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Tú también eres un polarizador

Polarización es la palabra de 2023 elegida por la FundéuRAE.

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Se ha impuesto a otras once, entre ellas amnistía, guerra o fentanilo. Polarización ha sido elegida por la Fundéu como palabra del año 2023. Por su presencia en los medios y por la evolución de su significado. Apareció en el diccionario por primera vez en 1884 y su definición tiene que ver con los polos del globo terráqueo.

“En los últimos años, se ha extendido el uso de esta voz para aludir a situaciones en las que hay dos opciones o actividades muy definidas o distanciadas, en ocasiones con las ideas implícitas de crispación y confrontación”, expone el comunicado. Y dice más: que su uso excede el marco de la política y se aplica también al mundo deportivo, ideológico, al debate en las plataformas digitales y, “en general, a cualquier escenario en el que sea habitual el desacuerdo”. No menciona de forma explícita al periodismo, pero podría hacerlo con absoluta tranquilidad. Hay que entonar también el mea culpa en esto de los medios de comunicación, cada día más previsibles y menos críticos con las opciones ideológicas con las que se identifican y más implacables con las que discrepan.

Llamamos, en todo caso, polarización a lo que antes se llamó divergencia, discrepancia, división e incluso crispación.  Hoy, polarizados están los políticos, los partidos, las redes sociales, los medios, los tertulianos, los presentadores, los formatos televisivos y hasta tú mismo, estimado lector. Piensa cuándo fue la última vez que ante un desacuerdo cambiaste de opinión; qué artículo te hizo reflexionar sobre una posición prefijada o en qué momento alguien te convenció de que sus argumentos al menos eran tan válidos como los tuyos propios. Mejor enrocarse en los propios que conceder a otro el rigor,  la veracidad de sus datos o la razón.

No hay grises. Todo es blanco o negro. Piénselo. Lea los comentarios de los abajo firmantes (casi siempre, con seudónimo o desde el anonimato) y comprobará de qué hablamos. En este país ya no hay quien soporte matices, ni sutilezas, ni reconocimientos del contrario. Rara vez se acepta un punto de vista que no sea el propio. Ni se lee ni se escucha. No vaya a ser que con alguna palabra o con algún argumento ajeno, el propio quede en evidencia. 

No se acepta que haya otros puntos de vista que necesariamente no son divisorios. Los planteamientos son previsibles e inamovibles. Tanto que nos aburren porque no se detienen a considerar que las opciones ajenas merezcan un segundo de atención y porque todo es ya un choque frontal. Y no sólo por la intransigencia que se escucha cada semana en el Parlamento.

La pugna existe en el Congreso, si, pero también en la calle, en las familias, en las parejas y, cómo no, en las páginas de los diferentes diarios, donde ya es costumbre incluso pontificar contra lo que hace o dice la competencia por su enfoque o su tendencia.

Hay motivos para preocuparse por tanta radicalidad y tanta intransigencia. Y más si se tiene en cuenta que debates complejos se reducen a una mera cuestión de rechazo o aceptación, en lo que ya es un clásico de la estrategia de las derechas radicales que compiten con las fuerzas conservadoras tradicionales, como bien explica el profesor Gonzalo Velasco en Pensar la polarización (Gedisa).

Es más, la traza, como además sostiene Luis Miller, científico del CSIC y autor de informe sobre polarización en España de EsadeEcPol, no surge de manera casual porque siempre hay alguien que la planifica y se beneficia de ella. Tanto los partidos, como los periódicos y las televisiones han descubierto que apelar a las emociones es mucho más efectivo que a las razones. La ayuda del chapapote que circula por las redes sociales y del que se nutren con demasiada frecuencia los polarizadores, es un método infalible para acabar con el pensamiento crítico en el más amplio sentido del término.

Nadie es ajeno ya a esta corriente de destrucción en la que sólo hay certezas y el que duda es tachado de pusilánime cuando no de equidistante que es el peor insulto a recibir en estos tiempos en los que tú, yo, él, nosotros, vosotros y ellos somos todos polarizadores. Unos siempre más que otros. Está claro quién se beneficia de ello, pero todos somos responsables por no frenar esta deriva. Convendría al menos que, ante 2024, hubiera al menos un propósito de enmienda. 

Feliz Año Nuevo.

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