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Periodismo independiente incluso de los amigos

Nuevo Periodismo

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El periodismo independiente es una profesión de riesgo: en muchos países del mundo es fácil que te lleve a la tumba. En las democracias occidentales, el riesgo de dejarte literalmente la vida es menor -aunque no nulo, como muestran los trágicos ejemplos del Charlie Hebdo y el asesinato de periodistas de investigación en Malta y Holanda-, pero en cambio está muy extendida otra fórmula más acorde con las exquisitas formas de las corporaciones mediáticas hegemónicas: matarte de hambre.

México es ahora mismo una de las plazas más difíciles para ejercer el periodismo independiente, con un balance de víctimas aterrador: 16 periodistas han sido asesinados en lo que llevamos de año, 41 en los últimos cuatro años. En muchos Estados perviven lazos entre los políticos, la policía y el crimen organizado que los cárteles de la droga han reforzado todavía más y que dejan a los periodistas que tratan de denunciar la narcopolítica a los pies de los caballos: los que se supone que deberían protegerles son en ocasiones parte de la trama que conduce a su asesinato o a la fabricación de pruebas falsas para sacarles de circulación.

El periodista y vicerrector de la Universidad Miguel Hernández de Elche, José Luis González, motor del seminario de Periodismo Ryszard Kapuscinski, ha tenido el acierto de trasladar la edición de este año a Chihuahua, capital del Estado mexicano fronterizo con EEUU, que alberga Ciudad Juárez, una de las localidades más peligrosas del mundo para ejercer la profesión.

Al menos 23 periodistas han sido asesinados en Chihuahua desde 2000, a los que se homenajeó en las jornadas, donde se presentaron múltiples casos escalofriantes de reporteros que han tenido que huir o que están presos como consecuencia de causas judiciales que desprenden un fuerte hedor de montaje. Ahí estaban, entre otros, Guadalupe Lizárraga, que ha trasladado a California el diario digital que alberga sus investigaciones, Los Angeles Press, y Alfredo Riz Cruz, en tránsito hacia la frontera tras haber sido víctima de mucho más que amenazas, además del politólogo español afincado en México Carlos Barrachina, que aportó una catarata de datos minuciosos que hacen trizas la causa que mantiene desde hace dos años en prisión al periodista Héctor Valdez Hernández.

El riesgo que asumen muchos periodistas independientes en México y en tantos otros países se hace muy evidente con la cifra de muertos y encarcelados. Pero en cambio es mucho menos destacada otra característica también crucial: casi todos trabajan en un entorno de enorme fragilidad económica, lo que los hace todavía más vulnerables a las embestidas del poder, ya sea el teórico o el real: un nimio litigio en los juzgados, una inspección fiscal teledirigida o la retirada de una pequeña publicidad puede llevarles a la ruina.

De ahí la necesidad de que el ansia por el periodismo independiente sepa complementarse con proyectos mediáticos económicamente solventes y arropados por una importante base social. Esta es siempre la mejor protección. De lo contrario, tan noble y sacrificado esfuerzo acaba convirtiéndose en una bella quimera, en un empeño titánico de impacto muy limitado o en una acción kamikaze que más pronto que tarde llegará a su fin, quizá de forma incluso violenta.

Esta fragilidad económica del periodismo independiente sí que suele ser compartida también en las democracias occidentales en general y en España en particular. Las corporaciones mediáticas tradicionales atraviesan una crisis descomunal, lo que ha facilitado su captura por parte de la banca -¿de verdad alguien cree que el teórico Cuarto Poder es propiedad del poder real podrá fiscalizarse a sí mismo?- o de los fondos, con lo que evidentemente no son ya el entorno más adecuado para ejercer el periodismo independiente, a pesar del magnífico trabajo que siguen haciendo ahí muchos periodistas. Y obviamente tampoco pueden serlo los medios propiedad de magnates de estructura y agenda opacas.

Precisamente para blindar la independencia periodística se han construido en la última década, con gran esfuerzo, nuevas cabeceras en las que los propios periodistas se han involucrado también en las respectivas empresas editoras. Es el caso de Alternativas Económicas y Mongolia, los dos proyectos de los que yo participo no solo como periodista sino también como socio, de los que hablé en Chihuahua, pero también sucede en elDiario.es, La Marea, InfoLibre, El Salto, Ctxt, Carne Cruda, Radiocable, Crónica Libre y otros medios que han entendido que a los periodistas no nos queda más remedio que arremangarnos también en la construcción de empresas editoras.

Este nuevo ecosistema de periodismo independiente tiene como principal reto alcanzar la viabilidad económica, que es la mejor garantía de poder cumplir con su misión sin someterse a las presiones del poder. Obviamente, desde un inicio se contaba con la dureza del supuesto “mercado libre” y de sus reglas, tan a menudo trucadas por los actores dominantes, y con la hostilidad del establishment. Pero era más difícil imaginar que a estas dificultades previsibles se le iba a añadir también la del fuego amigo, que a menudo confunde el periodismo independiente con la militancia partidista y que en ocasiones parece todavía prisionero del famoso e inquietante discurso de Fidel Castro a los intelectuales de hace más de 60 años: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”.

Es una drama que para una vez que trata de abrirse camino un ecosistema mediático de periodismo independiente, con los trabajadores también en la propiedad de la empresa, se emprendan campañas de señalamiento y de acoso y derribo, con acciones que promueven deserciones masivas de suscriptores, precisamente por intentar hacer el trabajo que se espera de ellos. Que estas campañas se intensifiquen antes incluso de que este nuevo ecosistema de características y ambición inéditas en nuestro país logre consolidarse económicamente supone una auténtica tragedia para unos modelos aún demasiado débiles, que de pronto han quedado emparedados en un sándwich entre las corporaciones mediáticas, vinculadas en su mayoría al poder financiero y al establishment, y los medios de partido (o de facción de partido), con su típica exigencia de adhesiones inquebrantables.

La prensa de partido es totalmente legítima y fue especialmente vibrante durante la II República. Pero tiene muy poco que ver con el periodismo independiente, cuya base es ser independiente incluso de sus amigos.

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