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Pero nostalgia de qué

Fotograma de la película 'Cuando Harry encontró a Sally'.

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Llega el otoño, la estación melancólica y nostálgica por excelencia. ¿A quién no le va a gustar una estación que concita adjetivos esdrújulos e invita a tomar té humeante mientras miras por la ventana? Ja, ja, qué ilusa. A mí, como decía Gabriela Ybarra, desde que soy madre, los tés se me enfrían sistemáticamente. Ay, otoño, ¿llegarás de una vez por todas? ¿Cuánto durará el entretiempo en tiempos de crisis climática? Tal vez la primavera y el otoño se queden en estaciones simulacro solo certificadas por El Corte inglés desde sus pantallas digitales. Por cierto, ¿por qué eliminaron los neones para comenzar a contaminar lumínicamente con pantallas digitales? ¿Con el fin de convertir los neones en el elemento activador de la nostalgia por excelencia? Y, también me pregunto, ¿cuántos años de vida le dais a El Corte Inglés? ¿Demolerán sus edificios? ¿Qué pondrán en su lugar? ¿Servidores o almacenes de Amazon?

En fin, que me lío, que no arranco. Debe ser la astenia otoñal. Me la invento, claro, porque aún hace calor. Aún podría parecer el final del verano y no este entrado octubre. Por eso me pongo Cuando Harry encontró a Sally, para infatuarme de los colores de Central Park, esos que no acaban de florecer en la época de los pródromos de la España desértica. Y para disfrutar de los outfits de Meg, claro, esos que después de décadas dando pudor volvieron a ser lo más. Como los neones. También he vuelto a ver Seinfeld. Mi juventud tiene textura de VHS, como la de mis padres tiene la de las fotos en blanco y negro. También quiero copiar los conjuntos de Elaine. Y me teletransporto. Para recordarme a mí misma, en verdad: en casa de mis padres, con trece años recién cumplidos, primer novio, primer cigarro, blablabla. ¿A quién le importa? A mí, yo misma me embebo de un sesgado viaje en el tiempo. La memoria tiende a borrar los conflictos. O a hacerlos más firmes, como un tropiezo, como una buena herida abierta. Probablemente Cristina Rivera Garza no tenga ninguna nostalgia del estreno de Cuando Harry encontró a Sally, prácticamente contemporáneo al feminicidio de su hermana

Básicamente creo que, como dijo Ignacio Pato en su intervención en la mesa Izquierda y tradición de la Uni de Otoño de Podemos, yo añoro los noventa porque era adolescente, no tenía que trabajar y mi padre estaba vivo. Echo de menos a una versión de mísma y de mi familia que quizá jamás existió. Borro de las escenas de Seinfeld mis primeros coqueteos con los trastornos alimenticios, el desclasamiento que me produjo cambiar de colegio público a instituto concertado para descubrir que el dinero no compra el capital cultural de las élites o la desigualdad habida y por haber en la vida de mi padre y mi madre solo por ser lo que eran: hombre y mujer. Y más allá de eso: olvido el fortalecimiento de la escuela concertada a costa del abandono de la pública. La Guerra del Golfo. La legislación de las ETTs, el debilitamiento del asociacionismo, el Informe Petras, el secuestro del imaginario social por parte del consumismo. Total: la cocina fantasma de un montón de procesos sociales de desigualdad que luego nos estallarían en la cara en los dos mil. No, mejor cubro todo con la pátina icónica de la escena del pastrami orgásmico de Sally a la luz de un neón que dice diner. Tantas capas de memoria no caben en mi otoñal nostalgia. Y se me enfría el té.

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