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Rajoy no es todavía un cadáver, pero casi

Rajoy avanza el inmediato inicio de las negociaciones para los presupuestos de 2018

Carlos Elordi

Mariano Rajoy no será aún un cadáver político, pero las elecciones catalanas le han dado un golpe del que no va a poder recuperarse. Conserva el poder que le confieren la presidencia del gobierno y la de su partido, pero carece ya de cualquier capacidad de maniobra para modificar la dinámica en la que él mismo y sus errores le han metido. No ahora mismo, pero a no mucho tardar, los problemas, internos y de todo tipo, que esa situación le van a provocar terminarán con su carrera. Todos sus planes han salido mal y es ineluctable que termine pagando por eso. Una vez más ayer se hizo el listo. En su lamentable comparecencia ante los medios volvió a usar sus triquiñuelas de siempre para tratar de ocultar la verdad de lo ocurrido, su responsabilidad en el desastre del PP catalán y su incapacidad para proponer algo que sirva para mejorar la situación. Lo malo para él es que ya nadie puede creer en sus juegos de manos, en su tramposa manera de sugerir que tiene más balas en la recámara. Porque no las tiene. Ha puesto todo su arsenal encima de la mesa y no le ha valido para nada. Sí, podría apretar el acelerador de la represión. Pero hasta los suyos saben que eso ya va a servir de poco.

Nadie del PP dice públicamente lo que piensa. Pero desde hace unos cuantos días en esos ámbitos se vienen recogiendo off the record declaraciones muy críticas, incluso descalificadoras, sobre Rajoy y como lo ha hecho en Cataluña. El día menos pensado, puede que en no mucho tiempo, esas expresiones van a salir a la luz en forma de posiciones políticas que exigirán cambios profundos en el PP. Porque el argumento con el que el jefe las ha callado hasta ahora, el que sólo había desierto fuera del poder que él controlaba y que era mucho, va empezar a descomponerse. Es cierto que el PP de Rajoy dejó hace tiempo de pensar en Cataluña como un caladero de votos imprescindible para ganar las elecciones en España. Que prefirió cubrir ese espacio potencial con los votos que le daría el anti-catalanismo en el resto de España. Que se metió en esa senda desechando la opción del catalanismo de derechas que había emprendido Josep Piqué entre 2003 y 2007. Pero de eso a sacar un 4,5 % de los votos y solo 3 diputados en el Parlament va un abismo. Y la inepcia de Rajoy ha metido en eso a su partido.

Un resultado tan desastroso no sólo puede ser entendido como una ignominia dentro y fuera del PP, sino que es un referente muy peligroso para las expectativas electorales en el resto del España. La idea, tan difundida tanto en la derecha como en la izquierda, de que el PP tenía un suelo electoral inamovible, pasara lo que pasara, por muchos que salieran casos de corrupción, se ha roto el jueves en Cataluña. Y es así, en un punto concreto, como empiezan las caídas catastróficas. Pero, además del fracaso del PP está el éxito de los independentistas y el de Inés Arrimadas y Ciudadanos. Rajoy se ha equivocado de parte a parte en ambos frentes. No hizo nada por frenar, mediante el diálogo y la negociación, la dinámica del soberanismo que desde hace dos años llevaba al 1 de octubre y a la Declaración Unilateral de Independencia. Por miedo a que el españolismo centralista que él había alentado con entusiasmo inconsciente desde que llegó a la presidencia del partido le acusara de blando y terminara echando de un cargo que él más de una vez había visto comprometido.

Se apuntó a la teoría del soufflée, a la idea de que la marea independentista se terminaría desinflando antes de llegar a mayores. Porque sí. Para decir algo que su servil aparato mediático reproduciría hasta la extenuación. Sin tratar de profundizar mínimamente en la complejidad y la hondura del fenómeno que arrasaba Cataluña, entre otras cosas por culpa de las decisiones con las que su gobierno y los tribunales por este influidos golpearon una y otra vez a esas gentes. Siguió sin comprender nada de eso cuando ordenó las cargas del 1-0 y cuando se lanzó a la aventura del 155 y a la represión de la dirección del independentismo. Se creyó que eso había sido una idea genial. Y se ha encontrado con que esas gentes, en el exilio o en la cárcel, se han vuelto a hacer con la mayoría absoluta. Y entre unas y otras cosas, Cataluña, la región más avanzada y dinámica de España, ha sufrido un vapuleo del que tardará mucho en recuperarse, la imagen de España en el exterior ha sufrido un retroceso de décadas y en el resto de España se ha alentado un nacionalismo intolerante e inquietante. Aunque haya sufrido una dura decepción en la noche del jueves, de la que seguramente culpará a Rajoy.

Por si faltara algo, Ciudadanos ha tenido un éxito arrollador. Enarbolando las banderas del españolismo y del rechazo al independentismo. Con tanta o más fuerza que el PP. Pero mostrando una capacidad de atraer al amplio sector de la opinión pública catalana, de derecha pero también de izquierda moderada, que comparte esas actitudes que las gentes del PP en Cataluña no han tenido ni por asomo. Y la razón de ello hay que buscarla en la frescura del proyecto de Ciudadanos, frente a la obsolescencia, la antigüedad, de la oferta del PP, que ya empieza a ser intragable hasta para no pocos de los que hasta le han venido votando.

En Génova tiemblan ante la posibilidad, anunciada sin ambages por Albert Rivera en la noche del jueves, de que, subido a lomos de su éxito catalán, Ciudadanos se lance ahora a conquistar los territorios del PP en el resto de España. Con el mismo mensaje: el que son de derechas, pero nuevos. Y el temor, o el convencimiento, por parte de los suyos de que Rajoy no sepa como hacer frente a ese desafío puede ser otros de los motivos que precipiten su caída. Junto con la crisis catalana, que va a seguir igual si es que no se agrava, esa batalla por el predominio en la derecha o en centro-derecha van a ser los capítulos que protagonicen la crónica política española de los próximos tiempos. Habrá que esperar a ver cómo se dilucida. Pero a corto plazo un hecho parece deducirse de la misma. El que de Rajoy no va a modificar su actitud de dureza hacia el independentismo. Seguramente no tendrá más remedio, por razones técnicas, que retirar el 155 cuando tome posesión el nuevo govern.

Pero no cabe esperar que abra un diálogo que merezca tal nombre con el soberanismo ni que ordene a los fiscales que retiren sus cargos contra sus dirigentes. El público españolista y las instituciones y medios que lo articulan no aceptarían concesión alguna de ese tipo, porque por muy decepcionados que estén la leerían como una rendición. Y Ciudadanos no perdería esa ocasión para el golpear al PP. Rajoy está atrapado por unos y otros. No tiene posibilidad de reaccionar buscando algo nuevo.

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