soluciones con esperanzas fundamentadas. Disipar nieblas que acongojan hoy a muchas personas. El rey ha apelado a la sociedad especialmente. Hay una sociedad que también le convoca, otros ni eso y forman igual parte de este país. Los cambios que se están operando también deberían incluir otras formas de diálogo entre los ciudadanos y las instituciones, la jefatura del Estado incluida. En Navidad o en cualquier día del año.
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