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Pedir perdón es poco español

Imagen de la concentración en la Plaza de Colón de Madrid

Antón Losada

La petición del presidente mexicano, López Obrador, para que él mismo como presidente de México, el rey Felipe por España y el Papa Francisco por la Iglesia católica pidan perdón por los crímenes perpetrados contra los pueblos indígenas, incluidos los abusos de la Conquista, ha activado la hiperventilación del neoespañolismo más rancio y cañí. Las panderetas han enloquecido y la España de los balcones ha dado sin dudar un paso al frente, hasta saltar al vacío patriótico. Si alguien no echa el freno pronto, puede que tengamos que acabar pidiendo perdón por la conquista y perdón por lo chulos, maleducados y coloniales que nos hemos puesto.

Por supuesto, no ha faltado esa cosa tan española de explicarles a los demás, a los mexicanos, a los venezolanos, a los catalanes, a los gallegos y, en general, a quien se ponga por delante, cómo deben sentirse para sentirse correctamente mexicanos, venezolanos, catalanes o gallegos. Qué sabrán ellos. Pero para eso están esos españoles de bien, para enseñar al que no sabe. Tampoco nos hemos privado de los habituales arrebatos de “patriotismo cipotero”, con Pérez Reverte a la cabeza llamando imbécil a presidente de México, para que se vea que se puede ser académico y segur siendo muy macho y muy español.

Han abundado también los arranques de “patriotismo indignado”, con Pablo Casado, el hombre de los mil másteres, hablando de “ignorancia escándalos” y “afrenta”, o con Albert Rivera denunciando la enésima “ofensa intolerable” –otra más– a un pueblo español que, si fuera por la derecha, no haría otra cosa en todo el día que procesar agravios. Menos aún podía faltar el siempre entrañable “patriotismo reivindicativo”, exigiendo a López Obrador menos condenas a Hernán Cortés y más contra Nicolás Maduro o Michael Jackson.

El gobierno ha rechazado “con firmeza” una petición que, otros países tan grandes y tan democráticos como Italia, Canadá, Japón, Alemania o Reino Unido, han procurado satisfacer de alguna manera para tratar deponerse en paz con sus propias historias. Sólo Podemos y los nacionalistas han tenido el buen juicio de plantear que, a lo mejor, conviene escuchar la petición porque, a lo mejor, tienen algo de razón.

Menos firmeza y un poco más de humildad no le vendría mal al presidente y al gobierno. No se puede juzgar el siglo XV con los parámetros del siglo XXI, sostienen el Ejecutivo y muchos historiadores. Pero nada hay de malo en pedir perdón por la evidencia de que tomamos por la fuerza lo que no era nuestro, con parámetros de hace quinientos años y parámetros de hoy mismo. Reconocerlo solo puede hacer más grande a cualquier país. Algún día habrá que empezar a escribir la Historia de otra forma.

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