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Un paso atrás

Protesta en California. EFE/EPA/ETIENNE LAURENT

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Han pasado ya muchos años del “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. En casi todos los países civilizados del mundo se ha ido consiguiendo que sus sociedades reconozcan el derecho fundamental de los seres humanos a decidir sobre su cuerpo y su vida. El derecho a la libre decisión de tener descendencia o a no tenerla es un derecho humano, que nos afecta a todos, y no un derecho de mujer y que solo importa y afecta a las mujeres. Y sin embargo ahora resulta que en el país que se autoproclama el más libre del mundo –“the land of the free” como dice su himno nacional- el Tribunal Supremo acaba de pronunciarse en contra del aborto, lo que no tendría mayor importancia si se tratara solo de la opinión de unos cuantos juristas varones, ricos, ultraconservadores y puritanos, casi todos designados por la patética figura del anterior presidente de Estados Unidos a quien no le voy a hacer el favor de nombrar aquí porque me niego a aumentar su lista de menciones en artículos periodísticos. No se trata de la opinión privada de estos juristas que, con la legislación actual son muy libres de usar su derecho al aborto o no hacerlo. El problema es que ahora ese derecho ya no existe porque ellos han decidido arrebatárselo a su población.

Me resulta incomprensible que nuestra civilización occidental primermundista esté dando estos pasos atrás en su desarrollo. ¿Qué vendrá después? ¿La prohibición de divorciarse? ¿La prohibición de los matrimonios homosexuales? ¿Vamos a volver a los años 50 del siglo XX, cuando las mujeres que, durante la Segunda Guerra Mundial, habían ocupado toda clase de puestos y trabajos, tuvieron que volverse a casa para hacer sitio a los hombres que volvían de la guerra convertidos en héroes? Entonces el cine de Hollywood se ocupó de que las mujeres de Estados Unidos y del resto del planeta se identificaran con las encantadoras esposas suburbanas que tenían su propio coche (para ir a hacer la compra a los maravillosos supermercados que aquí, en España, no podíamos ni soñar), fumaban en el jardín después de haber hecho las faenas domésticas con la ayuda de los electrodomésticos más modernos, y salían una vez por semana con sus amigas a jugar a los bolos o a tomar una copa cada vez en casa de una de ellas. Esas mujeres, por supuesto, no tenían estudios superiores, no tomaban anticonceptivos y no abortaban. Estaban supeditadas a sus maridos y a sus hijos, se atiborraban a antidepresivos y a veces se suicidaban cuando no podían aguantar más la situación de dependencia y esterilidad vital. Véase la famosa canción The ballad of Lucy Jordan (1974), de Shel Silverstein, cantada originalmente por Dr. Hook & the Medicine Show, que llegó a la fama en la voz de Marianne Faithfull. Y, ya que estamos, recomiendo encarecidamente la lectura de The Stepford Wives, la novela de Ira Levin publicada en 1972, o el visionado de la película del mismo título de 1975, dirigida por Bryan Forbes.

Estas mujeres, como las de todo el planeta, tenían que vivir (y morir) del modo que a los hombres les parecía aceptable, sin capacidad de decidir por sí mismas ni siquiera en cuestiones tan íntimas como su propio cuerpo, su propio útero, su propio plan de vida para el futuro. Porque, cuando a una persona se la obliga a tener un hijo que no desea (y digo “persona” conscientemente: tampoco a un hombre le haría gracia que lo obligasen a quedarse con un bebé no deseado para el resto de su vida), y ni siquiera se le propone ningún tipo de ayuda para los siguientes veinte años -tiempo, dinero, apoyo- lo normal es que las cosas no salgan bien, ni para el/la progenitora ni para el hijo o hija.

No hay aquí tiempo ni espacio para esbozar siquiera el lento y doloroso camino que tuvieron que recorrer las mujeres y algunos hombres -tanto en Estados Unidos como en otros lugares, incluido España- hasta conseguir el reconocimiento de un derecho fundamental del que una puede hacer uso si lo desea, o no hacerlo, como sucede con todos los derechos. A nadie se le obliga a divorciarse, si no lo quiere hacer, pero es fundamental que exista la posibilidad de hacerlo. Es de puro sentido común.

Sin embargo ahora “el país más libre del mundo” ha vuelto al oscurantismo, a la barbarie, a empujar a las mujeres que no ven otra salida a poner en peligro su vida y su libertad teniendo que buscar soluciones ilegales y muy caras cuando necesitan abortar. No hay ninguna mujer a la que le guste abortar o que lo haga por diversión. Si una llega hasta ese punto, siempre es por consideraciones fundamentales de riesgo físico, psíquico o social. No tiene sentido que consideremos que la supervivencia de unas pocas células que, con tiempo, pueden llegar a convertirse en un bebé, sean más importantes que la vida de un ser humano adulto con un futuro por delante. Y todavía tiene menos sentido que sea una instancia exterior la que decida si ese ser humano adulto puede o no puede llevar adelante su plan de vida. Si a esto añadimos que la instancia exterior suele estar compuesta de varones, que nunca se han visto ni se verán en la situación de tener dentro de su propio cuerpo un ser no deseado que crece constantemente, independientemente de tu voluntad y tus deseos, la situación es realmente abominable.

Que en un estado oficialmente laico se obligue a llevar a término un embarazo, usando argumentos religiosos, es, además de ridículo, salvajemente hipócrita. Es una forma de ejercer un control implacable, de humillar a la mitad de sus ciudadanos -ciudadanas en este caso- reduciéndolas a seres dependientes, sin voluntad y sin derechos. Es peor que tratar a las mujeres como niños, porque los niños sí tienen derechos, mientras que las mujeres son reducidas a objetos, portadores de otra vida que es más importante que la de ellas mismas. Meras ánforas sin voluntad. Solo hasta el parto, claro. A partir de ahí, a nadie le importa que la madre no tenga bastante dinero, fuerzas, tiempo, entusiasmo para ocuparse del recién nacido, que no pueda permitirse llevarlo a una escuela donde le den una educación que le posibilite una vida digna, que no tenga una vivienda adecuada... Una vez puesta en el mundo esa criatura, que tan importante parecía ser, todo el mundo se olvida de ella, salvo la madre, que tendrá que sacrificar los siguientes veinte años de su vida si quiere que ese bebé sobreviva, ya sin ayuda de nadie. Y todo eso en el “mejor de los casos”, en el caso de que ese embarazo no atente directamente contra su salud y su vida, o no sea producto de una violación o un incesto.

Parece mentira, pero los derechos ya establecidos pueden desaparecer de un momento a otro. Eso es lo que tenemos que evitar como sea porque, cuando cae un derecho, es muy fácil que caiga el siguiente, como en las líneas de fichas de dominó. Y, con mucha frecuencia, se empieza por algo que afecta, aparentemente, solo a las mujeres (porque así muchos hombres piensan que no es problema suyo y no protestan) y después se van extendiendo las olas en el estanque hasta que alguien, muy arriba, en las altas esferas del poder, decide ir recortando los derechos de todo el mundo, para ir ciñendo el control de la población entera hasta que no quedan decisiones libres, hasta que los seres humanos dejamos de serlo.

Nuestra libertad y nuestros derechos son lo único que no nos podemos dejar arrebatar en ningún caso, con ninguna excusa. Tenemos que estar siempre vigilantes para que no nos arrebaten lo alcanzado, para no dar ni un paso atrás.

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