La privatización del cuerpo de la mujer
Si se mira con cierta atención la publicidad se pueden sacar algunas conclusiones nada equivocadas del tiempo que nos toca vivir.
En el último verano, la relación de un hombre y un pato inspirada en la serie Los Soprano, sirvió a Ikea para vender sus artículos de estío poniendo de manifiesto la tendencia creciente de la vida en solitario, significando al sujeto socialmente denominado single que habita las grandes urbes.
Hace unos años, BMW hizo historia con un anuncio en el que no se veía el coche, solo una mano que disfrutaba fuera de la ventanilla abierta acariciando el paisaje. El único reclamo que se expresaba aún goza de buena salud: ‘¿Te gusta conducir?’.
Claramente BMW nos ponía al tanto de que todos los coches son iguales: seguros, confortables y veloces. La diferencia es marcada por nuestra imaginación y al estimular esta con una regresión infantil (la mano fuera de la ventanilla mientras papá nos llevaba a la adultez que ahora padecemos) funcionó mejor que si el coche alemán nos hubiera enseñado su potencia devorando una carretera.
Todos los coches son iguales y cada vez estamos más solos. Vaya novedad. Pero allí está la publicidad para advertirlo a quien quiera atender a su mensaje.
Pero la publicidad no solo construye sentido acerca del estado del cuerpo social por una vía directa; también la parodia de sí misma lo consigue ya que es un espejo que se observa a sí mismo. Lo demostró la cadena MTV hace una década cuando lanzó la campaña Amo a Laura para posicionarse en el mercado audiovisual español. Amo a Laura irrumpió en YouTube de manera foquista porque cuando aún no terminaba de sorprender el primer video ya estaban circulando nuevas piezas, una seguida de otra, en el entorno digital. Se trataba, en un principio, de una mera simulación, un fake, que apelaba a una moral ultraconservadora, muy en línea con el pensamiento de la iglesia española. MTV y su agencia de publicidad habían detectado la marea conservadora que se tiraría a las calles en la legislatura de Zapatero e intentaban atraer a la audiencia de la cadena musical parodiando los valores que se situaban en las antípodas de su públcio. Funcionó porque la derecha, sin ninguna duda, estaba en una ofensiva hoy consolidada en el gobierno.
La aparición de otra campaña simulada, un parodia trágica de la cuestión que gira alrededor de la reforma de la Ley del Aborto permite lecturas no menos interesantes.
La falsa campaña desarrollada, de momento, en forma anónima consta de varias piezas. El primer vídeo, en el que una supuesta agencia de viajes organiza tours a Londres en inmejorables condiciones sanitarias, psicológicas y de confort pone en primer plano un aspecto que hasta ahora no se manifestaba en toda su claridad: la privatización del cuerpo de la mujer. Obviamente que esto se incluye en el cúmulo de negaciones a los derechos básicos largamente expuestos y abordados desde distintos puntos de vista en este diario, pero la cuestión crematística, la exposición mercantil del cuerpo como una posibilidad de negocio para una franja que dispone de respuesta económica a sus necesidades, no estaba en el primer plano de la cuestión. Obvio es también que cuando el ministro Gallardón expone las razones de la ley, el fuera de cuadro de su relato es un contexto en el que quien cuente con recursos optará por una solución offshore y no precisamente en el buque antiabortista de la fundación holandesa Women on waves.
Conceptualmente el cuerpo de una mujer pasa, con esta legislación, de sujeto a objeto, tanto por una vía legal cuestionable como por un relato de mercado que lo incluye en un circuito de consumo y desde esa perspectiva, la degradación supera el trauma tanto físico como psíquico para instalarlo en el no lugar propio del consumo: algo que se desaparece con el uso.
Simbólicamente, los hombres están en vías de quedarse solos. O todo lo contrario: que el single de Ikea deje de mirar patos y se abrace a su compañera. No olvidemos que Ikea también dijo ‘Redecora tu vida’. Se puede hacer, por ejemplo, cambiando el gobierno. Si España es una marca y los ciudadanos los consumidores, habría que atender una posibilidad que da el mercado: no comprar.