Los pijos también votan
Vivimos los primeros días de campaña, aunque los temas populares de estas elecciones ya llevan semanas volando como chemtrails sobre la gestión económica y las medidas sociales: el sanchismo como marco que agrupa todos los males nacionales, el fantasma de la okupación frente al verdadero problema de acceso a la vivienda, la instrumentalización de ETA, las teorías conspirativas sobre la sequía y la apropiación del agua, el uso y abuso del Falcon o el feminismo radical marcan la agenda política y mediática.
En las dos principales ciudades de España, Madrid y Barcelona, ha florecido, además, una suerte de populismo pijo que recuerda a los principales partidos que la clase alta también vota, con más alegría y desparpajo y mucho más unida que la clase obrera. El discurso de algunos líderes políticos se dirige sin tapujos a satisfacer a ese sector de la ciudadanía que sabe que el secreto del éxito es empezar desde arriba. ¿Hay medidas más pijas que suprimir el impuesto de sucesiones o dar becas públicas a familias pudientes para que puedan llevar a sus hijos a colegios privados? No, pero aglutinar el voto de los ricos y de la middle class aspiracional (en palabras de Woody Allen) puede conducir a la victoria.
En Madrid, el populismo pijo se originó en la pandemia, en las caceroladas del barrio de Salamanca protagonizadas por la gente de bien y su personal de servicio (“nosotros tratamos a la chica como a una más de la familia”), ejemplo de que los pijos son unos genios de la parodia y el arquetipo. La movilización de aquellos días se mantiene, como se pudo ver en el último Mutua Madrid Open, donde lo que menos importó fue el tenis y el juego de Carlos Alcaraz era la excusa para dejarse ver junto a los iguales y proferir gritos de “Viva Ayuso”, “Viva España” “Hala Madrid” o “Que venga Bolaños”. Este populismo a la madrileña se ha apropiado de significantes como la “libertad”, se apoya en una supuesta resistencia frente a un “gobierno totalitario” y tiene como símbolo una terraza situada sobre el alcorque de un árbol talado. Como bien dice el periodista y escritor Marc Giró, autor de Pijos. Guía práctica, uno de los hábitats naturales del pijo madrileño es la terracita. Por algo el epicentro de la libertad madrileña de José Luis Martínez-Almeida e Isabel Díaz Ayuso es Ponzano, una calle de poco más de 1.000 metros que alberga más de 70 bares con sus correspondientes terrazas.
En Barcelona no se andan a la zaga: los pijos catalanes son todos de Barcelona o acaban en Barcelona, aunque tengan casa en Girona o en el Prepirineo. El candidato de Junts a la alcaldía, Xavier Trias, personifica bien el espíritu burgués neoconvergente, formalmente más discreto que el pijerío madrileño. Lo resumió en una frase Oriol Maspons, fotógrafo de la gauche divine y de la fauna de Tuset Street: “Somos clasistas, como Dios manda”. A Trias debemos la visibilización de los problemas de los tresmileuristas, el asombro del que descubre el transporte público por primera vez y la reivindicación del coche particular como protagonista de la ciudad, otra señal inequívoca de populismo pijo. No importa que solo 250.000 barceloneses ganen más de 3.000 euros mensuales, según datos del informe Els Salaris a Barcelona 2021. Son menos del 15% de los 1,63 millones de personas que viven en la ciudad pero son el pijerío tradicional, el que popularizó el personaje Tito B. Diagonal, de Jordi Estadella, el que vive en lo que Marc Giró llama L'Upper Diagonal. El único distrito barcelonés con una media mensual superior a los 3.000 euros es el de Sarrià-Sant Gervasi, tradicional granero de votos convergente pero en el que en las últimas elecciones municipales se impuso Ciudadanos. Que la Ruïna y el Kubo, los dos bloques ocupados de la Bonanova, se hayan convertido en asunto protagonista de la campaña de las municipales se debe en gran parte a la situación del barrio, perteneciente a este distrito Sarrià-Sant Gervasi, y al empeño de la candidata de Ciudadanos, Anna Grau, que lleva desde marzo convocando protestas cada martes. La irrupción de Desokupa y la extrema derecha ha desactivado este conflicto prefabricado pero tanto Trias como Grau saben a quiénes se dirigen.
A los que a estas alturas digan que la etiqueta “pijo” se ha quedado anticuada, solo hay que recordarles que los pijos la reivindican sin rubor y que políticos tan opuestos como Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias la utilizan para atacar a sus adversarios, que casualmente son los mismos, los candidatos de Más Madrid. El pijo no se hace, nace, pero puede ser de derechas o de izquierdas. Rita Maestre lo sabe desde que se le ocurrió narrar en una entrevista su boda en Las Vegas y metió el asunto del “comunismo pijo” (palabras de Ayuso) en campaña. Decía Salvador Pániker en su Cuaderno amarillo que a los pijos se les reconoce por tres rasgos: “Uno, la fonética. Dos, la mezcla de limitación intelectual y un candor que les da una extraña seguridad en sí mismos. Tres, un sentido instintivo de la estética. Cuando dicen 'este mueble ahí' son infalibles”. Se equivocaba Pániker, porque muchos pijos son tremendamente divertidos e inteligentes y algunos no tienen sentido estético, pero en el tema de la fonética acertó de pleno. Nada hay más característico de los pijos que ese habla que se origina a medio camino entre la garganta y la nariz y que desemboca en una pronunciación fangosa. Si cierras los ojos, Rita Maestre recuerda a Tamara Falcó, pija oficial del país, pero la clave está en contemplar este asunto con humor y sin prejuicios. Solo hay que recordar que cuando explicaron a Tamara los ideales progresistas, dijo: “Me quedo un poco tocada con lo de ser de izquierdas, porque es todo lo bueno. Entonces, ¿qué es ser de derechas?”.
No sabemos aún si el resultado de estas elecciones municipales y autonómicas será del agrado de los pijos de derecha e izquierda pero sí que una de las causas del aumento de la desigualdad es la creciente tendencia a no salir de nuestro grupo social, bien porque queremos voluntariamente permanecer en nuestra burbuja, bien porque se ha averiado definitivamente el ascensor social. La gracia de nuestra democracia es que vivimos bajo el consenso constitucional de que todas las personas, hayan nacido donde hayan nacido, tienen derecho a la vivienda, la educación, el trabajo y la sanidad. Todos los ciudadanos. Hasta los pijos.
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