Pablo Iglesias se ha llevado un chasco
“Agradecemos su solidaridad. Ha habido empatía entre nosotros. Pero quien tiene que negociar es el gobierno”. Más claro no ha podido ser Joan Tardá a la salida del encuentro que el líder de Esquerra Republicana y el de Podemos mantuvieron ayer en la prisión de Lladoners. Tan contundente era la imposibilidad de ir más allá de eso que el diputado de Esquerra ha añadido que en el encuentro no se hablado una sola palabra de presupuestos. Entonces, ¿para qué se ha montado ese número? Y más, ¿ese fiasco, totalmente previsible, va a tener consecuencias políticas negativas?
Cabe descartar, de entrada, que las vaya a tener para Junqueras. En todo caso, la reunión podría beneficiarle en un terreno que en estos momentos le importa mucho, que es el de la batalla que libra con Carles Puigdemont por la primacía en el independentismo. Porque el hecho de que el líder del tercer partido político español acuda a verle a la cárcel, aparte de una denuncia objetiva de su condición de preso político, es un reconocimiento de su importancia en la escena estatal, lo cual siempre es bueno para él. De cara al futuro y para distinguirse de Puigdemont, que en estos momentos es poco menos que un apestado en todos los ambientes institucionales y políticos españoles.
Pedro Sánchez podría pasar por encima del episodio sin mayores dificultades. Pero la iniciativa de Pablo Iglesias -que obviamente ha sido del todo autónoma, es impensable lo contrario- le ha creado más de un problema. Porque ha dado alas, aunque sólo sea mediáticas, a una derecha que dice que es el líder de Podemos quien dicta su política, el que ha redactado el presupuesto. Y que, vistas las dimensiones que estaba adquiriendo la cosa, le ha obligado a declarar solemnemente, aunque con una sonrisa, que es el gobierno y no su socio circunstancial quien negocia las cuestiones que tienen que ver con la gobernabilidad del país.
Y no es casualidad que Susana Díaz y Javier Fernández, los más connotados adversarios internos de Pedro Sánchez, hayan salido indignados a la palestra para denunciar la osadía de Pablo Iglesias. Quien no quiera leer en ese gesto una crítica indirecta a los acuerdos entre el PSOE y Podemos tiene todo el derecho de hacerlo. Pero hace año y medio, el rechazo a cualquier forma de entendimiento con Podemos era uno de los argumentos centrales de la conspiración que protagonizaron los presidentes de Andalucía y de Asturias para echar de la secretaría general a Sánchez.
Con todo, es difícil que la cosa pase a mayores. Sobre todo porque las elecciones andaluzas están en puertas. Se quedará, a lo sumo, en un toque de atención, en un recordatorio de que en el PSOE no todo es paz y concordia, aunque lo parezca.
Es más difícil especular sobre el impacto que el número de Lladoners puede tener en el interior de Podemos. Fuentes de ese partido aseguran que la iniciativa ha sido una decisión estrictamente personal de Pablo Iglesias y que no ha sido debatida por la dirección, si bien su entorno más fiel le ha apoyado. ¿Provocará eso un debate en un partido en el que amplios sectores critican el excesivo personalismo de Iglesias y lo consideran uno de los mayores problemas que tiene la organización?
Aunque lo más probable es que todo el mundo trate de apaciguar las eventuales tensiones, lo cierto es que la apuesta de Iglesias ha sido fuerte. No se ha limitado a reunirse discretamente con Junqueras, limitándose a comunicar que lo había hecho a toro pasado, sino que desde hace días ha venido desplegando un articulado show para que todo el mundo supiera que era el único que se atrevía a enfrentar de cara el mayor problema que tiene España, dejando caer, aunque formalmente nunca lo haya manifestado, que él podía desatascar la cuestión del presupuesto. ¿Por qué? ¿Sólo para ganar durante unos pocos días la batalla de la imagen?
Las palabras de Joan Tardá le han puesto en su sitio. Si un día Esquerra se aviene a negociar será con el Gobierno y cualquier otra opción es pura literatura. Como tenía necesariamente que ser. Porque lo que está en juego es la suerte de los independentistas presos, que ahora y hasta dentro de unos meses deja cualquier otro capítulo –incluido la subida del salario mínimo, que, por cierto, se puede aprobar por decreto– en un lugar muy secundario y hasta prescindible. Y Podemos no tiene ningún instrumento para poder influir en ese terreno. Sólo Sánchez puede hacer algo. Veremos si atreve. De lo contrario, tendrá que prorrogar los presupuestos.
El reciente pacto entre el gobierno y Podemos es un hito en la política española reciente. Un auténtico cambio de escenario. Hasta el punto de que algunos se atreven a pronosticar que ha sido el precursor de una futura alianza electoral entre socialistas y podemitas para las municipales. La hipótesis es sin duda demasiado atrevida. Entre otras cosas porque Podemos es uno de los grandes rivales electorales del PSOE y la recuperación de votos que Sánchez quiere propiciar con su política y su acción de gobierno está destinada en gran medida a que vuelvan a sus filas a los muchos electores socialistas que se han venido pasando al partido de Pablo Iglesias. Lo mismo vale al revés, cambiados el sentido y los tiempos del trasvase. Son contrincantes políticos. Y con eso no se juega. No vaya a ser que se termine rompiendo el juguete.