¿Podemos (o debemos) etiquetar el periodismo?

Pablo Echenique, secretario general de Podemos en Aragón, se mostró el pasado viernes, durante el Congreso de Periodismo de Huesca, partidario de “etiquetar” los contenidos de los informativos de las televisiones según su nivel de calidad. Aún más, a preguntas del moderador de la mesa redonda en la que intervino (yo mismo), hizo extensiva esa medida a todos los contenidos periodísticos publicados en cualquier medio: radio, televisión, periódicos o internet.

Echenique comparó su sugerencia (de manera poco afortunada según mi criterio) con el etiquetado de los alimentos o con las estrellas de las películas y ahí lo dejó, flotando en el ambiente de una sala atiborrada de periodistas y jóvenes que pretenden serlo que, sorprendentemente, no se manifestaron (ni a favor ni en contra) al escuchar tal afirmación.

No es la primera vez que algún miembro de Podemos habla de este tema. Pablo Iglesias se ha pronunciado en varias ocasiones a favor de crear algún tipo de regulación de la libertad de prensa que garantice la independencia y veracidad de los medios. Así que, dadas las expectativas electorales del nuevo partido estrella del firmamento político español, creo que sería muy oportuno abrir, cuanto antes, un debate sobre el asunto.

Quizá lo primero y más conveniente sería hacer una profunda autocrítica. Desde la Transición, a la que ahora se le echa la culpa de casi todo, uno de los estamentos con mayor protagonismo de los cambios producidos en España ha sido el periodístico. Políticos y periodistas, al menos algunos, han disfrutado por años de una enorme popularidad, respeto e influencia. Pero algo se debió de torcer en algún momento cuando de pronto las encuestas empezaron a colocar a ambas profesiones en los lugares más bajos de la valoración pública.

Quizá los lectores, la gente, de pronto se han dado cuenta de que los que tenían (teníamos) que controlar a los poderes (los periodistas) no lo hemos debido de hacer muy bien a la vista del rosario interminable de escándalos y corrupciones que todos los días vamos descubriendo.

Quizá los telespectadores, que pagan impuestos, que tienen ideas y opiniones diversas, están ya un poco hartos de que con su dinero los partidos que gobiernan en algunas zonas de España, y en España entera, hayan convertido las televisiones públicas en su chiringuito particular al que invitan a sus amigos y desde el que premian con lisonjas a sus aliados y castigan, aunque sea con el silencio, a sus opositores.

Quizá, también, algún ciudadano más crítico esté sorprendido de cómo los periodistas que han protagonizado una de las campañas más infames de desinformación de nuestra historia reciente (sí, ya saben, en torno al 11M) siguen en activo, dando lecciones al que les quiere escuchar de ética, rigor y profesionalidad.

En fin, lo que quiero decir es que los periodistas tenemos un problema y no se llama Podemos, ni Echenique, ni Pablo Iglesias. No hay más que ver las tertulias de televisión o las portadas de algunos diarios para saber dónde está y su extrema gravedad.