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Cuando a la patronal le dan ataques de sinceridad

La foto oficial de la reunión de Rajoy y los principales dirigentes empresariales. Foto: Presidencia del Gobierno

Rosa Paz

Cuentan las crónicas periodísticas que los grandes empresarios crearon el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC) porque no se sentían representados por la CEOE, en aquellos momentos liderada por Gerardo Díaz Ferrán, inquilino desde hace año y medio de la cárcel de Soto del Real. Se entiende, la verdad, que esa élite del Ibex35 que se reunió este miércoles en la Moncloa con Mariano Rajoy -como antaño hacía con José Luis Rodríguez Zapatero- no quiera mezclarse con otros colegas de menos rango, no sólo por clasismo, también porque las declaraciones de algunos portavoces de esas organizaciones empresariales les deben de poner los pelos de punta.

No como a ustedes, no. A los ciudadanos de a pie, sobre todo a los paganos de esta crisis, algunas de esas afirmaciones les revientan, les irritan. A ellos, a los de la CEC, les deben de producir un poco de vergüenza ajena. No porque piensen de manera diferente, sino porque ellos tienen mejores asesores, están más viajados, conocen el impacto social que pueden tener determinados mensajes y, por su esmerada educación, saben que si repiten en público las cosas que dicen en privado podrían encolerizar a muchos ciudadanos que, al fin y al cabo, son clientes de sus bancos, sus eléctricas, sus telefónicas, sus supermercados, sus hoteles...

Los presidentes de esas grandes empresas suelen hacer pocas declaraciones y bien medidas. De los de su procedencia social se recuerdan pocas meteduras de pata. Recientemente la de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, con aquello de pagar por debajo del Salario Mínimo Interprofesional a los jóvenes sin estudios y sin trabajo que, según ella, “no valen para nada”. La señora De Oriol pidió luego perdón porque había utilizado “una expresión muy poco afortunada”, pero nadie duda de que dijo lo que piensa.

Lo mismo que el presidente de la patronal valenciana, José Vicente González, quien afirmó esta semana que “no hay empleo ni salarios basura” y que no son tiempos para que los parados se pongan “exquisitos”. También se disculpó. Otra “frase desafortunada”. “Un mal día”, afirmó. Pero en esa pésima jornada quedó claro también lo que piensa.

Como se conoció hace un par de años lo que pensaba el entonces director de relaciones laborales de la CEOE, José María de la Cavada, sobre que el Estatuto de los Trabajadores otorgue un permiso de cuatro días cuando la muerte de un familiar en primer grado exija un desplazamiento. “Los viajes ya no se hacen en diligencia”, dijo. Parece que cuando a esta gente se le muere, por poner un ejemplo, un progenitor van al cementerio, besan a la familia y vuelven en el primer avión. Le despidieron de la CEOE el pasado mes de febrero, pero no consta que fuera por esto.

Lo positivo de estas declaraciones es que retratan a quienes las hacen. Lo negativo descubrir que les parece que los trabajadores tienen demasiados derechos -incluso después de la reforma laboral que los deja bajo mínimos-, que piensan que pagan demasiado y que además los empleados son exquisitamente exigentes.

Debe ser que no conocen la realidad de tantos españoles, jóvenes aunque sobradamente preparados, que buscan empleo hasta en Laponia porque aquí no encuentran ni uno. Y de tantísimos jóvenes y mayores, sin distinción de edad ni sexo, algunos también sobradamente preparados, que trabajan en lo que pueden sin ponerse ni un poquito exigentes, aceptando salarios muy por debajo de sus méritos y horarios bastante por encima de sus capacidades. Ni, claro, la de los casi seis millones de parados que no encuentran trabajo simplemente porque no hay. Y eso sí debían de saberlo en la patronal, porque, al fin y cabo, la responsabilidad de crear puestos de trabajo es básicamente suya.

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