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El nuevo curso era para aprender

Rosa María Artal

Entre los tópicos que ha impuesto la mediocridad, destaca el de llamar “Nuevo curso” a la reanudación de  la actividad tras el verano. Los cursos nuevos solían ser para acrecentar conocimientos, para progresar en sabiduría y criterio. Solían. Ahora nos conocemos de tal forma el temario que van a impartir, es tan poco motivador y tan cargante, que  afrontamos este periodo hastiados de antemano.

Nos sirve el mismo material, idénticos textos –aunque nos los cobren otra vez- los mismos dispositivos electrónicos, cuadernos y lápices del itinerario anterior. Nos sabemos tan bien a los profesores que tenemos la idea exacta de cuánto van a dar de sí. Una pequeña –en número- y muy reciente renovación del claustro propiciada por padres y alumnos, les ha hecho revolverse para aferrarse al cargo con auténtica saña. No les falta más que meter una serpiente pitón en la cama de alguna nueva profesora para disuadirla y que se vaya, si no logran echarla antes.

El domingo nos dijeron: “se ha iniciado el nuevo curso en el tradicional Soutomaior ”… En fin, que es como en Oxford pero con Mariano Rajoy haciendo campaña. Las matemáticas se le dan mal al director y a los jefes de estudios. Y a los medios que cuentan el programa. No vale aportar el resultado y solo algunos datos de la ecuación para resolver los problemas. Y no son cifras saneadas las que han disparado la deuda pública por encima del billón de euros. Ni es posible hablar de recuperación sin que hayan aumentado los sueldos recortados y el empleo creado sea tan precario que no da para sustentar un futuro. Nunca aceptará una persona cuerda que es 10 el resultado de sumar 6 con no sé sabe qué, dado que lo ocultan. Y menos cuando constata el brutal aumento de la desigualdad en este período. Al punto de liderarlo en Europa.

El presunto nuevo curso traerá -con dos citas electorales decisivas- más contabilidad y menos humanidad. Reforzados ataques a la inteligencia y a la decencia. La ética hace tiempo que se apartó del temario oficial español, y cada uno la busca como puede. Ha sido sustituida, de hecho, por un doctorado en cinismo. Ver a Pablo Casado, portavoz del PP, acusar de corrupto a Artur Mas sin mover una pestaña, le catapulta a esa Matrícula Cum Laude que ya obtuvieron Arenas, González Pons o Hernando, y a colocarse en la orla junto a Cospedal, la innombrable arpía de Madrid, Soraya Sáenz de Santamaría o el propio Mariano Rajoy. Ese ser que camina mirando al frente, pretendidamente impoluto, cuando son abrumadoras las acusaciones y pruebas de corrupción que jalonan desde hace décadas el partido que preside. Y es evidente, palmaria, constatable, su política en favor de los privilegiados y a costa del resto.

La misma Matrícula cum Laude en cinismo merece el susodicho Artur Mas, autoerigido también como azote de  corruptos, mientras aparta el fiemo que emana su protector Jordi Pujol con su amplia familia y amistades. O cuando la bandera del independentismo, de cuño reciente en su caso, le sirve para tapar recortes trágicos, en la salud pública para empezar.

¿Nuevo curso? Nos sabemos de memoria hasta sus tics, los aspavientos de los políticos metidos en campaña permanente bajo su disfraz de periodista. El ruido, el atronador ruido, que emiten la mayoría de los medios (sin y con audiencia) destinado sobre todo a ese sector del alumnado que solo quiere estar en el recreo. Y nos carga con sus mochilas a todos como con una losa.

El nuevo curso seguirá sin contar a los afectados y futuras probables víctimas, cuál es su situación real.  Cómo se distribuyen las cargas desde la llamada crisis, para qué les ha servido a quienes dirigen el entramado. Seguirá arrojando culpas contra los infectos contrabandistas de personas únicamente, obviando quiénes y por qué les echaron de sus casas y quiénes y por qué les cierran las puertas. Y qué camino espera a Europa y sus ciudadanos asignando las causas de la crisis a las víctimas y no a los verdugos. A los verdugos de todos. A las cómplices armas y negocios comerciales con los que se trafica.

En la asignatura troncal del curso –el miedo- tendrán a mano a Albania y Venezuela, para llamar nazis y fascistas a los catalanes díscolos, cuando Europa sufre la peor crisis de racismo y ultraderecha desde la Segunda Guerra Mundial.

O a Grecia. Sin mencionar qué gobiernos la llevaron a la bancarrota. Y que, si allí se ha impuesto alguna realidad como dicen, es la de que el matón de la clase impone su ley y el resto calla y apoya. El ex presidente Felipe González corrobora este hecho al escribir: “Después de que más del 60% de los griegos lo creyeran, Tsipras aceptó condiciones mucho peores que las que habían rechazado en referéndum”. La culpa, para González, es de Tsipras, no de quien endureció los requisitos como castigo por la consulta.  

Nos sabemos cada palabra que dirán de aquí a diciembre. Cada gesto. Cada mueca. Todas y cada una de las ideas y maledicencias que intentarán imbuir, a salvo de las novedades que pergeñen en ese terreno.

Tratarán de agotarnos por cansancio, por aburrimiento, por desesperanza. Porque el principal objetivo del Nuevo Curso es cerrar las salidas, agostar la ilusión por los cambios posibles. Hasta que terminemos admitiendo que la condena es de cadena perpetua, ellos atesoran la llave, racionan y castigan a su antojo, y no podremos escapar. 

El nuevo curso era para aprender. Es para aprender. Aprendamos. 

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