No es la luz gaditana sino los destellos de Sol
Ayuso la volvió a liar el 2 de mayo en el papel de Manuela Malasaña frente al invasor (socialista) cuando decidió bloquear la entrada de un ministro del Gobierno de España en los actos del día de la Comunidad de Madrid. Ya saben: ella no compite, ya lo dijo, ni con Mónica García, ni con Juan Lobato, ni con Monasterio… Sólo tiene un adversario que es Pedro Sánchez, aunque según sus códigos seguro que lo considera más enemigo que competidor.
¿Acaso alguien creyó que por ser la fiesta de los madrileños saldría del barro en el que chapotea con tanta soltura? Todo estaba en el guion: erigirse en dueña y señora de la Puerta del Sol, usar partidariamente la institución, pisotear las más elementales normas de protocolo, cortesía y educación… Con todo, lo peor para los populares que hoy tratan de pasar cuanto antes la página del bochorno no fue eso, sino la situación en que la presidenta madrileña dejó a Feijóo con semejante ejercicio de chulería. Repasen la imagen y verán al gallego haciendo de comparsa de Ayuso y mirando al infinito de ese cielo velazqueño de Madrid, que no es el gaditano, pero sí igual de inspirador.
El presidente del PP ha sucumbido a la estrategia de la baronesa, ha abrazado en ocasiones sus guerras culturales e incluso bajado al fango en su último cuerpo a cuerpo con Sánchez en el Senado como nunca antes había hecho. Quizá porque, a falta del apocalipsis económico que creyó que le llevaría en volandas hasta La Moncloa, ha concluido que meterse en el lodo es una buena manera de atraer los votos de Vox que no consigue que de otra forma vuelvan a sus siglas.
Ni por esas. Lo que le resulta a Ayuso no le vale a Feijóo. La madrileña es un imán para los votantes de la ultraderecha porque nunca tuvo complejos en enarbolar sus banderas, repetir sus consignas y practicar el mismo populismo. Pero llegar a Madrid con la vitola de campeón de la moderación o el centrismo y, ante el estancamiento en los sondeos, intentar convertirte en un émulo de la polémica baronesa no cuela.
Si hay algo que el electorado castiga, mucho más que la mentira, es la impostura y los bandazos. Y si eso se adereza con la narrativa cuñadista que en ocasiones adorna las intervenciones públicas del jefe de la oposición, ahí tienen las razones de por qué apenas un año después de haber tomado las riendas del PP, Feijóo no convence ni a propios ni a extraños. Atrás quedaron el entusiasmo desbordante de crítica y público, la catarata de elogios y los panegíricos con forma de editorial.
El espectáculo del 2 de mayo representado sobre las tablas del teatro de la Puerta del Sol no le atribuyó más papel que el de subordinado de la heroína madrileña, y esa es la inquietud que se extiende ya por toda la séptima planta de Génova. Que Ayuso se crea y además ejerza de opositora del sanchismo no es nuevo, pero que haga exhibición pública de ello ante Feijóo y además contribuya con sus comentarios por los cenáculos madrileños a dudar de la idoneidad del gallego como candidato es un salto cualitativo del que la dirección nacional ha tomado nota.
Hasta el 28M, la consigna es que sigan prietas las filas porque es tanto lo que se juega Feijóo que los populares han tenido que recurrir a Aznar y Rajoy para que salgan al rescate y se impliquen a fondo en la campaña. Tras el último domingo de mayo, se esperan turbulencias. Porque si Ayuso logra la mayoría absoluta, la ofensiva contra Feijóo no cejará. Y porque si no la consigue, será el momento en que la dirección nacional ponga en su sitio a la inquilina de Sol y acabe con sus ínfulas de lideresa nacional. Eso barruntan.
A Feijóo, lo explicite o no -que más bien será siempre lo segundo- se le ha agotado la paciencia como un día se le acabó al defenestrado Pablo Casado. La diferencia entre uno y otro es que el segundo no calibró adecuadamente ni el momento ni la manera con la que quiso acabar con quien, de no haber sido por un empeño personal de él mismo, jamás habría sido candidata a la Comunidad de Madrid.
Así que no, no es por la luz de Cádiz por lo que, sin oftalmólogo mediante, Feijóo tiene la pupila dilatada, según solemniza provocando el cachondeo general. Primero porque la luz no dilata sino que contrae. Y segundo porque si la tuviera dilatada por cualquier otra circunstancia quizá sea para mantener bien abiertos los ojos ante lo que pueda ocurrir tras las elecciones municipales y autonómicas. Lo que le inquieta no es la claridad del cielo gaditano sino los destellos que salen de la Puerta Sol.
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