La reactivación económica y sus peligros
Y de este dato nace la preocupación más seria de no pocos analistas. Porque con la actual política monetaria mundial, particularmente la del Banco Central Europeo, caracterizada por mantener los intereses negativos y por las compras masivas de deuda de los países del euro, la deuda pública no tendría por qué preocupar. El BCE ha apostado por ayudar a las economías a hacer frente a las consecuencias económicas de la pandemia: con los ERTE, que en un momento llegaron a afectar a casi 3 millones y medio de trabajadores, o con la financiación a las empresas avaladas por los Estados para evitar su cierre. Y se asegura que esa actitud se va a mantener, para tranquilidad del gobierno español. Y de otros.
Pero la inflación puede obligar a cambiar de rumbo. En Estados Unidos y en Europa hay cada vez más voces que dicen que eso va a ser necesario al menos a medio plazo, quién sabe si no antes. Porque la inflación solo se frena con tipos de interés más altos. Pero si estos suben, volveríamos a hablar de problemas con la prima de riesgo y de dificultades para que algunos países coloquen su deuda en los mercados.
Quienes creen que la subida de precios es un problema pasajero, que hasta el del gas se puede neutralizar, descartan que eso vaya a ocurrir. Pero hay otros que no son tan optimistas. Ya se verá quién tiene razón. En todo caso, la solución al enigma tardará aún un tiempo en llegar. Mientras tanto, el gobierno español tiene margen para llevar adelante su plan. Para cuya eficaz aplicación, más que los grandes diseños, va a ser fundamental hacer las cosas de detalle de la mejor manera posible. Esperemos que así sea. Desde luego, alguien como Pablo Casado, que pregona que ya estamos quebrados, carece de cualquier credibilidad para intentarlo. La economía española, y la europea, van a seguir creciendo. Al menos durante los dos años próximos. Y si nada sustancial se tuerce, los precios, incluidos los de la energía, estarán de nuevo bajo control a mitad de 2022. Esa es la previsión en la que coinciden los expertos consultados por los diarios de referencia, españoles y extranjeros. Sin embargo, la mayoría de ellos se cura en salud y señalan que en el panorama económico mundial hay factores aún incontrolados que, en determinadas circunstancias, podrían arruinar las previsiones. Entre ellos, la posibilidad, que ningún científico descarta, de que la pandemia vuelva a la carga.
Con todo, el ambiente es moderadamente optimista. El Fondo Monetario internacional encabeza la corriente positiva. Porque en los últimos siete u ocho meses, en Estados Unidos desde un poco antes, la economía se ha puesto a crecer de manera sólida y hasta ahora sostenida y ninguno de los factores negativos que están presentes en el horizonte amenaza seriamente con interrumpir y/o revertir esa tendencia. El éxito de las vacunas -el “milagro moderno” lo ha llamado Martin Wolf, el respetado gurú del Financial Times- explica ese fenómeno imprevisto, sobre todo en sus dimensiones, hace tan sólo un año.
El que se prevé, y el que se está verificando, no es un crecimiento perfecto. Ni mucho menos. Porque conlleva el mantenimiento de las desigualdades sociales. En España y en todas partes. Los aumentos salariales, si los hay, no van a frenar ese proceso. Aunque hay sectores, aquellos que requieren de una mano de obra especializada y escasa, en los que sí se están registrando subidas significativas. En Estados Unidos y en Europa, también en España. Pero son los menos.
La desigualdad es el signo, sólo dramático para algunos, de la economía de nuestros tiempos. Y ninguna política económica, digan lo que digan sus propagandistas, está ocupándose seriamente de disminuirla. Porque el hecho terrible que la determina -aparte del egoísmo sin límites de quienes se libran de sus efectos- es que la dinámica de la tecnología y de la producción no va a absorber la demanda de puestos de trabajo realmente existente. Y eso, inevitablemente, tira de los salarios para abajo. Al tiempo que consolida bolsas de paro y subempleo, enormes en nuestro país, que sólo las ayudas estatales, a costa de los impuestos, pueden evitar que caigan en la miseria.
Ese es el panorama de fondo. Y que nadie crea que se puede cambiar en un horizonte de tiempo previsible. Lo que cabe esperar es que no empeore e incluso que mejore algo, a partir de las fatídicas condiciones a las que nos llevó la pandemia, cuando las economías se hundieron hasta niveles que no tenían precedentes en muchas décadas. Y la impresión generalizada de los expertos es que eso es lo que va a ocurrir en los próximos dos años, puede que incluso algo más.
En España, mucha gente va a salir del paro y otra no poca ya lo ha hecho en los últimos meses. Con salarios bajos y condiciones laborales precarias en bastantes casos. En otros con los niveles pre-pandemia, que ya habían caído notablemente al menos desde hacía una década antes de que llegara el coronavirus. Pero tener un trabajo es la prioridad absoluta para la mayoría y la gente va a conformarse con lo que le ofrezcan, siempre y cuando no sea un abuso intolerable. De hecho, las únicas protestas laborales que se vienen registrando en nuestro país son ante las amenazas de cierres de empresas. Y la subida salarial más significativa, la del salario mínimo, ha sido una iniciativa autónoma de los sindicatos y de Unidas Podemos que no ha respondido a una presión social previa.
El presupuesto que el Gobierno espera que se apruebe, y todo indica que eso es lo que va a ocurrir, prevé un crecimiento de la economía del 6,2% en 2022 y del 7% en 2022. El FMI rebaja esa previsión al 5,7 y 6,4% respectivamente. Por culpa de los cuellos de botella en los suministros que se está registrando en el mundo y también del aumento del precio del gas, que no van a poder ser controlados en al menos un año o año y medio, dice el organismo internacional.
Con todo, las previsiones españolas son los más altas de los países desarrollados. Con algunas subidas de impuestos -sobre todo la del mínimo del 15% para la tributación de las empresas por sus beneficios, aunque con exenciones inquietantes-, el presupuesto cuadrará con un déficit de menos del 3 % del PIB. Pero también con un nuevo aumento de la deuda pública. La privada lleva ya un tiempo más o menos controlada, tras dispararse hace una década.
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