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Poco nos pasa

El candidato de Unidas Podemos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias. EFE/Alberto Estévez/Archivo

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Nunca fue fácil, cierto. La relación entre política y periodismo siempre ha sido tirante. Los que gobiernan y los que aspiran a gobernar no siempre han estado dispuestos a asumir el precio de un periodismo libre. Y subrayemos aquí lo de periodismo porque no todo lo que se lee o se escucha lo es, aunque se presente como tal. Los insultos y las mentiras nunca lo fueron. Quedan excluidos por tanto de este alegato –que unos creerán corporativista, y no de reivindicación de los mínimos fundamentos democráticos como se pretende– los pseudoperiodistas, los hacedores de fakes, los distribuidores de bulos y los esparcidores de odio. El periodismo nunca fue eso. 

Pero más allá de la obligada introspección que algún día tendremos que hacer los que nos dedicamos a este oficio, hay algo que debería llamar la atención de todos respecto al deterioro de las reglas del juego democrático, que incluye tanto la obligación del periodista de preguntar, indagar e incluso criticar de forma responsable como la de los políticos de responder ante los ciudadanos. 

¿Recuerdan? Empezamos con el “plasma” de Mariano Rajoy y las ruedas de prensa sin preguntas de Zapatero, pasamos por el veto de Vox a determinados medios de comunicación y llegamos a los vídeos editados y las autodeclaraciones grabadas de Pablo Iglesias como práctica habitual desde que el líder de Unidas Podemos volvió a la calle como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Entre medias, los corresponsales españoles en Bruselas se han quejado reiteradamente de que Pedro Sánchez no comparezca, como el resto de líderes europeos, tras cada Consejo Europeo y los cronistas políticos nacionales, de que el mismo Iglesias no haya comparecido en rueda de prensa desde hace año y medio, concretamente desde antes de ocupar la vicepresidencia segunda del Gobierno. Pablo Casado tampoco se puede decir que sea un entusiasta del formato, como tampoco lo es Inés Arrimadas. De Abascal, ni hablamos. 

En el caso de Iglesias, hasta hace unos días que tuvo que cambiar de estrategia ante la presión de los informadores, ni siquiera hacía pública su agenda de campaña de tal modo que los periodistas no podían acudir a sus actos ni para dar testimonio de lo que allí sucedía ni para hacer preguntas. El producto llegaba a todas las redacciones enlatado de tal modo que el candidato hablaba de los asuntos que estimaba oportuno y no tenía que someterse al criterio editorial o informativo de ningún medio.

Hasta el mismísimo Felipe González acaba de anunciar que se suma a la moda del podcast y algunos medios lo han difundido como si fuera una gran hazaña o un “shock de modernidad” del expresidente, a sabiendas de que lo hace, tal y como ha expresado, para “superar la barrera de la intermediación” y evitar que “alguien diga lo que yo digo sin haberlo dicho”. Sin preguntas, sin apostillas, sin contexto, sin que medie el más mínimo espíritu crítico que inspira el periodismo.

Lo que hacen ellos, todos sin excepciones, no es una falta de consideración al periodismo ni una anécdota que deba pasarse por alto. Es algo más profundo, es el síntoma de que la política se ha propuesto un doble objetivo: acabar con el papel de intermediario de los medios de comunicación, en quienes la Constitución delegó el derecho a la información de los ciudadanos y soslayar uno de los instrumentos más decisivos para el control del poder político en las democracias.

Las mal llamadas declaraciones institucionales, las ruedas de prensa sin preguntas, los vídeos prefabricados, las declaraciones enlatadas, las señales de los actos políticos editadas por los partidos y hasta un simple tuit difundido en sus cuentas privadas forman parte de una estrategia destinada en última instancia a eludir el filtro del periodismo. Y seguimos callados. Poco nos pasa ante tanto desprecio y tanto atropello de un derecho fundamental que no es nuestro, sino de los ciudadanos.

Sin cuestionar, sin preguntar, sin indagar y sin contextualizar, el periodismo deja de ser un mediador activo para convertirse en un canal de transmisión de intereses propagandísticos. Si es eso lo que queremos, sigamos mirando hacia otro lado como si no pasara nada.

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