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Una pieza más del puzle de Elena Fortún

Grupo escultórico Elena Fortún en el Parque del Oeste.

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Hace apenas unos días, el viernes pasado, mientras Annie Ernaux recibía el Premio Nobel de Literatura y todos los medios se volcaban con la noticia, una mujer venida desde Argentina entregó unas cartas al archivo personal de Elena Fortún que está en la Biblioteca Regional de Madrid. Fue un acto pequeño, apenas quince testigos, todas mujeres, todas celiadictas. Para los lectores que no lo sepan, celiadicto o celiadicta es toda aquella persona fascinada con Celia, el personaje infantil que creó la escritora Elena Fortún. Entre los celiadictos hay lectores, sí, pero también investigadoras que han empleado parte de su carrera académica en indagar en los senderos de la vida y la obra de Encarnación Aragoneses. La mujer que entregó aquellas cartas se llamaba Alicia Field y es sobrina de Inés Field, una de las mejores amigas de Fortún y compañera de vida en su exilio argentino. 

El viernes pasado, yo era una de esas personas que celebraban el premio a Ernaux y se sentaban a escribir un artículo sobre su obra. Quería que mi próxima columna hablara sobre ella y lo mucho que me apasionan sus libros, pero, entonces, llamé a una amiga para saber cómo estaba y ella me contó la visita de Alicia Field. Mi amiga es Christina Linares, editora de Renacimiento, que ha propiciado la recuperación del legado de Elena Fortún. He dedicado el último año de mi vida a investigar, leer y escribir sobre parte de esa generación de mujeres a la que pertenecía Elena Fortún y, aun así, todavía hay datos que se me escapan, hay piezas que faltan. Pensé que se habían escrito muchos artículos sobre Ernaux y ninguno sobre Alicia Field y aquí estoy para contarles una pequeña historia. 

La primera vez que oí hablar de la vida de Elena Fortún más allá de Celia fue en una conferencia de Carmen Martín Gaite que encontré en su libro Pido la palabra. Martín Gaite era una celiadicta. En 1987 comenzó a investigar sobre Fortún para una conferencia que le habían pedido en la Biblioteca Nacional. Aquel mismo año, la editorial Aguilar (la encargada de publicar todos los volúmenes de Celia) acababa de editar por primera vez Celia en la revolución. Martín Gaite recuerda cómo, a principios de los años cuarenta, le preguntó a su padre por qué habían dejado de publicarse las historias de Celia. «No sé», le dijo, «supongo que le pillaría en zona republicana (mi padre nunca decía zona “roja”), y se habrá exiliado, como han tenido que hacer muchos escritores». 

Paralelamente, otra celiadicta, Marisol Dorao, quedó tan asombrada de niña con que Celia, una chiquilla como ella, protagonizara un libro, que no perdió nunca esa capacidad de asombro y dedicó su vida entera a reconstruir la de Fortún. Es autora de Los mil sueños de Elena Fortún, la única biografía que existe sobre ella. Marisol Dorao comenzó su periplo por los archivos del Abc y continuó en la editorial Aguilar hasta dar con Ana María Hug de Gorbea, la mujer de Luis, único hijo vivo de Fortún. Ana María vivía en Estados Unidos y hasta allí se fue Dorao aprovechando que tenía que dar una conferencia en la Universidad de Wake Forest en Carolina del Norte. Ella le aseguró que sería imposible escribir una biografía de su suegra porque todas las personas que la conocieron ya estaban muertas y le entregó un gran bolso de viaje lleno de papeles. Dorao hizo todo el viaje de vuelta en avión abrazada al bolso y, cuando llegó a España, encontró «papeles sueltos, borradores, cuadernos con retazos de diarios personales, recortes de periódicos, periódicos completos con cientos de artículos suyos, cuadernitos de direcciones, dos novelas (en las que se observaban ciertos rasgos de lesbianismo) escritas a máquina con tinta morada y encuadernadas… y lo más maravilloso de todo fue una carpeta con cuartillas, amarillas ya por el tiempo, donde estaba escrito, a mano y a lápiz, el texto completo de Celia en la revolución». A mí la historia me parece apasionante, detectivesca y fiel reflejo de la difícil tarea que supone todavía reconstruir nuestra historia más reciente. 

Ana María se equivocaba: todavía había algunas personas vivas que conocieron a Fortún. El mismo día que se erigió un monumento de Elena Fortún con Celia en el Parque del Oeste, Marisol se encontró con su amiga Carmen Bravo Vilasante que le contó que había recibido una carta de una argentina llamada Inés Field hablándole de su amistad con Fortún y animándola a escribir una biografía. Carmen le confesó a Marisol que no estaba en sus planes, pero le pasó el testigo. Lo siguiente que hizo Marisol fue irse a Buenos Aires a conocer a Inés Field. Y se ocupó de rescatar su obra hasta que comenzó a perder la memoria y ya no pudo seguir tirando del hilo fortuniano. Y entonces, como si el hilo no se acabara nunca, las investigadoras María Jesús Fraga y Nuria Capdevila-Argüelles —otras dos celiadictas— cogieron el testigo de Dorao y continuaron su labor. 

Un día, Nuria Capdevila se puso a indagar en páginas de árboles genealógicos y en directorios y contactó por Facebook con una mujer que se apellidaba Field de Buenos Aires. Buscaba descendientes de Inés Field y así llegó a Enriqueta Field, hermana de Inés y a Alicia, su sobrina. Alicia había sido nombrada depositaria de los papeles de la familia y conservaba las cartas que Elena escribió a su tía Inés. Aquellas cartas se publicaron en dos volúmenes en Renacimiento en 2020. 

Alicia Field quería que las cartas de Elena estuvieran junto al resto de sus papeles y decidió venir a España a entregarlas ella misma el pasado viernes 6 de octubre. Christina Linares me contó que había cartas tan finas y frágiles como el papel de fumar, tanto a máquina como manuscritas y que apareció la última carta que Elena escribió en su vida, doblada en un cuaderno de Inés. Además de las cartas, Alicia tenía un total de cincuenta cuartillas que Inés escribió en 1953, al año de morir su amiga Elena para el librito de Carmen Bravo Villasante. En ellas, Inés contaba que le prestó a Elena en un momento de bloqueo artístico las cartas que ella misma había escrito a su madre con veinte años cuando fue con su padre a Yacuiba, ciudad boliviana en la frontera con Argentina, donde ejerció como institutriz. Lo que no se sabía es que Elena no solo se había inspirado en estas cartas, sino que había copiado fragmentos enteros de ellas en Celia institutriz en América. Alicia contó en ese acto que su tía Inés estuvo muy dolida al ver que su amiga hizo algo más que inspirarse, y que le dio poca importancia al asunto. Ella pensaba que tal vez un día podría publicar las cartas que había mandado durante días y días a su madre en su periplo boliviano. De todas las cartas tan solo se conservan dos de ellas, escritas en 1918. Si una toma las cartas y las compara con un par de capítulos del libro —mi amiga me las hizo llegar escaneadas— se ve que los diálogos que Inés reproducía para su madre en un intento por acercarla a sus vivencias son prácticamente los mismos que Elena Fortún escribió en Celia institutriz en América

Quizá este episodio no esté a la altura de un Nobel, pero es una pieza más en el puzle de Elena Fortún que nos acerca a comprender su vida y su obra. Y así también poder entender nuestra propia genealogía literaria tan fragmentada y rota. 

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