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Pegarse un tiro en el pie

La portavoz de Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua

Esther Palomera

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En la jerga política anglosajona se conoce por “to shoot oneself in the foot”. En español, se dice “pegarse un tiro en el pie”. Y es esa capacidad que tienen algunos para autolesionarse en el momento más inesperado. Por estupidez, por miedo, por inseguridad, por incapacidad o por confiar ciegamente en su pericia para engañar a todo el mundo al mismo tiempo sin temor a ser descubierto.

Le ha pasado al Gobierno. En realidad, a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias porque ni sus propios ministros estaban al tanto de la treta. Tan solo lo conocían Echenique y Lastra por aquello de que hicieron de amanuenses de un acuerdo parlamentario que ha tenido la habilidad de soliviantar a la vez a Cs, al PNV, a ERC, a la CEOE, al PSOE y a Bruselas. Y todo por ocultar a unos lo que se pactaba con otros. Con Bildu, para más señas.

El sainete de la noche del martes sobre la reforma laboral acordada con la formación abertzale es de esos episodios políticos inexplicables, no solo porque no tiene justificación razonable a la vista, sino porque en la búsqueda de respuestas nadie dice toda la verdad sobre el asunto. Lo que sí dejan son demasiadas pistas sobre cómo se ejerce el poder en momentos tan críticos para el país y sobre la fiabilidad del Gobierno.

Hablamos, sí, de un acuerdo que el PSOE y Unidas Podemos tejieron con Bildu sobre la derogación “íntegra” de la reforma laboral a cambio de que sus cinco diputados se abstuvieran en la votación para la quinta prórroga del estado de alarma. La negociación comenzó a finales de la semana pasada. Se ofrecieron los abertzales por aquello de obtener algo de Madrid para poder exhibirlo como triunfo en Euskadi en un contexto preelectoral. Para entonces, el PSOE contaba ya con los votos favorables del PNV -que había logrado a cambio la cogobernanza en la desescalada- y poco después con los de Cs -que se anotaba el tanto de haber doblado el pulso a Sánchez para que la prórroga fuese de 15 días y no de un mes, como pretendía-, pero la mayoría aún era exigua. Seguían en duda los votos de ERC, el de Compromís, el de NC y el de Errejón. Tuvo miedo de perder la votación y negoció a varias bandas. Y como la mayoría que hizo posible la investidura ya estaba resquebrajada, qué mejor que acallar los ecos sobre un nuevo y estratégico escenario de alianzas por la derecha con Cs que hacer un gesto para intentar soldar el bloque de la izquierda y de paso mostrar a los díscolos de ERC la senda de las reformas sociales.

El acuerdo se firmó a media tarde mientras aún se celebraba el debate sobre la prórroga. Y prueba de ello fue la sorpresa con la que portavoz de Bildu respondió a Sánchez desde la tribuna cuando éste dio por descontada su abstención. “Será entonces que han aceptado nuestra exigencia de derogar completa la reforma laboral”, le espetó. Aceptado estaba y adquirido el compromiso de no hacerlo público hasta que no se hubiera producido la votación. De lo contrario, Cs podría haber cambiado el sentido de su voto, el PNV mostrar su indignación y con ello poner en peligro el estado de alarma y el mando único.

El tsunami llegó cuando se hizo público el texto al ver que incluía la derogación “íntegra” de la reforma laboral, y no cuando acabara la crisis sanitaria sino en medio de la vorágine. De un lado, el PSOE y Podemos asumían lo que antes habían dado por inviable técnica y jurídicamente, como llegó a declarar la ministra de Trabajo, y por ello no lo incluyeron en esos términos en su acuerdo de gobierno. Y de otro, ante la peor crisis de la historia y sin despejarse la crisis sanitaria metían en la agenda política la derogación del marco laboral sin que mediara comunicación alguna a los agentes sociales. Las llamadas de la CEOE no se hicieron esperar y tuvo que ser la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, quien exigiera una rectificación para enmendar el error y salvar la mesa del diálogo social. Demasiado tarde ya. La chapuza fue mayúscula; el PNV se sentía traicionado; Ciudadanos, cabreado; los empresarios, soliviantados; los sindicatos, perplejos; el PSOE, “dolido y perplejo” y la credibilidad del Gobierno, por los suelos. Lo que no hay, por más que lo pretendan algunos, es una falla entre socialistas y morados, más allá de que los segundos culpen del lío a la “disparatada política de comunicación” de los primeros.

Lo de menos es el debate sobre una semántica ya asumida porque la derogación nunca podrá ser íntegra y, además no es oportuna en este momento, como ha hecho saber Calviño. Lo de más, es que la credibilidad del Gobierno queda por los suelos en un momento en el que no anda sobrado de apoyos y en el que en cada votación se evidencia la debilidad parlamentaria en la que se encuentra. Con estos mimbres y con los aliados -estables y coyunturales- cabreados es con lo que tiene que lidiar Sánchez para rogar una sexta prórroga del estado de alarma a partir del 7 de junio.

Es lo que tiene el tacticismo, el tratar de engañar a todo el mundo todo el tiempo y el fiar la supervivencia del Gobierno a la sobreexcitación de una derecha que tampoco acierta con su estrategia. Que ahora los “spin doctor” de la teoría del “win-win”, traten de vender que el presidente no conocía el detalle del acuerdo con Bildu cuando él mismo lo desveló desde la tribuna del Congreso es tomarnos a todos por estúpidos o creerse más listos de lo que, en realidad, son. El tiro en el pie se lo han dado ellos y las consecuencias del destrozo se verán en la siguiente votación.

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