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La propuesta de la izquierda

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

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La campaña electoral de la izquierda madrileña está un tanto desdibujada. Aparte de las denuncias sobre el adversario y del riesgo que supone la eventual entrada de Vox en el gobierno, no trasmite mensajes claros y menos, contundentes. El liderazgo de Ángel Gabilondo sigue pendiente, los tres partidos de la izquierda siguen yendo cada uno por su lado y nadie sugiere cómo y para qué terminarían uniéndose. Pero lo peor es que no se está ofreciendo a los madrileños un proyecto específico por el que merecería la pena acudir a votar para desplazar a la derecha del poder, tras 26 años de gobiernos conservadores.

Las encuestas, todas salvo la del CIS, golpean cada día a la gente de izquierda que tiene claro que va a ir a votar. Y el peor dato de las mismas, incluida la del CIS, es el bajo grado de movilización del electorado progresista, que contrasta clamorosamente con la alta activación del electorado de derechas: diez puntos de diferencia, casi 15 entre el del PP y el del PSOE. Son cientos de miles de electorales potenciales que si no cambian mucho las cosas terminarán absteniéndose el 4 de mayo, dando la victoria a Isabel Díaz Ayuso y quién sabe si también a Vox.

No cabe sorprenderse de ello, no es el fruto de un mal congénito de la izquierda. El comportamiento de los partidos progresistas en los últimos tiempos explica el retraimiento de esa parte sustancial del electorado, la convicción de que con su voto no van a cambiar nada.

Para empezar, el endurecimiento de las posiciones de Díaz Ayuso, su acercamiento a las de Vox, no es cosa de ayer. Es un giro, un proyecto político más bien, que viene de lejos y que responde a la ambición de la presidenta madrileña de convertirse en la líder de la derecha, de sustituir a Pablo Casado a la cabeza de la misma. Y la izquierda, salvo denuncias puntuales y más bien retóricas de esa deriva, escasas y muy tibias en el caso de Gabilondo, no se ha puesto en pie de guerra contra el peligro que ello comporta hasta que las elecciones estaban ya convocadas.

Ahora, la denuncia de ese monstruo ultraderechista y antidemocrático es el eje de la campaña de la izquierda. Pero ese monstruo estaba ahí hace seis meses y hasta un año. Que Díaz Ayuso ha hablado siempre sin tapujos. Mal, pero claro. Pero ni Gabilondo ni los dirigentes madrileños de Podemos pusieron el grito en el cielo. Mónica García fue bastante más activa en esa dirección.

Por otra parte, la vía por la que se ha llegado a las actuales elecciones, el fracaso de la moción de censura en Murcia, no anima precisamente a ir a votar a quienes tienen más dudas que los fieles de la izquierda, que no son pocos, ciertamente. Porque nace de un error garrafal del PSOE, seguramente del propio Pedro Sánchez, aunque parece ser que a quien le ha tocado pagar el pato es al secretario de organización del partido, José Luis Ábalos, pues por algo desde hace semanas ha desaparecido de la escena.

Obsesionado por el objetivo de un pacto con Ciudadanos, que ha sido una de las causas de las frecuentes tensiones en el interior del gobierno de coalición PSOE-UP, Sánchez aprobó el asalto al poder murciano, que al parecer habría de ser seguido por intentonas similares en otras regiones. Pero no previó que el PP había de reaccionar, lo cual sólo le pasa a los malos estrategas. Y el PP reaccionó en menos de 48 horas, arruinando toda la operación. Cualquier directivo de una empresa medianamente importante sabe que esas cosas pueden pasar, que antes de lanzarse a una aventura por la conquista del poder hay que haber eliminado previamente ese riesgo. Y si no, esperar a mejores tiempos.

Por muy rápidamente que los dirigentes de la izquierda echaran arena sobre esa pifia -tampoco al PP le interesaba abundar en el asunto-, la frustración por ese intento fallido hizo mella en el público de izquierda. Porque había mostrado muy claramente las limitaciones de sus líderes, particularmente de los socialistas. Y eso no se olvida de un día para otro.

Tampoco se puede borrar de un plumazo el enfrentamiento entre socialistas y podemitas que ha llenado los medios durante muchas semanas y hasta hace muy poco. Hasta el punto de poner en cuestión el futuro de la coalición de gobierno.

Para un elector corriente de la izquierda ese espectáculo era incomprensible. Por mucho que la gente del PSOE desconfíe de siempre, y algunos no poco, de la de Podemos. Por mucho que se insista en que son dos partidos distintos. Lo que no se ha entendido es por qué esas diferencias tenían que lidiarse en público y, además de repente. Y si alguien cree que ese capítulo ya no cuenta, que las buenas palabras de ahora lo han anulado en la conciencia de la gente, se equivoca. Ese debe ser otro de los motivos de la desmovilización.

La campaña electoral tampoco está dando muchas alegrías a la izquierda. Ahora está claramente protagonizada por Pedro Sánchez, a la espera de que Pablo Iglesias vuelva a ser una figura de la misma. Y el presidente del Gobierno no está teniendo un éxito fulgurante. Hace unos días hizo una comparecencia extraordinaria para anunciar que antes de que termine el mes de agosto se habría vacunado al 70% de los españoles. Y al día siguiente se hacían públicas las dudas sobre la vacuna de AstraZeneca. Luego sobre la de Johnson & Johnson, mientras la confusión sobre las medidas restrictivas contra la pandemia no hacía sino crecer y el anuncio de Sánchez de que no quería renovar el estado de alarma no hacía sino contribuir a ello.

No ha tenido mayor éxito el plan para aplicar los fondos europeos que el presidente acaba de anunciar a bombo y platillo. Porque lo poco que se ha podido escarbar en el mismo ha mostrado una inconcreción generalizada que ha hecho surgir demasiadas preguntas inquietantes.

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