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No es Trump

Un cartel en Rapid City, Dakota del Sur, pide el voto para Trump utilizando la imagen de su ficha policial tras su procesamiento penal en Georgia.
14 de septiembre de 2023 22:04 h

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Cuando leo o escucho en España a alguien comparar a políticos con Donald Trump y sus mensajes, lo primero que suelo pensar es que no conoce bien al personaje y no ha vivido en un país gobernado por él. No hay equivalente en una democracia asimilable por desarrollo y riqueza a alguien capaz de mentir tanto (afirmar algo falso a sabiendas una y otra vez), insultar, saltarse las normas más básicas del poder, amenazar a cargos públicos, intentar cambiar el resultado de unas elecciones e incitar una violenta insurrección contra su país, según la acusación en dos de los cuatro procesos penales que tiene abiertos. Y todo con el apoyo de la mayoría de su partido. 

Sin duda, hay rasgos comunes que se pueden encontrar en otros políticos aquí y que han definido a Trump y a sus seguidores, como los ataques sistemáticos a las instituciones que pueden limitar el poder político como la prensa y los tribunales, con señalamientos individuales, y la negación enfática de los hechos pase lo que pase. Ninguna de esas tácticas las inventó él, aunque le hayan funcionado especialmente bien y las haya perfeccionado con la ayuda del contexto y de redes sociales que han sido plataforma para la amplificación del acoso. 

Hay otro factor clave que falta en España y otros países además del ejemplo único de un político que, como le dijo un senador republicano en privado a su colega Mitt Romney, “no tiene ninguna de las cualidades que querrías que tuviera un presidente y tiene todas las que no querrías que tuviera”. Lo que es específico de Estados Unidos es el sistema constitucional diseñado para proteger a la minoría y que más de dos siglos después se ha convertido en una trampa fácil de explotar para unos pocos radicales que no representan el sentir mayoritario del país y pueden poner en peligro su democracia, como detallan los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro recién publicado en Estados Unidos Tiranía de la minoría (son los autores del clásico de los años de Trump Cómo mueren las democracias). 

Todo esto para decir que no, por suerte para todos, ni Sánchez ni Feijóo son Trump. Ni siquiera Díaz Ayuso o Abascal, por mucho que imiten a veces sus eslóganes y sus formas. Y no, convocar una manifestación con los permisos habituales un fin de semana en el centro de una ciudad no es llamar al asalto al Congreso mientras se vota el proceso para oficializar los resultados de unas elecciones que ha ganado tu rival. Y no, pedir un recuento de votos para un escaño disputado por las vías legales habituales tampoco es decir que te han robado las elecciones, presionar a cargos electorales que dependen de ti para que cambien el resultado y replicar una avalancha de bulos durante años asegurando que ha habido tongo. 

En España, la hipérbole constante de políticos –y no sólo– que parecen hablar sobre todo a un grupito minúsculo de atizadores en redes es tal vez un privilegio de un país que va bastante bien y donde las instituciones y el proceso democrático básico no están en peligro. Al menos por ahora. 

Llama más la atención y cuesta menos describir al rival como “golpista” o “terrorista” que hacer un argumento crítico de una ley o de un aliado. Pero sin políticos y comentaristas que sigan haciendo el esfuerzo por el camino de los argumentos en lugar de los juegos de palabras, la ironía perezosa y los insultos estaremos más cerca de un lugar más permeable a los peores instintos que pueden llevar a que esos adjetivos sean algo más verdad. 

Los incentivos para evitar la retórica exagerada suelen ser escasos y, si nos empeñamos en mirar a Estados Unidos, tenemos un buen ejemplo de alguien que lo ha intentado con poco éxito allí. Se trata de Mitt Romney, el candidato republicano a presidente en 2012 y el senador que se ha atrevido a enfrentarse a Trump casi en solitario en su partido. 

El republicano que ahora representa a Utah anunció esta semana que no se presentará a la reelección al Senado el año que viene en lo que parece el final de su carrera política. El juicio que él hace de su partido, marcado por su experiencia de los últimos años, es tan sombrío como los versos de Yeats que le obsesionan: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de fanática osadía”. 

En un país más estable y que aún respeta las normas básicas como España, el comportamiento de Romney tal vez sea más aplicable que el de los ultras. A veces cuesta. Pero es que si no cuesta, no tiene mérito. Eso dice Romney, tras haber sido abucheado, perseguido y amenazado por sus propios votantes, incluso sus propios vecinos, por decir la verdad sobre Trump: “Si no hay coste en hacer lo que está bien, no existe esa cosa llamada coraje”. 

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