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Poesía antirracista

El poeta Yeison F. García, autor de "Derecho de admisión".
1 de septiembre de 2021 22:41 h

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Si fuera crítica literaria estaría ya rotulando a ésta como la nueva generación poética de la diáspora de las excolonias españolas o algo más impresionante, pero como soy solo alguien que se cruza con esta gente en las plazas gritando contra la Ley de Extranjería y el racismo institucional y en algunos recitales, diré que sí, que algo ha empezado a cocinarse bajo el fuego de nuestras rabias y resistencias. 

Recuerdo la primera vez que escuché a Lucrecia Masson en la canchita del parque del Casino de la Reina leer un texto de su libro Acá soy la que se fue sobre el “dolor migra”, cuando su abuelita tehuelche la llevó al aeropuerto y un señor español se le sentó al lado en el avión que la llevaría a España y le contó divertido que él viajaba a la Argentina porque ahí tenía “una india”. Pensé que yo también, como ella, había despertado un día como sudaka y tuve la urgencia de sacarme la experiencia de la lengua. Allí, entre elles, cerca de sus disidencias, aprendí el porqué de ese lugar salvaje y monstruoso en el que nos había colocado la Historia y el sentido de acuerparnos. 

Algunos de los mejores textos que yo había oído esa tarde en Lavapiés y otras tardes y noches de lecturas, como en el ciclo “Escupir la rabia”, se recogerían en el libro Devuélvannos el oro, con sus “cosmovisiones perversas” y sus “acciones anticoloniales”, voces, cuerpos e imágenes reunidas gracias al colectivo Ayllu, que brotaban “desde esa herida colonial aún no cicatrizada”. Leí y aprendí también de Lía, la novia sirena (hoy Cucaracha de barrio), Jos Piña, Leticia Rojas, Caborca Lynch, Pancho Gody, Gabriela Contreras, Nayare Montes, Jeannette Tineo, Artemisa Semedo y comenzaron a llegarme noticias de sus fanzines, plaquetas y poemarios, de su trabajo, sanación y vida en común. Personas migrantes, negras, sudakas, queer, empeñadas en crear supervivencia a través de la belleza, buscando que lo vivo sea devuelto entre los muros de Madrid, como un recién nacido que cae sobre el asfalto y sigue adelante. La policía acababa de perseguir a Mame Mbaye hasta la muerte o eso iba a pasar tarde o temprano, como sigue pasando.

“–¿Por qué corréis?

–Echábamos una carrera.

–¿Tenéis drogas?

–No.

Se marchan,

nunca lo hablamos entre nosotros,

pero esa fue una de las primeras veces

que la policía nos marcó,

nos señaló,

nos dijo:

negros.“

Esos versos de Derecho de admisión, el preciso poemario de Yeison F. García López, nos colocan directamente en la senda y la memoria de las décimas de Victoria Santa Cruz, en las que el desconcertante primer grito de “¡Negra!” (“¿qué cosa es ser negra?”) sobre el cuerpo infantil, su racialización brutal, pública, mundana, en una calle, hacen a esa voz sentirse por primera vez negra, pero por todo lo malo y el dolor que encierra. 

Lo hace también Triksia Chinchay en su manifiesto Chole soy y no me compadezcas, publicado como fanzine, que hace transitar al género de ese tema de Luis Abanto Morales para reivindicar su andinodescendencia, una choledad no binaria que se revela ante las estructuras racistas que hablan de “humanidad” mientras excluyen de esa humanidad a los no blancos. Y desde su Instagram, lo vuelve a situar @HildaPankarita, que escribe contra el “extractivismo del amor” y “como se habita el mundo sin pedir perdón o permiso, con intensa dignidad”.

Giovanni Collazos hace un par de años volcaba la experiencia de la precariedad de la diáspora en lenguaje en su poemario Migrante, y también en su reciente Rropa, en el que teje sus identidades múltiples, escindidas, fronterizas, de género, de clase y de raza, hasta hacerlas respirarse en la nuca: “Ser más de uno con el cuerpo roto”. Lo colectivo reúne los pedazos y se escribe, quebrando la sintaxis, vanguardiando, vallejiando como el Cholo, otro migrante en España que sufre solamente pero al que siempre le gusta vivir. Y ya no sé a cuál de los cholos parafraseo.

Pero entre todas las cosas que se mueven y ocurren en estas escrituras, hay una que también es el eje en el mítico poema de Victoria Santa Cruz: ese giro fabuloso en que se retuerce la lengua del racista para convertir el odio y el estigma en orgullo, la esclavitud en alas, y la condena en bendición. Ese es el camino recorrido que han emprendido quienes hoy se escriben y hacen resistencia en su palabra contra el racismo.

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