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Psicoanálisis a Vox

Vox cambia de lugar un mitin previsto el domingo con Abascal ante previsión de más de 2.500 asistentes

Jose A. Pérez Ledo

Santiago Abascal no ve incoherencia en cobrar las mismas subvenciones contra las que lleva despotricando desde que se remangó para poner España en orden. Rechazarlas, dice, sería un error estratégico, ya que con ese subsidio puede luchar contra los subsidios. La estrategia, de una complejidad casi napoleónica, no presenta una sola fisura.

No es fácil entender a Vox. Se trata de una formación nacida del trauma, lo que, desde un punto de vista freudiano, la convierte en un partido-neurosis. Con todo, hay quien intenta analizarlos desde la teoría política. Esta misma semana, dos periódicos de tendencia conservadora se preguntaban lo mismo de dos maneras diferentes. “¿Cuánto hay en Vox de fascismo?”, decía uno. “¿Es Vox fascista?”, inquiría otro justo encima del subtítulo: “A los expertos les preocupa más la actitud de los independentistas”. Un subtítulo, por otra parte, que bien podría ser sustituido por “A los expertos les preocupa más el cambio climático” o “A los expertos les preocupa más la salud de sus hijos”.

Difícilmente puede una obra artística ser comprendida y disfrutada si no se conoce al autor y su contexto. De ahí que Vox, como artefacto posmoderno, resulte indescifrable si no se analiza al detalle la figura del macho dominante.

Santiago Abascal es, por decirlo en pocas palabras, un hombre entregado a la lucha contra la complejidad. Si la filosofía es el yin, él sería el yang. A problemas complejos, Manolo Escobar. Una perspectiva sin duda refrescante en el panorama político español. Tras años de paranoia conspirativa (Irán y Chávez financiaron a Podemos y el IBEX 35, a Rivera), nos encontramos ahora con la agradable sospecha de que, tras Vox, no parece haber la menor intención manipuladora. Se diría más bien que se trata del producto exitoso de una bravuconada improvisada con tres whiskys de más, en el Toni 2, un miércoles a las 3 de la madrugada. Si hay una mano negra detrás de Vox, tal vez sea la de Jack Daniel.

En respuesta rápida a las preguntas que esta semana se hacían los medios conservadores: no, Vox no es un partido nazi porque jamás ha invadido Polonia, y no, tampoco es fascista porque no se opone a que los italianos se casen con judíos. En este mismo sentido, sin embargo, cabe reseñar que tampoco el tomate es una hortaliza porque se desarrolla a partir del óvulo fertilizado de una planta (lo que hace de él una fruta).

La naturaleza de Vox, decíamos, se entiende mejor atendiendo a la naturaleza de su macho alfa. Y Abascal es un hombre de coherencias líquidas, razón por la cual su discurso y sus actos no acaban de encajar a simple vista. De ahí que, tras pasarse media juventud pidiendo prórrogas, se haya convertido en el más enconado militarista. De ahí que a los veintitrés años ya fuese concejal de La Derechita Cobarde, fase uno del brillantísimo plan para acabar con las subvenciones. Y de ahí que ahora se indigne tanto con los medios que le emplazan en la extrema derecha y, como respuesta, les prohíba entrar en sus actos desde el más absoluto respeto a la libertad de expresión.

Santiago Abascal lleva toda la vida preparándose para sublimar su trauma de la manera más rentable posible. Maravíllense ante el resultado. Una neurosis que ha convencido ya a más de tres millones y medio de espectadores.

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